Eulària Guasch posa en su casa, Es Cruce d’en Joan ‘Marge’. | Toni Planells

Eulària Guasch (Sant Llorenç, 1953) nació y creció en Can Llorenç, una casa en las montañas de Sant Llorenç donde vivió su infancia en un modo de vida hoy considerado tradicional. Ganando sus primeras pesetas cosiendo por comisión, no se casó hasta los 30 años con Juanito ‘Marge’. Desde entonces, Eulària ha pasado cuatro décadas en el bar Cruce de Sant Rafel, donde tras el fallecimiento de su marido en 2015, hoy sigue trabajando codo con codo con sus hijos.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Sant Llorenç un 22 de diciembre de 1953. Yo era la cuarta de los ocho hijos que tuvieron mis padres, Toni de Can Llorenç y Maria, que salió de Can Roig.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—A la payesía. A trabajar el campo. Teníamos mucho huerto y un buen trozo de ‘puig’ donde mi padre, cuando necesitaba algo de dinero subía a cortar unos cuantos pinos para llevarlos a Vila para venderlos. Cuando había mucha fruta, también llenaba unos cuantos capazos de cerezas, albaricoques o ciruelas y se los llevaba para venderlos. Esa era la manera de traernos comida y dinero a casa.

—Teniendo tanto huerto, no les faltaría comida en casa.
—Así es. En casa nunca vi miseria, lo que sí que vi fue muchísimo trabajo. Chucherías tampoco vi ninguna, pero en la mesa no faltaba de nada. Cada semana hacíamos una ‘pastada’ de pan, cada año una buena matanza…Prácticamente todo lo que sembrábamos era para nosotros, lo que sobraba era para los animales, que también teníamos muchos. Eso no significa que, si sobraba un saco de cebada, no lo pudiéramos vender.

—¿Iba al colegio?
—La verdad es que fui muy poco. Me tocaba trabajar más que ir al colegio. A lo mejor iba un día y no volvía hasta dentro de un mes. No es que no me dejaran ir, pero más bien era yo la que tenía que pedirlo. En aquella época para las chicas ‘no era necesario ir al colegio’ (ríe), ‘con saber ‘emblanquinar’ y hacer pan era suficiente (vuelve a reír). La verdad es que me hubiera gustado ir al colegio, pero en aquella época tocaba trabajar para poder tener comida, que no caía del cielo. Como vivíamos muy apartados de cualquier otra casa, tampoco tuve la suerte de tener un grupo de amigas con las que jugar. Lo que sí tuve la suerte es de tener una familia muy bien avenida y una infancia muy feliz. Nuestra casa está al lado de las antenas de Sant Llorenç, de hecho, recuerdo cuando pusieron las primeras. Yo tendría unos ocho años y mi hermano mayor, Toni, llevaba agua a los trabajadores que estaban haciendo el camino. Se hizo muy amigo de uno de ellos, Eduardo, que venía de Ciudad Real y se acabó convirtiendo en uno más de la familia. Incluso vivió en casa un par de temporadas, la que hicieron el camino y la que pusieron las emisoras. Eso sí, en casa también trabajaba como todos. Como soy un desastre, hace tiempo que no hablo con él, pero hemos mantenido el contacto a través de los años.

—Entonces, ¿a usted también le tocaba trabajar en casa?
—Sí. Como yo soy la mayor de las hermanas y con los pequeños me llevo 10 (Llorenç), 12 (Jaume) y 15 (Mariano) años me tocaba cuidar de mis hermanos mientras mis padres trabajaban. También me tocaba cuidar de los animales y hacer trabajos en casa. Por ejemplo, hacer pan o queso. Para hacer el pan, el día antes preparábamos la levadura y al día siguiente ‘pastábamos’. No me gustaba nada ‘pastar’ ni ‘conrar’ el horno y, como hacíamos muchos panes y muy grandes, mi madre no me dejaba hornearlos porque tenía que poder colocarlos todos. Lo que sí que me gustaba era hacer el queso. Lo hacíamos cada día con la leche de las nueve o diez cabras que teníamos. Cada día había que limpiar los quesos que dejábamos secar en una ‘ternera’ para que no fueran las moscas. Cuando estaba seco, lo untábamos con aceite y pimentón rojo. ¡Estaba riquísimo!

