Pepe ‘Gamba’ en Santa Gertrudis, su pueblo ‘de adopción’. | Toni Planells

Pepe ‘Gamba’ (La Marina, 1952) es uno de los personajes míticos de la isla que ha sido testigo de primera mano de la evolución del mundo del ocio y de la música en Ibiza. Cerca de tres décadas como director de Pachá podrían llenar llenar páginas de cualquier novela. De la misma manera que toda una vida vinculada con la música en conjuntos tan célebres como Los Diana o s’Orquesta d’es Ola de Vila.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en La Marina, en ‘es carrer d’Enmitg’, igual que mi hermano Juanito. Tengo un cojón pagès y un cojón marinero (ríe). Me refiero a que mi madre, Dolores de s’Hereva, era de una familia en la que todos eran gente de la mar. Mi padre, Pep ‘March’, era pagès y tenía más de 10 hermanos, por eso se fue a trabajar a Vila, donde conoció a mi madre en el barrio de Sa Penya.

—¿Creció en La Marina?

—Los primeros cinco años sí. Allí aprendí a nadar y a pescar en ‘es Moll’ y a ‘emprenyar’ a los marinos que había allí en comandancia. En el 57 nos fuimos a vivir a Ses Protegides cuando eso era el culo de la ciudad. Aunque ahora soy un adoptado de Santa Gertrudis, soy ‘vilero’ de toda la vida. Fui al colegio a Sa Graduada y fui del curso que inauguró el instituto de Santa Maria en el 62. Eso sí, el examen de ingreso lo hice en Dalt Vila cuando el Ayuntamiento era a la vez el instituto y la cárcel. En el instituto teníamos a Don Vicent Ferrer Guasch de profesor de dibujo. Un día nos habló de que se iba a reactivar la tuna y nos invitó a que nos apuntáramos. Yo me apunté junto a unos cuantos más. El profesor era Don Rafael Zornoza, que daba clases en Artes y Oficios, donde se hacían los ensayos. Allí es donde conocí a su hijo y mi gran amigo y añorado Tito Zornoza. Él, junto a Platé y Juanito ‘es bessó’, me propusieron un tiempo después unirme a la banda que estaban montando, Los Diana.

—¿Cómo fueron los inicios de Los Diana?

—Al principio no teníamos más que guitarra española y una batería que solo era una caja y un bombo que non tenía ni pie, así que lo poníamos al revés. La primera guitarra eléctrica y amplificador llegó a mis manos en el 66, cuando el gran Xicu Bufí, de ‘Es Amics’, se fue a Barcelona para comprarse el mejor equipo que había en el momento para su banda. Yo heredé el equipo antiguo de Xicu y Tito el de Héctor. No nos cobraron ni un duro. Jamás le estaré suficientemente agradecido. Con 14 años ya estábamos tocando por toda Ibiza y Formentera cuando no había ni electricidad en la isla. Cogíamos la Joven Dolores delante de Can Pou el sábado al medio día, íbamos a tocar a Can Victor Rafal, en Sant Francesc, y volvíamos el lunes por la mañana. Tocamos también mucho tiempo en el Barbacoa Ibiza de Santa Gertrudis. Que estuvo abierto del 72 al 84. La mitad de los chavales del pueblo y la mitad de los de Sant Miquel trabajaban allí, con esas camisas rojas que llevaban de uniforme. El director, Antonio Cardona, cuando ya lo habían recogido todo, les daba permiso para ir a bailar y divertirse. Como tocábamos cada noche y los chavales ya se conocían el repertorio, cuando sabían que la próxima canción era una lenta, se acercaban a alguna turista guapa para sacarla a bailar, «you dance?, you dance?», les decían. Cuando llegaba la lenta y nosotros veíamos alguna camisa roja abrazada a una turista, alargábamos la canción todo lo que podíamos y tocábamos otra lenta más para que pudieran continuar bailando agarrados. En el 68, cuando tenía 16 años, grabamos Sa Fauç, que había escrito Siso, en Barcelona.

—¿Continuó con sus estudios?

