Gloria Coromina.

Gloria Coromina (Barcelona, 1944) desembarcó en Ibiza a la vez que uno de los iconos de la noche ibicenca: Pacha. Allí pasó su primera noche en la isla en la que creó un vínculo que nunca más desapareció.

-¿Dónde nació usted?
—Nací en Barcelona. Fui la segunda de los seis hijos que tuvieron mis padres, Luis y Núria. La familia de mi padre era colombiana. Una familia de alto standing que llegó a Barcelona para acompañar a mi abuela, Daza, a un concierto de piano. Toda la familia se hospedó en la segunda planta de la Pedrera. Se enamoró y se acabó quedando en Barcelona.

—¿Creció en Barcelona?
—Así es. Allí estudié en las Salesianas y, después, hice lo que hacían ‘las señoritas’ entonces: ‘Taquimecanografía’. En esa época, los chicos estudiaban sus carreras y las chicas nos preparábamos para ser secretarias y que nos entretuviéramos antes de que nos casáramos. Con suerte, con el jefe [ríe]. Yo comencé a trabajar en el despacho de un fotógrafo, Antonio Campañà, antes trabajar como secretaria en la primera agencia de modelos de Barcelona, Inés Alma. Llegué allí porque mi madre era modelo de alta costura y su compañera le preguntó por mí, que «era muy espabilada» [ríe]. Acabé contratando modelos y trabajando con fotógrafos como Oriol Maspons.

—¿Trabajó mucho tiempo en la agencia de modelos?
—Hasta que me casé, claro. Sin embargo, como me aburría, acabé llevando una de las autoescuelas de mi padre, Autoescuela San Cristóbal. Allí hacía de todo, hasta clases de teórica. De práctica solo hice una, el alumno se estampó y no quise dar más [ríe].

—¿Cómo llegó a Ibiza?
—Fue en 1973, cuando yo tenía 26 años, cuando mi marido me dijo que no quería seguir casado. Al principio me fui a la casa de mis padres en Cadaqués. Cada vez que mis amigos me preguntaban por él, yo no dejaba de llorar, así que me convencieron para coger un avión y venir a Ibiza, donde ellos viajaban muy a menudo. Cuando llegué no había más que una pequeña oficina como agencia de viaje delante de la Náutica Ereso. Al llegar allí me dijeron que mi reserva se les había perdido y que no tenía ningún sitio donde dormir. Era la primera vez que viajaba sola y me sentí bastante angustiada en ese momento.

—¿Qué hizo entonces?
—Me habían mandado al probar suerte al Montesol y, por el camino, cargada con las maletas y el disgusto, se paró un Mehari con dos chicos franceses a ofrecerme ayuda. Yo llevaba unas pintas bastante modernas para la época y se debieron creer que era francesa, además entonces hablaba bastante bien el francés. Total, que me acercaron al hotel, que estaba completo y me acompañaron a dos o tres más que tampoco tenían habitación. Tras un buen rato buscando me dijeron que si, antes de seguir buscando, les acompañaba al local en el que trabajaban, que hacía tres días que se había inaugurado. Me llevaron a una casa payesa en Ses Feixes. Al principio, me asustó y todo aquel lugar al que me estaban llevando. Al abrir las puertas de la casa me encontré con gente que ya conocía de Barcelona: Tisio, el disc jockey César, Piti y Ricardo Urgell… Resultó que esa casa era Pacha.

—¿Pudo encontrar algún lugar donde dormir esa noche?
—[Ríe]. Esa noche dormí en Pacha. El parque de la pista no llevaba ni una semana colocado y a las ocho de la mañana tenían que venir los obreros a trabajar. Como se hicieron las tantas, Piti propuso quedarse a dormir allí para estar a la hora que venían los trabajadores. Para que pudieran limpiar, se ponían todos los cojines amontonados en las gradas de la entrada a modo de gran cama redonda. Allí nos quedamos todos, riendo más que durmiendo, hasta las ocho de la mañana [ríe]. Esa misma mañana abrí un diario y enseguida encontré un apartamento en Figueretes en el que dormir el resto de la temporada.

—¿Trabajó en Ibiza ese verano?
—Sí. Muy rápido me ofrecieron llevar el guardarropa, así que me pasé ese verano allí. Fui la primera mujer que trabajó en Pacha. Ese mismo verano una amiga suiza inauguró el Sausalito y me ofreció ir a echarle una mano para la inauguración. Le gustó cómo trabajaba y me acabé quedando allí todo ese verano. También monté una escuela de esquí náutico con un amigo con el que me lié. Así que trabajaba por la noche en Pacha hasta las cuatro, dejaba el restaurante abierto un rato más y para casa. Por la mañana, a las 11.00 horas ya estaba en ses Salines, en la escuela de esquí. Por las mañanas desayunábamos en el Montesol, que era donde quedábamos todos antes de que existieran los móviles. De allí a Salines, comíamos en Can Masia y cuando anochecía nos preparábamos para ir a Pacha. Antes solíamos ir a tomar algo al ‘Mono desnudo’, el ‘Clive’s’ o el ‘Rubio’ o el ‘Lola’s’. Pacha era el lugar en el que tenías que estar, incluso los martes, que era el día que libraba, me pasaba allí toda la noche con mis amigos. Siempre nos juntábamos la misma gente todo el día.

—¿Se estableció en Ibiza?
—Sí, el verano siguiente ya hice toda la temporada en Pacha. Me acabé liando con un ibicenco con el que tuve a mi hija, Paloma. Que tiene a mis nietos, Carmen y Ángel. Mi nieto se llama así por Ángel Nieto, que era más que un hermano para mí y acabó convenciendo a Paloma para que no le pusiera Osvaldo a su hijo [ríe]. Yo siempre le seguía sus carreras en el Nodo y en Pacha solía venir a mi barra (la del Mar i Sol), pero no nos hacíamos ni caso. Yo tenía una Bultaco, de las que se arrancaban con una patada, y un día, a la salida, no había manera de arrancarla. Ángel se acercó a ayudarme, me enseñó un truco para ponerla en marcha, la arrancó y desde entonces fuimos siempre como hermanos.

—¿Trabajó siempre en Pacha?
—No. En Pacha trabajé durante nueve años, hasta que me quedé embarazada. Cuando Paloma creció un poco monté una tienda de decoración en la calle Aragón, Casi Casa con una socia. Después seguí con el mundo de la decoración hasta que la Maison del Elephant reventó el mercado. Entonces cogí una tienda de ropa en la Marina, en frente del piso en el que vivía. Acabé vendiendo ese piso y comprando un apartamento en Talamanca.

—¿Sigue manteniendo relación con los amigos que hizo al llegar a Ibiza?
—Con los años, el SIDA y el caballo, faltan muchos de esa época. Pero sí que sigo manteniendo amistad con muchos de los que quedamos de esa época, Ricardo Urgell, el fotógrafo Toni Riera, Fábregas, Alba de Can Pau…