Santi Martínez tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Santi ‘Litri’ Martínez (Vila, 1957) es hijo de la primera generación de peninsulares que llegaron a Ibiza para trabajar. Criado en el barrio de Sa Riba y subido a su moto de trial, inició su vida laboral como mecánico para convertirse en electricista poco tiempo después. Un oficio desde el que recibió el zarpazo de la crisis inmobiliaria de 2008 antes de terminar su vida laboral en la misma empresa que trajo a Ibiza a sus padres y recibir un nuevo golpe que casi le cuesta la vida. El del Covid.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en el antiguo hospital de Ibiza, en la avenida España, donde ahora está el Consell. Aunque de los siete hermanos que somos, como soy el pequeño, soy el único que nació en Ibiza. Todos los demás nacieron en El Provencio de Cuenca, que era de donde venían mis padres, Félix y María.

—Sus padres, ¿vinieron a Ibiza para trabajar?
—Así es. Creo que serían de los primeros que vinieron a Ibiza a trabajar, y es que llegaron hace unos 70 años. Primero vino mi tío Pedro Antonio, que se lo dijo a mi padre y, poco después vino mi madre y parte de mis hermanos. Dos de mis hermanas vivían en otras casas como ‘hacendadas’ con matrimonios que no tenían hijos y se quedaron allí. Tanto mi padre como mi tío se pusieron a trabajar enseguida con don Vicente Bufí, en la limpieza de Ibiza, con quien trabajaron hasta que se jubilaron.

—¿Dónde vivían?
—En la calle de la Virgen. Allí es donde crecí hasta el 79, cuando nos mudamos al lado de Juan XXIII. Crecer en Sa Riba fue la mejor época de mi vida, peleándonos con los de Dalt Vila con tirachinas, arcos y flechas y muchas pedradas. Todavía tengo alguna cicatriz de la época (ríe). Cuando celebrábamos Sant Joan era la hostia. Hacíamos unos muñecos como fallas con mi hermano Pedro, Barber, Pau, Rafalet… todos los de Sa Riba, vamos. Al principio hacíamos la hoguera en el Muro, pero cuando la gente se fue mudando a Vila, empezamos a hacerlo en Sa Graduada. En aquella época no teníamos móviles como ahora y cuando quedábamos a una hora, el último que llegaba le tocaba pagar la primera ronda (ríe). !Os prometo que todos éramos puntuales!

—¿Dónde iba al colegio?
—Primero iba a las monjas de San Vicente y después a Sa Graduada. Pero solo fui hasta que me saqué el graduado escolar. Enseguida me puse a trabajar cuando mi buen amigo Javier me propuso ir a trabajar con él al taller náutico de Eugenio Sentí. Con lo primero que gané me compré mi primera moto, una Montesa Cota de 40 cc, de trial. Dos años más tarde, con lo que había ahorrado durante ese tiempo, me compré la de 125 cc y me puse a trabajar dos años más como mecánico en la Renault. Tras dejar la Renault me puse a trabajar como electricista. Hacía cuadros eléctricos y centralizaciones para contadores con Serra y Cardona, con quien estuve durante 25 años. En esa época tenía poco más de 20 años y salíamos por todos lados. Íbamos de ‘palanca’ a Sant Antoni, al Nito’s o al Playboy, en Vila íbamos al Portal Nou, al Latina, al Xaloc o al Mar Blau. Allí, en el Mar Blau, fue donde conocí a una mallorquina, Josefina, con la que me acabé casando y teniendo a mis hijos, Félix y Víctor. Recuerdo que iba vestida con un mono de mecánico pero de color rojo y yo me burlaba de ella. ¡Mira cómo acabamos! (Ríe).

—¿Se dedicó mucho tiempo al trial?
—No mucho tiempo, pero en su momento llegué a participar y ganar una prueba del campeonato de Baleares que celebraron en Ibiza. Había mucha afición en aquellos tiempos. Estaba Palau, Bufí, Teodoro, Riereta, Brava, Guerra, Rafael Ruiz… Algunos de ellos manejaban billetes y se podían permitir buenas motos. Con los demás, los que no manejábamos tantos billetes, siempre se portaron muy bien en Ronsana, Joan Valls y su mujer nos dejaban pagar a plazos hasta las botas. Nos hacía llevárnoslas, «no podéis ir a hacer trial sin botas», nos decía Paquita, y cada semana les pagábamos 100 pesetas. No éramos malos del todo, solo que los sábados nos íbamos de juerga y el domingo por la mañana, cuando te subías a la moto y querías girar a la derecha, la moto se iba hacia la izquierda (ríe).

—¿Trabajó siempre como electricista?
—No. Aunque ese es mi oficio de siempre, de hecho me llaman Santi ‘el Litri’ por eso. Después de trabajar con Serra y Cardona estuve reformando hoteles con Matursa y otras empresas como electricista hasta que estalló la burbuja inmobiliaria y me quedé en paro. Un peón podía ganar hasta 6.000 euros, estaba claro que eso iba a reventar por algún lado. Cuando falló la construcción, falló todo: no se vendían electrodomésticos ni muebles ni fontanería ni nada. Se fue todo a la mierda. Llevaba más de un año parado y ya estaba bastante desesperado cuando me encontré con Vicente Bufí, el nieto de quien dio trabajo a mi padre y mi tío cuando llegaron a Ibiza. Le conté mi situación y me ofreció trabajar con él en Herbusa. Me advirtió de que es un trabajo duro: «Ya sabes de qué va el tema», me dijo, y yo le contesté que no tenía ningún problema con eso. Me dio una oportunidad en un momento delicado y le estoy muy agradecido. No le defraudé nunca.

—¿Se jubiló trabajando en Herbusa?
—Fue mi último trabajo. Tras haber estado trabajando durante diez años, en 2019, sufrí un infarto. Poco después de recuperarme del todo, en marzo de 2020, pillé el Covid nada más comenzar la pandemia. Estuve tres meses ingresado en la UCI y estoy vivo de milagro. A mi mujer le decían que fuera preparando los papeles porque me iba a morir. Cuando salí, en junio, pesaba 17 kilos menos y apenas podía caminar. En octubre del mismo año me extirparon el riñón derecho y, en 2021, me extirparon medio pulmón derecho. Desde que pasé el Covid no tengo gusto ni olfato, me tienen que operar de la vista y tengo parte de la cabeza en la que no tengo tacto. Además, me duelen las manos por el nervio cubital y el pie derecho ‘equino’. He perdido hasta la dentadura por el Covid. Tras todo esto me dieron una incapacidad absoluta aunque ahora, tras batallar 26 meses, acabo de recibir la tarjeta con solo un 35% de incapacidad. No lo entiendo.