—Llegué a aprobar la reválida de cuarto porque se me apareció la Virgen e hice el Bachiller superior. Con eso tuve suficiente. No quise seguir estudiando. Con 18 años, lo que hice fue presentarme a las pruebas de acceso a la plantilla del Banco Santander cuando llegó a Ibiza y entré a trabajar allí. Cuando me tocó hacer la mili, en 1973, la hice de Policía Militar y recuerdo que los turistas en el puerto me preguntaban por Pachá, que había abierto ese mismo año y era la única luz que se veía entonces por esa zona. Un año antes, Ricardo Urgell le había comprado esa ‘feixa’ a Mariano Llobet y no tardamos en conocernos. Al principio, Pachá no era una discoteca donde iban los ibicencos. Nosotros nos íbamos de palanca a Sant Antoni. Pachá era un lugar con un ambiente muy especial, lleno de hippies, perros y olor a pachuli en el que la gente ibicenca no se acababa de encontrar cómoda.

—¿Continuó trabajando en el banco al terminar la mili?

—Sí. Trabajé allí durante 15 años, hasta 1985. Ricardo Urgell me había ofrecido varias veces trabajar con él y ese año hicimos un pacto de amigos para probar durante un año. Me pedí una excedencia en el banco y acabé trabajando en Pachá durante 28 años, hasta que me jubilé. Estuve trabajando de noche desde 1985 hasta 2012. Yo, más que director, era el responsable de que las cosas salieran bien con todo el equipo de encargados. Pasamos de tener 10 barras a tener 30. De las primeras cosas que hicimos fueron las famosas galas juveniles, traíamos a las mejores bandas de la época, Presuntos implicados, La Frontera… para que la juventud ibicenca viniera y le perdiera esa especie de respeto a Pachá. Fue todo un éxito y esa juventud, un par de años más tarde, empezó a salir de noche y ya conocían la discoteca. Entonces abrimos Pachachá, con otro tipo de música, donde la gente de más edad que raramente entraba hasta la pista de baile, se quedaba tomando sus copas. También decidimos abrir durante todo el año. No por que se ganara dinero, apenas se cubrían gastos, sino por mantener las puertas abiertas a los ibicencos durante el invierno.

—Tantos años en la noche. Seguro que tendrá muchas anécdotas de las que no se pueden contar, ¿nos cuenta alguna?

—Pues no. En mi trabajo siempre fui sordo, ciego, mudo y tonto y no he visto, oído ni dicho nada nunca sobre nadie. Sin embargo, ya os podéis imaginar la cantidad de estrellas de todo tipo, de fútbol, de la música, del cine…, que ha pasado por allí durante todo ese tiempo. Reconozco que me ha tocado usar mi mano izquierda con muchos de ellos, pero cuando me ha tocado usar la mano derecha, tampoco he tenido ningún problema a la hora de ponerme serio y, si había que echarles, se les echaba. Solían estar en el ‘privé’, que nació en los desfiles de Míster o Miss Pachá en el espacio que reservábamos para el jurado. Les poníamos unas botellas de champagne, la gente los veía y quería estar allí. Así que decidimos no desmontar el reservado y probar. Se nos llenó enseguida de gente que le gustaba que se les viera allí sentados tomándose su Don Perignón. De una fila salieron dos y poco a poco llegó a haber varios rangos. La primera fila siempre se llamó ‘el jurado’. A mi me daba por saco que no tuviéramos una música diferente y le propuse a Ricardo hacer una noche de Blues en una sala más tranquila a la que llamábamos ‘El Cielo’. Así que, aprovechando que ‘la pelota era mía’ (ríe) pude estar durante dos años, 95 y 96, tocando con mis amigos, Dennis o Blues Dave, en la sala de Pachá que después convertimos en la ‘Funky room’. Si quieres llenar una pista de baile, pon funky. La única vez que me escapé del trabajo fue la noche que James Brown tocó en el Ku, después volví a trabajar, por supuesto.

—En el mundo de la noche, el tema de las drogas estaría muy presente, ¿no es así?

—El tema de las drogas en las discotecas es innegable, sin embargo, en lo que respecta a mí, yo estaba trabajando y tenía que estar más sereno que nadie. Siempre bebía agua. El único gin tónic que me bebí en Pachá fue para celebrar que habían cogido al asesino de Mónica Juan con la ayuda del testimonio de uno de los trabajadores. Le contó a la Policía que había a un hombre con unos arañazos en la cara y lo acabaron deteniendo y condenando.

—¿Continuó con la música?

