Toni ‘Frígoles’ en su taller de Can Negre. | Toni Planells

Toni Marí Ribas ‘Frígoles’ (Jesús, 1934) es uno de los últimos ceramistas tradicionales de la isla. Comenzó su oficio con solo 12 años y no tardó en convertirse en aprendiz de Joan ‘Daifa’, junto al que trabajó durante décadas. ‘Frígoles’ ha sido reconocido con distintos premios, menciones y exposiciones por su oficio y su creatividad en el mundo de la cerámica.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Jesús, en Can Toni Frígoles, que era la casa que se hizo mi padre en el trozo de tierra que le tocó de su familia. Allí nacimos los tres hermanos y las tres hermanas. Yo soy el mayor de los hermanos, la mayor era María, que tenía 20 meses más que yo.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre era el pequeño de siete hermanos y, con 14 años, se marchó a Cuba con su hermano Vicent. Estuvo trabajando allí con la caña de azúcar y mandando dinero a casa, pero decía que había demasiados mosquitos y que no le gustaba, así que solo estuvo tres años. Después se marchó a Barcelona, donde trabajó como camarero y cocinero siete años más. Hasta que conoció a mi madre, Maria de Can Puvil, en Ibiza y ya no volvió más. Se casaron y empezaron a tener hijos uno detrás de otro (ríe). Aquí trabajó en el hotel Royalty de Santa Eulària como cocinero con Toniet Correo. Era 1927 y contaba que ya cocinaban para 70 personas. Después se fue a trabajar a Vila, en Can Riquet, pero no tardó muchos años en dejarlo y ponerse a trabajar en el taxi, donde estuvo durante 30 años. Durante los años de la Guerra Civil le daba miedo estar en Vila por los bombardeos y se puso a trabajar en la carretera de Cap Martinet.

—¿Recuerda usted esos tiempos?
—No. De la guerra no recuerdo nada, sí me acuerdo de lo que vino después: mucha miseria y mucha hambre. Los que vivíamos en las afueras comíamos gracias a tener huerto. Pero quienes vivían en Vila lo pasaron muy mal. En casa teníamos un buen huerto y una ‘seni’ (noria) con la que sacábamos todo el agua que queríamos con los ‘cadufus’ (canjilones). Entonces llovía mucho.

—¿Trabajaba usted en casa?
—Sí, claro. Desde muy pequeño había que trabajar. A los 12 años le ofrecieron trabajo a mi padre para mí en la ‘teulera’ de Can Planes. Cuando me lo dijo acepté con la idea de ser chófer, en ningún caso quería trabajar como ‘gerrer’ (alfarero). Mi padre me recomendó que aprendiera el oficio, que en Ibiza solo quedaba un ceramista, ‘Daifa’, y que cuando este faltara no quedaría ninguno. En cambio, chóferes habría muchos. Tenía toda la razón. Así que entré como aprendiz de alfarero con un mallorquín que había en Can Planes. Me pagaban un duro por día. En par de años después, Joan Planells ‘Daifa’ se me acercó y me ofreció ser su aprendiz en su taller por ocho pesetas, así que me cambié de taller. Estuve allí hasta que hice la mili.

—¿Pudo ir al colegio?
—No. No fui al colegio ni un solo día. Sin embargo, mi madre venía de una casa que, aunque no fuera rica, estaba bien y pudo ir al colegio. Estuvo con las monjas hasta que se casó, así que tenía cierta cultura. Cada noche, después de trabajar, nos sentaba a los seis hermanos y a siete primos más y nos enseñaba a leer y escribir. Hubo una época en la que un hombre que era cartero, Lluís d’en Bernadet, venía a echarnos una mano en casa y se ofreció para darnos clases por las noches. Todo lo que sé es gracias a mi madre y a Lluís ‘Bernadet’.

—Cuando se fue a la mili, ¿pudo seguir trabajando?
—Sí. La verdad es que tuve un buen enchufe gracias a mi padre y me pusieron de estafeta para que pudiera seguir trabajando. Así pude seguir trabajando con ‘Daifa’ cada una de las tardes y haciendo horas extra. En aquella época había que hacer muchos ‘cadufus’ para los payeses, que se les rompían muy a menudo. Cada día podía hacer más de 20. Para entonces ya ganaba 40 duros semanales más otros 100 duros más a base de horas extra. ¡Hacía muchos ‘cadufus’! (ríe) Por eso tengo la rodilla estropeada, por darle tantas patadas al torno. Cuando terminé la mili, ‘Daifa’ había preparado un taller nuevo que esperaba dejarle a su sobrino, Adrián. Sin embargo, Adrián no quiso continuar el oficio de su tío y ‘Daifa’ me ofreció alquilármelo a mí por un precio simbólico, «para que el taller y el oficio sigan vivos», decía. Con las macetas que le hacía para su jardín se daba por pagado.

—¿A partir de cuándo se hizo cargo del taller de ‘Daifa’?
—A partir de junio de 1956. Justo en la época en la que empezaban a llegar los turistas. Pude hacer un trato con las agencias de viajes, que no sabían ni dónde llevar a la gente de excursión, para que pasaran por aquí. Cada día se podían parar hasta 20 autobuses llenos de turistas para comprar cerámica. Tenía hasta tres empleados. Aunque yo hacía mucho material, tuve que comprar todavía más de fuera para venderlo al doble de lo que me costaba a los turistas. Fueron años muy buenos económicamente y, como sabía que mi tiempo en ese taller era el mismo que el que le quedaba de vida a ‘Daifa’, le compré un terreno justo enfrente a Eulària de Can Cameta, a quien también le había comprado el solar para hacerme mi casa. Allí me hice mi propio taller en el que he estado trabajando los últimos 30 años, desde que murió ‘Daifa’ y lo cogió Adrián, el hijo de su sobrino que también trabajó conmigo. En mi taller ahora también trabaja mi hija, Maria José, aunque yo todavía me ensucio las manos.

—¿Se casó?
—Sí, el día de la Lotería de 1963 con Pepa Bufí, que era la sobrina de Eulària de Can Cameta. Las bodas siempre eran en sábado y, como el 22 de diciembre caía en domingo, ese año se celebró la Lotería el día 21 de diciembre, mientras nos casábamos.

—Entonces, ha dedicado toda su vida a la cerámica.
—Sí, y en los últimos años he tenido la suerte de que me han dado varios premios y reconocimientos. Pero también dediqué una etapa a la política. Entre 1982 y 1990 fui concejal de Puig d’en Valls en Santa Eulària con Vicent Guasch, que era amigo mío desde la mili. Me ofreció convenció diciéndome que estaría en el 13 de la lista y yo creía que no entraría. Sin embargo acabé yendo de número nueve y salieron 14. Siendo 14 contra cuatro, hicimos lo que nos dio la gana. En la política aprendí otras cosas de la vida, que el grande se come al pequeño entre otras cosas.

—Habrá visto evolucionar su oficio durante los años.
—Así es. Incluso teníamos que ir a buscar la arcilla a la cantera de Can Planes o a Ses Coves con ‘carros de calaix’. Después la secábamos en la fábrica antes de picarla con unas mazas. Entonces la echábamos a una balsa de agua para tamizarla con un ‘garbell’ y quitarle toda la piedra. Hacíamos ladrillos, tejas, tubos para desaguar, botijos de todo tipo, también para los marineros con un culo grande… El horno también era muy distinto a los modernos de hoy en día. Era de piedra y forrado por dentro con ladrillos. Para calentarlo se usaba leña y podía necesitar entre 25 y 50 horas de fuego seguidas para poder cocer. Podíamos gastar 20 o 25 carros de leña al día.