—¿Siguió este ritmo de vida durante mucho tiempo?
—Bastante. Con el tiempo, mis hermanos se fueron yendo a trabajar a los hoteles. Mi hermana, María, y yo nos quedamos en casa y nos pusimos a coser por comisión cuando terminábamos el trabajo del campo. Cuando los demás se iban a la cama nosotras nos poníamos a coser toda la noche hasta que nos quedábamos dormidas. Cuando yo tenía 13 años ya cosíamos alguna docenita de pañuelos para sacarnos alguna peseta, cinco o seis como mucho. Cuando comenzó lo de la moda Adlib comenzamos a coser por comisión, que se ganaba bastante más. Los últimos años ya trabajábamos más cosiendo por comisión que en el campo. Estaba todo mucho más seco que antes, no se sembraba tanto y mis hermanos se habían ido casando o trabajaban fuera de casa. Todos salvo Joan, que estuvo siempre en casa.

—¿Pudo ganar dinero cosiendo?
—Así es, de hecho mi hermana y yo pudimos ahorrar para comprarnos un Ford Fiesta rojo cuando yo tenía 27 años. A partir de ese momento empezamos a tener nuestra independencia a la hora de poder ir a cualquier lugar por nuestra cuenta. Tened en cuenta que el autobús estaba a dos kilómetros de casa y solo pasaba a las ocho de la mañana para ir a Vila. A las 12:30 para Sant Joan y otro más a las tres. Si no podíamos coger este, teníamos que ir hasta Santa Eulària caminando dos horas. Cuando tuvimos el coche empezamos a ir a las fiestas con las amigas a La Cancela, a Ses Parres o La Cabina. Donde iba la juventud de entonces a bailar. Yo, más que bailar, culeaba (ríe).

—¿Fue en esa época en la que conoció a su marido?
—No. A Juanito lo conocí el día que se casó mi hermano Joan, que se celebró en su casa: el Cruce de Sant Rafel. Lo volví a ver al día siguiente, que siempre se iba a comer ‘ses sopris’ con toda la gente que había trabajado. Tras la de mi hermano, vinieron una boda detrás de la otra y no dejaba de verle cada dos por tres. Faltaban 15 días para Sant Joan cuando yo llevaba ropa por comisión a algún lugar y vi que él estaba desayunando en el bar Mariano. No tenía más remedio que pasar por delante y me acabó parando. Me saludó, me invitó a un café e hicimos ‘trato’ (ríe): Él tenía 47 años y yo 29, acordamos que a estas edades ya no estábamos para hacer ‘es bambu’ y, en la misma conversación decidimos casarnos. El 22 de diciembre de ese mismo año, 1983, el día que yo cumplía 30 años, nos casamos.

—¿Dejó de coser tras casarse?
—Sí, dejé de coser una semana antes de casarme. Pero es que, si me casé en diciembre, en octubre nació mi primer hijo, Juan Antonio. El 22 de diciembre, al año de casarnos, lo bautizamos. Luego, en cinco años, tuvimos a José Ángel y a Neus y ahora estoy esperando mi primer nieto (se le ilumina la cara). Desde que me casé me dediqué a mis hijos y a echar una mano en el restaurante. De hecho, sigo trabajando aquí 40 años después, siempre con Juanito hasta que falleció en 2015 y ahora echando una mano a mis hijos en la medida que puedo. Aunque tengo 70 años, he decidido no jubilarme. Me encanta estar los días grandes en la cocina haciendo piña. Yo no me considero cocinera: -soy cocinera en grupo. Sin los trabajadores no sería nada.