Joan Ramis en el puesto de trabajo en el que ha permanecido durante 47 años. | Toni Planells

Joan Ramis (Jesús, 1959) ha permanecido en su mismo puesto de trabajo durante cerca de medio siglo. Natural de Jesús, acaba de terminar su vida laboral tras 47 años en Dielectro Balear desde donde Vicent, su jefe hasta hoy, le define como «un ejemplo para cualquiera: La sociedad necesita mucha más gente como Joan».

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Jesús, en Can Ramis. Yo soy el tercero de los cuatro hijos que tuvieron Vicent de Can Rampuixa y Eulària de Can Collet. Nieves es la mayor, después está Pepito y, detrás de mí está la pequeña, Pepita.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre siempre trabajó como albañil. Mi madre trabajaba en el Mercat Vell, en el puesto que heredó de mi abuela y que se acabó mi hermana. Allí tenía un puesto de fruta y verdura. Tanto mi padre como mi madre, cada mañana se levantaban a las cinco para coger cada uno su bicicleta y irse a trabajar. Mi hermana mayor era la que se encargaba cada mañana de atendernos a los más pequeños y acompañarnos al autobús para ir al colegio.

—¿Dónde iba al colegio?
—Los primeros años iba al colegio de Jesús con Don Vicent, que estaba donde ahora está el semáforo, en la casa roja que hay tras el Canadian. Los dos últimos años de colegio fui con Toni Vidal, que daba clases en un piso sobre el Cine Católic, después fui al Seminario. Fue una época divertida con profesores como Don Joan ‘Murtera’, Vicent ‘Pins’, Don Miquel Torres… Jugábamos a fútbol o a balonmano en el pequeño campito del Seminario y, cada vez que se nos caía la pelota era un dilema a la hora de ir a buscarla a casa del vecino, que era muy ‘pudent’ (cascarrabias). ¡Una vez organizamos un combate de boxeo y todo! Alguna vez nos llevaban al convento d’Es Cubells, recuerdo que nos escapamos un grupito de chavales para ir hasta San Josep. Fuimos y volvimos caminando y escondiéndonos de cualquier coche que nos cruzamos, como haciendo algo muy rebelde (ríe).

—¿Terminó sus estudios en el Seminario?
—No. Allí estuve durante cinco años, hasta que empecé a desmadrarme un poco y se me pasó eso de hacerme cura (ríe). Como en casa vieron que no quería seguir estudiando, pues me pusieron a trabajar. El primer trabajo que tuve fue como camarero en el Bon Lloc. Allí se trabajaban los siete días de la semana. Abríamos a las siete de la mañana para los desayunos y cafés de quienes se iban a trabajar. Después venían a tomar el café después de comer y, por la noche, otra vez se volvía a llenar. Sobre todo los sábados, cuando se juntaba todo el mundo a hacer la partidita de cartas. Se jugaba al ‘tuti’, al ‘ramer’, al ‘cau’… Pero nunca al ‘munti’, para eso se iban a otros lugares más discretos.

—¿Trabajó mucho tiempo en el Bon Lloc?
—Estuve desde los 15 hasta los 18. Cuando me vino a buscar Joaquín López, que vivía muy cerca de casa para trabajar en su almacén de material de electricidad, Dielectro Balear. Como en el Bon Lloc no tenía ni un fin de semana libre, entré a trabajar enseguida. Empecé desde abajo, como aprendiz en el almacén y, poco a poco, fui aprendiendo hasta hoy que, después de 47 años, me jubilo. Al principio estábamos en la Vía Romana, delante de Can Vilás. Después nos mudamos a la Calle Extremadura hasta 1992, cuando nos mudamos al polígono Eurocentro. En la primera mudanza tuve suerte y me salvé porque estaba haciendo la mili. En la mili también tuve suerte, porque me tocó de estafeta y, salvo tres días, apenas hacía nada en todo el día. Ni siquiera me vestía de militar y, además, podía seguir trabajando y ganar algo de dinero para ir por ahí de ‘palanaca’ al Mar Blau, al Portal Nou, al Play Boy de Sant Antoni. Allí, en el Play Boy, fue donde conocí a Carolina, con quien me casé cuatro años más tarde, en 1986, y con quien tengo a mis dos hijos, Joan y Carlos.

—¿Ha cultivado alguna afición?
—Sí, siempre he hecho bastante deporte. Principalmente jugar a fútbol, pero también juego bastante a padel. Empecé jugando en el Rayo Vallecano de Ibiza del 75 al 80. En esa época jugábamos la Liga Juvenil contra equipos nacionales. En 1977 nos enfrentamos al Rayo Lourdes y jugué contra Juan Señor, ¡qué bueno que era! Ese mismo año, el 17 de septiembre, hubo una gran tormenta. Yo estaba en nuestra ‘sede’, el bar Chelsee, que era del presidente del equipo, Carlos Duque, y no dejaba de llover. Carlos se ofreció a llevarme a casa en su coche, pero no pudimos llegar más lejos que donde está ahora el polígono Eurocentro. Los coches bajaban arrastrados por el agua. No pude llegar a casa y no veas el susto que tuvieron en casa al ver que c¡no llegaba. En el 82, el mismo grupo de amigos del Rayo Vallecano (Jaume de La Estrella, Pere Ventura, Mariano Costa…) empezamos a jugar al fútbol sala hasta el año de la pandemia. Siempre he sido bastante deportista. En realidad, siempre he sido tan deportista como juerguista (ríe). Tampoco fallaba nunca a un partido del SD Ibiza en aquellos años en los que se llenaba el campo hasta arriba. Es una pena, pero se ha perdido la unión que había entonces entre los clubes. En Ibiza hay grandes jugadores y se podría hacer algo para promocionarlos. El problema es que, cuando inician los estudios, se van fuera. Otro elemento es la fiesta, que ha echado a perder a muchos jugadores que podrían haber llegado más lejos de lo que llegaron.

—Tantos años trabajando en el mismo lugar, habrá pasado por distintas épocas, ¿no es así?
—Sí, claro. He vivido varios ‘booms’, pero también algunas crisis. La del 2008 fue la peor. Fueron tres años muy duros, sin embargo, en la empresa nunca dejaron de pagar religiosamente cada día 28. Otra crisis que fue muy dura fue la del covid. Nosotros mantuvimos abierto como servicio esencial, pero esta fue muy triste ver lo mal que lo pasaba la gente. Aquí siempre he estado muy a gusto, tanto con los compañeros como con los clientes. Aunque me vinieron a ofrecer otros trabajos varias veces nunca acepté. Y es que trabajar con gente como con la que he estado trabajando aquí tantos años no tiene precio.

—¿Tiene algún plan previsto para la jubilación que comienza hoy mismo?
—Ninguno concreto, la verdad. Me gusta mucho pasear y también aprovecharé para viajar un poco con la familia. También podré cuidar con calma de mi huerto y, básicamente, disfrutar. Eso sí, tengo que reconocer que echaré de menos este trabajo (se emociona). La verdad es que he trabajado mucho, pero siempre he tenido la suerte de trabajar muy a gusto, tanto con los clientes como con los jefes y los compañeros.