Laura Gotarredona tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Laura Gotarredona (La Marina, 1943), pese a haber nacido en pleno corazón de Vila, no vivió en Ibiza hasta que cumplió ocho años. Sus primeros años de vida los vivió en Barcelona, donde su padre trabajaba como técnico en un estudio de doblaje mientras la joven Laura observaba. A su vuelta a Ibiza no tardaría en adaptarse a unas comodidades muy distintas a las de la Ciudad Condal para comenzar una nueva vida en la isla que la vio nacer hace más de 80 años..

—¿Dónde nació usted?
—Nací en La Marina, en la calle que entonces se llamaba Tamarit, muy cerca de Vara de Rey. Allí nacimos mi hermana Juanita, que tenía ocho años más, y yo, donde vivían mis padres, Mercedes y Joan, con mi abuela.

—¿Creció en el barrio de La Marina?
—No. Cuando yo no tenía más que unos meses nos fuimos a Barcelona. Allí vivía un hermano de mi padre, Críspulo, que era periodista, trabajaba en la radio y le encontró trabajo a mi padre.

—¿A qué se dedicaba su padre?
—Mi padre fabricaba radios. Pero cuando nos fuimos a Barcelona, fue para trabajar como técnico en un estudio de doblaje de películas, La voz de España. Estaba en la avenida del Tibidabo y nosotros vivíamos en el piso de encima del estudio. Yo no me separaba de mi padre. Era muy bonito ver a los actores de doblaje recitar sus guiones o a los técnicos de sonido ingeniándoselas para recrear los distintos ruidos de la película. Ponían una lona en un molino como el de los afiladores y parecía que escuchabas el viento. Recuerdo que proyectaban las películas en idiomas extranjeros y yo me sentaba delante de la pantalla para verlas. No me acuerdo en concreto de ninguna de las películas que vi, pero cada vez que veo Casablanca recuerdo mi niñez y de esos tiempos.

—¿Hasta cuándo trabajó su padre en los estudios de doblaje?
—Trabajó allí durante ocho años, hasta que vendieron el estudio a la Warner Bros e hicieron una limpieza de personal. Como mi padre tenía fama de ser muy ‘rojo’, fue uno de los primeros en caer. A partir de entonces, se dedicó a llevar mercancías desde Barcelona a los pocos supermercados que había en Ibiza. Sobre todo a Can Riquet. Él iba y venía de Barcelona, nosotras, en cambio, volvimos a Ibiza.

—¿Cómo fue el cambio de vida desde Barcelona a Ibiza?
—Para mí, muy mal. A mi hermana le hacía mucha ilusión, porque ella había pasado aquí su primera infancia, pero yo no había venido nunca. Cuando vi que en casa ni siquiera había electricidad, nos iluminábamos con quinqués, y que no había más cuarto de baño que un pequeño water en un rincón, lo único que pensaba es ‘dónde hemos ido a parar’. Poco después mi madre puso electricidad y arregló una parte de la casa para nosotras y no tardé en adaptarme. La verdad es que el barrio era una maravilla. Todos los vecinos éramos amigos, se dejaba puesta la llave en las puertas de las casas. Además, cerca de casa había varios bares, el Mitg terç justo delante, Can Rafal Justo al lado, además del Noguera o el Dorado. Había un ambiente muy bonito en el barrio.

—¿Fue al colegio?
—Sí, claro. Había ido al colegio en Barcelona con unas monjas que había en la calle Balmes, al lado de donde vivía mi tío Críspulo. Cuando vinimos a Ibiza fui a Sa Graduada y no tardé en hacerme mi ‘colla’ de amiguitas. Allí estuve hasta los 14 años, entonces fui a la Alianza Francesa, donde me dieron una beca para ir a estudiar a Francia. Con el tiempo me arrepentí de no haber ido, pero mi hermana había muerto hacía solo un año y mi padre unos años antes, así que no quise marcharme y dejar a mi madre aquí sola.

—¿Siguió estudiando en Ibiza?
—No. Como no quise irme a Francia mi madre me dijo que, si no estudiaba, me tocaba trabajar. Así que me puse a aprender a bordar con Pepa ‘Bernada’. Estuve con ella bordando manteles y ajuares unos cuatro o cinco años. Entonces Afrodisio Bonet me ofreció trabajar en su relojería, Casa Afro, donde estuve trabajando otros cinco o seis años.

—¿Qué hizo al dejar de trabajar en Casa Afro?
—Casarme con Paco ‘Maymó’ en 1967, cuando tenía 21 años. Entonces ya no volví a vender relojes ni a bordar ajuares. Bastante trabajo tenía en casa, y es que, como no había tanta televisión como ahora (ríe), tuvimos cinco hijos: Laura, Miguel, César, Medi y Sónia. Ahora ya tengo hasta 10 nietos, que no son tantos si haces la media: sale a dos nietos por hijo (ríe). Paco se dedicaba a la empresa de autocares de turismo que fundó su padre y que ahora gestiona nuestro hijo.

—¿Siguió cosiendo o bordando por su cuenta?
—Solo cuando mis hijos crecieron un poco y me pedían algún vestido. Entonces compraba la revista ‘Patrones’ y les hacía alguna cosa. Ahora me gustaría poder seguir cosiendo o bordar de vez en cuando, pero la vista me lo impide.

—¿Mantiene alguna afición?
—Siempre me ha gustado viajar. Ya viajaba mucho con Paco y, desde que falleció hace 21 años, he continuado viajando. He estado en China, en Noruega, París, Londres, Alemania… También me junto con mis amigas todos los viernes a desayunar para contarnos las cosas. La verdad es que he tenido y tengo una buena vida. No me puedo quejar.