—Sí. Tras Los Diana, estuve en Nuevos Bohemios antes de dejarlo durante un tiempo hasta que, en el 89, montamos la Orquesta d’Es Ola de Vila, que tuvimos durante 10 años. La primera fiesta de Noche Vieja, sería la del 90, que celebró el Ayuntamiento en Vara de Rey tocamos nosotros. Al principio, cuando salimos de cenar en Can Alfredo, no había nadie pero poco a poco se fue llenando y fue todo un éxito. Después grabamos un disco de recuerdo en el 91. En 2007 Pep Pilot organizó un homenaje a los músicos de los 60 y nos reencontramos todos. Allí se nos ocurrió montar un grupo de Rock para tocar lo que nos diera la gana cuando nos diera la gana, Toc Rock, con la que estuve 10 años más. Hace cuatro años, cuando Tito decidió dejar de cantar, vino Joan Barbé (padre) y montamos Simple Rock, con la que seguimos tocando. Yo he tenido que cambiar la guitarra por el bajo y ponerme a bramar (ríe). Es un placer ver que a la gente joven le gusta esta música.

—¿Qué le parece la evolución que ha vivido la música?

—Con la música me pasa lo mismo que con las personas. O me gustan o no me gustan, con independencia de su color de piel, su religión o su procedencia. Me gusta según que jazz, según que flamenco, el blues normalmente me gusta todo y el funky ya ni te cuento. En cuanto a los músicos, ahora hay muy buenos maestros y escuelas. No como antes, que solo teníamos a Don Vitorino con su Banda y a Don Rafael Zornoza con la rondalla. Cuando veo a los músicos de ahora en la isla, flipo. Nosotros hemos tenido que ser amateur toda la vida.

—Si hablamos de djs, ¿qué nos cuenta?

—Ufff! Menudo tema. En los años 80, la noche tenía un circuito muy marcado que comenzaba en el Puerto para después ir a Pachá. De allí se iba al Ku para terminar en Amnesia. Luego Pepe Roselló, un ídolo, abrió el Space para completar el circuito. Cada local tenía su propia personalidad y sus propios djs. En Pachá estaba Joan Ribas y Pippi, en el Ku estaba César de Melero y en Amnesia, Alfredo. Poco a poco empezaron a llegar los promotores extranjeros. El primero en traerlos fue nuestro añorado José Padilla. Él, aparte de trabajar en el Café del Mar, tenía una fiesta en Pachá una vez por semana y empezó a traer a Cream o Ministry of Sound a su fiesta. Esta gente vio enseguida el potencial que tenía Ibiza y a traer a sus djs que, a partir de ese momento, empezaron a ser los que mandaban. Dejó de ser importante la importancia de la personalidad de cada local para tenerla quién y dónde pinchaba. Al principio tenían una exclusiva con locales, pero muy pronto se las pasaron por el forro. Yo creía que la burbuja de los djs recentaría por algún lado, los precios eran desorbitados, pero me equivocaba: No dejan de subir esos precios. A David Guetta, que ya era bastante conocido en París, lo trajeron unos franceses para hacer una fiesta. Lo petaron. Al año siguiente hicieron dos más y lo volvieron a petar. El año siguiente fue una fiesta al mes y, al siguiente, una cada semana. Nunca ha dejado de petarlo. Lo que no me gusta de los dj, es que ahora se han vuelto muy señoritos. Me refiero a que llegan a las tres, hacen su ‘set’ y se piran. Con lo que cobran, deberían pinchar desde que se haber hasta que se cierra, que el local se va a petar desde el momento que empieza. Sin embargo, todavía quedan djs que lo hacen, Roger Sánchez pone el primer disco de la noche y el último antes de que se cierre. Me quito el sombrero ante gente como él.

—Sobre Ibiza, ¿cómo le parece que ha evolucionado?

—Ibiza sigue teniendo lugares que mantienen el espíritu de siempre -Pepe detiene la charla un momento para saludar a Larry-. Sin ir más lejos, hace poco más de un año estaba allí sentado -señala una mesa en Santa Gertrudis- muy poco antes de morir el gran guitarrista Jeff Beck con Johnny Deep y este hombre, Larry, que vive aquí y es el hijo del mismísimo James Brown. Estaban sentados tranquilamente sin que nadie les dijera nada y esa magia es la que debemos cuidar y evitar que desaparezca. Aquí se junta el multimillonario con el payés y con cualquier trabajador sin que nadie juzgue a nadie.

—Con una vida tan frenética, ¿le dio tiempo a formar una familia?

—Sí. Hace cinco años que enviudé, pero he tenido la suerte de pasar 40 años con la mujer de mi vida, Angélika. Era una turista alemana que conocí de ‘palanca’ en 1978. Nos casamos en 1982 y, un año más tarde, tuvimos a nuestro hijo, Marc. Ahora, en mi jubilación, me dedico a estar tranquilo, a ensayar y tocar con los amigos.