Lourdes Marí tras su charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

Lourdes Marí (Vara de Rey, 1930) guarda en su memoria episodios fundamentales de la historia de Ibiza. Entre ellos el del fatídico 13 de septiembre de 1936, cuando su padre, su hermano, su tío y su primo fueron asesinados en el Castillo. Descendiente de la familia Marí Mayans, su matrimonio con Francisco Verdera la introdujo también en la historia de la prensa ibicenca.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en Vara de Rey. Yo soy la penúltima de los ocho hijos que tuvieron Bartolo y Francisca, mis padres.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Mi madre se quedó huérfana con solo tres años y la cuidó su tío, el deán Joan Tur. Vivió con él siempre en Dalt Vila. Primero en una casa cerca de sa Portella y, después, en el palacio episcopal cuando el deán estuvo haciendo las funciones de obispo en Ibiza. La familia de mi padre fue la fundadora de hierbas Marí Mayans en Formentera. El fundador fue mi abuelo, Juan, que tenía el alambique en la tienda que tenía en es Caló. Mi abuelo se había comprado un pailebote, el Juan Marí, con el que hacía viajes a Barcelona para traer materiales para vender en Formentera. Al parecer, les ponían problemas a la hora de traer alcohol, así que decidió hacerlo él mismo en Formentera. Con el tiempo, vinieron a Ibiza y montaron aquí la fábrica. La fábrica la llevaban dos de mis tíos y mi padre iba al seminario. Cuando estaba a punto de recibir las últimas órdenes, conoció a mi madre y se casó con ella.

—¿Qué recuerdos guarda de su infancia?

—Muchos, pero no todos son buenos, ya que mataron a mi padre en el Castillo justo antes de que empezara la Guerra Civil, cuando yo apenas tenía seis años. Ese día también mataron a mi hermano mayor, a mi tío y a mi primo.

—¿Tiene recuerdos de los tiempos de la Guerra Civil Española en Ibiza?

—¡Ya lo creo! Pasamos esos tiempos en Sant Jordi, en la finca de Can Tomeu. Desde esa casa se escuchaban truenos y tiros y, cuando salíamos a mirar, en Vila se podían ver las llamaradas saliendo de la ciudad. Lo recuerdo como si fuera ayer mismo. Cuando pudimos volver a nuestra casa de Vara de Rey, los trabajadores de la fábrica que se quedaron defendiendo el edificio no habían podido evitar que se metieran en el primer piso, que era el nuestro. No os podéis imaginar cómo nos lo dejaron. Lo convirtieron en una suerte de váter y habían recortado toda la ropa que cogieron para limpiarse.

—¿Puedo ir al colegio durante esos años?

—Durante esos años no. Fui después a las monjas de la Consolación. Y es que mi padre fue uno de los benefactores responsables de traer a las monjas. De hecho, sus jardines estaban en una parte de nuestros terrenos que mi padre les donó. Además, mi padre también fue uno de los fundadores del Cine Católico.

—Siendo hija de uno de sus benefactores, supongo que las monjas la tratarían bien.

—No os creáis que tuvieran más consideración por mí que por cualquier otra. De hecho, como era una traviesa y siempre estaba haciendo ‘salera’, siempre me estaban riñendo [ríe]. Aunque, en términos generales, era buena.

—¿Siguió estudiando tras terminar con las monjas de la Consolación?

—Sí. Fui al instituto, que estaba en Dalt Vila, al lado de la cárcel. En aquella época entrabas al instituto con 10 años y salías con 17 para hacer el examen de Estado, que se hacía en Barcelona. Tras el examen, que fui a Barcelona a hacerlo. Yo quería estudiar Farmacia, pero mi tío, que era un rancio, me dijo que, si quería estudiar, que lo hiciera por libre. Yo dije que de eso ni hablar y al final no estudié la carrera.

—¿Qué hizo entonces?

—Abrí una galería de arte en Dalt Vila que se llamaba Xaim junto a mi amiga Dolores Palau. Eran los años en los que había mucho artistas de mucho nivel en Ibiza, como los que llamaban el ‘Grupo 59’. Eran muy buenos tiempos para el arte en Ibiza. La galería nos ayudó a hacerla el mismo Erwin Broner. Todavía conservo uno de sus cuadros, del que dicen que es uno de los mejores. El arte y la música siempre han sido mis grandes aficiones.

—¿Era usted una mujer adelantada a su tiempo?

—[Ríe] Íbamos mucho a bailar al Bagatella, que era un local mío que le tenía alquilado a un policía que se llamaba Escandell. También íbamos a Ebusus, al Casino o a Ses Voltes en Sant Antoni cuando pude ir en coche. De hecho, creo que yo fui la primera mujer que se sacó el carnet de conducir en Ibiza. Al poco tiempo me compré un 600. Era 1956 y una mujer no podía tomar estas decisiones por su cuenta. En mi caso tuve que pedir un certificado del Servicio Social, que te daban en el local de la Falange. Allí, Maria Riquer daba clases de labores y demás. Pero como yo fui al instituto para que me dieran el certificado no tuve más que presentar una labor que en realidad me hizo mi madre.

—¿Tuvo la galería de arte durante mucho tiempo?

—Unos cuantos años. Hasta poco después de casarme. Mi marido se cansó de que nunca llegara a casa a la hora de comer y la acabé vendiendo. Luego monté otro negocio junto a Balansat, el SPAR de la plaza del Parque. Sin embargo, se la acabó quedando él al poco tiempo.

—¿Con quién se casó?

—Me casé con Paco Verdera en 1966, cuando tenía 36 años. Decidimos casarnos tras un accidente que tuvimos en un viaje junto a mi hermano y mi cuñada. Paco había estudiado Medicina y Periodismo en Barcelona y, cuando volvió a Ibiza, fue director de Diario de Ibiza, que pertenecía a su familia. Tuvimos dos hijos, Paco y Lourdes, que tienen a mis nietos Daniel Francisco y Nico respectivamente.

—¿Siguió trabajando tras casarse?

—No. Desde entonces me dediqué a ser ama de casa y a cuidar de mis hijos. Siempre acompañaba a Paco en sus viajes como director del diario o como presidente de Fomento del Turismo. Cuando nuestros hijos ya eran un poco mayores, decidimos mudarnos a Madrid para que estudiaran allí. Paco iba y venía.

—¿Vivió mucho tiempo en Madrid?

—Sí. Unos 40 años. Cuando Paco falleció, con 59 años, mi hijo ya estaba en la universidad y decidí quedarme con ellos. Tuvo un aneurisma y tras la operación quedó bastante tocado. En ese momento decidimos vender el diario a un señor de Barcelona que se llama Javier Moll.

—¿Cuándo decidió volver a Ibiza?

—Hace unos diez años, cuando mi hija y su marido pensaron en venir a vivir a Ibiza, donde hay mucha mejor calidad de vida. Yo ya tenía mi grupo de amigas allí y, cuando volví me encontré un poco sola, sin ningún grupo de amigas. Las de mi infancia estaban todas muertas. Sin embargo, no tardé mucho en hacerme con un grupo de amigas de las que, por edad, podría ser su madre. Un día las vi sentadas en el Montesol, me acerqué y desde entonces suelo salir con ellas. Con Carmen Valero, Josefina, Elena ...