José Manuel Rodríguez en su despacho de Radioelectrónica. | Toni Planells

José Manuel Rodríguez (Huercal, Almería, 1949) fue un pionero en Ibiza en distintos ámbitos. En una isla a la que llegó gracias al servicio militar, este técnico en electrónica abrió la primera tienda de componentes electrónicos así como uno de los primeros videoclubs en Ibiza.

—¿Donde nació usted?
—Nací en Huercal, Almería. Soy el mayor de los cinco hijos que tuvieron José y Carmen.

—¿Creció en Huercal?
—No. Cuando tenía seis años nos mudamos a Fiñana, también en Almería, donde viví hasta los 16 años. Allí es donde fui al colegio y crecí.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre suficiente trabajo tenía en casa con cinco hijos. Mi padre se dedicaba a vender aparatos de radio de la marca ‘Invicta’ por los cortijos. Hablamos de una época en la que en los cortijos no había ni luz. Para escuchar la radio tenían que apañárselas con baterías. Sin embargo, las baterías eran muy caras. Las radios las vendía a los labradores y a plazos, los señoritos compraban en las ciudades. Así que mi padre cogía 100 vasitos donde colocaba unos electrodos y echaba ácido y agua destilada para conseguir los 115 voltios necesarios para que funcionara la radio. Eso sí, esos vasitos apenas duraban un mes, luego había que volver a echar el ácido. Las antenas eran unos hilos que se colgaban de árbol a árbol y que podían tener hasta 50 metros.

—Supongo que en su casa tendrían una radio.
—Sí. Había muchas, pero eran para venderlas. Lo que sí había siempre alguna disponible para ponerla en marcha a la hora de la comida y a la hora de la cena para escuchar las noticias. No la poníamos más allá de estos momentos. Decían que se gastaban (ríe).

—¿Ayudaba usted a su padre?
—Más que ayudarle, le acompañaba en su Vespa cuando salía del colegio. Cuando él pelaba los cables, con la misma funda de los cables, yo me entretenía haciendo pequeña espada con un alfiler. En casa me ponía a su lado y, a la hora de repararlas, yo desmontaba la caja y veía como le cambiaba la lámpara. A quien más ayudaba era a mi madre con mis hermanos pequeños. Eso era lo más duro, porque siempre tenía que estar vigilándolos. Yo hacía lo que podía para escaparme a jugar con mis amigos. En cuanto se dormía uno en la cuna, yo salía gateando para que no se enterara. Pero siempre acababa llorando. Era desesperante.

—Nos ha dicho que vivió en Fiñena hasta los 16 años, ¿dónde fue entonces?
—Nos mudamos a Terrassa toda la familia. En el pueblo, si no vivías del campo, no tenías futuro. Nada más llegar me puse a trabajar. Primero en una fábrica de cartonaje un par de años antes de marcharme a trabajar a una gasolinera. Allí ganaba más del doble y, además tenía las tardes libres. Eso me dio la oportunidad de ponerme a estudiar electrónica a la vez que acompañaba a un amigo que era técnico para aprender con él. Me apasionaba entender como funciona la electrónica, las ondas y todo lo necesario para poder reparar los aparatos. Antes se reparaba todo, los aparatos de ahora no se pueden reparar. Con 19 años ya puse un cartel en la puerta de casa que ponía ‘Se reparan radios’. No tardé mucho en empezar a reparar televisores. De hecho, vi ganar Eurovisión a Masiel en una televisión mientras la reparaba. Como la tenía medio desmontada, la vi de lado (ríe).

—¿Prosperó reparando aparatos?
—Tuve el tallercito en una habitación de mis padres mientras seguía en la gasolinera hasta que la mili me lo desorganizó todo. Me tocó hacerla en Ibiza tras hacer la instrucción en Palma. Yo no sabía ni qué era Ibiza más allá de lo que me enseñaron en Geografía. Me tocó hacerla como policía militar. No tardé en empezar a trabajar reparando televisores en Casa Reyet y en buscarme una habitación en la boardilla del Hostal Parque con unos compañeros.

—¿Siguió con ese trabajo tras licenciarse?
—Al licenciarme estuve trabajando con Lladó en su tienda de electrodomésticos ‘Hábitat’ un par de años. Mientras tanto me casé con Pilar, con quien he tenido cinco hijos y ya tenemos hasta siete nietos. Al dejar la tienda, como ya me había llamado la atención que en Ibiza no hubiera tiendas de componentes electrónicos, siempre había que pedirlos fuera, abrimos nuestro propio negocio en la calle Castilla, Radioelectrónica, en abril de 1975.

—¿Fue bien el negocio?
—Así es. No tardamos mucho en abrir una Sony Gallery en los pasajes. En 1982, con el mundial de fútbol, llegó el ‘boom’ de los vídeos y monté el videoclub. Antes que el mío, había un local en el que un tal Vejarano alquilaba las películas por 800 pesetas. Lo que hice yo fue el sistema de club. El socio debía comprar una película, que en aquellos años podían valer 5.000 o 6.000 pesetas, y por 800 pesetas al mes, cambiarla cuantas veces quisiera. Aunque me auguraron la ruina en pocos meses, el negocio creció como la espuma. La gente se llevaba hasta media docena de películas para ver durante el fin de semana. Fue la época en la que más dinero gané.

—Igual que el vídeo tuvo un ‘boom’, también vivió un ‘crack’.
—Así es. Con el tiempo las cosas cambiaron y lo tuve durante cinco años. Estaba claro que, en cuanto empezaron a llegar más canales, a parte de La 1 y La 2, la cosa iba a decaer y así fue. Así que lo supe ver a tiempo, cerré y pude vender todas las películas. También monté una granja de gallinas. Tuve unas 10.000, pero acabé haciendo con las gallinas lo mismo que con las películas. Vendiéndolas a todas. Mientras tanto, siempre conservamos la la tienda de la calle Castilla, que trasladamos a la calle Aragón en 2015. Aquí es donde hoy en día se ocupa, con la ayuda de Pilar, mi hijo Carlos de continuar la saga. Yo me jubilé hace unos años y ahora solo vengo a ‘jugar’ con el ordenador (ríe). El mejor negocio que he hecho en mi vida, ha sido la familia.