Juliette Planells frente a su negocio familiar en Vila. | Toni Planells

Juliette Planells (New York, EE.UU,1963) nació en Nueva York, pese a que sus raíces paternas eran ibicencas. Unas raíces que la llevaron a volver a Ibiza, donde encontró el amor en su juventud y donde volvió a enraizar.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en New York, aunque mi padre, Toni de Can Basseta, era ibicenco. Se mudó allí tras casarse con mi madre, Enriqueta. Así que soy mitad americana y mitad ibicenca.

—¿Cómo se conocieron sus padres?
—Se conocieron en Ibiza, cuando mi madre vino de vacaciones. Se hospedaba en la Fonda de La Marina y, como antes se conocía todo el mundo en esa zona y mi padre vivía y trabajaba allí, en la tienda de telas que tenía su familia en la calle de Sa Creu, se acabaron conociendo. Durante unos años, mi madre estuvo yendo a Ibiza durante las vacaciones y, al final, se acabaron casando. Como mi madre era extranjera y no era católica, en Ibiza el obispado le puso muchos problemas a la hora de casarlos. Menos mal que mi tío, que era cura, estaba en Valencia y los pudo casar allí antes.

—Tras casarse, ¿sus padres se mudaron a EE. UU?
—Así es. Serían finales de los años 50 y en aquella época había más posibilidades allí que en Ibiza. En Ibiza mi padre se ocupaba de la tienda junto a mi tío, una vez en EE.UU hizo todo tipo de trabajos. Empezó por abajo, trabajando en distintas fábricas de coches o de colchones y en jardinería. Pero mi padre tenía una especie de don para el trabajo y progresó en todos los trabajos que tuvo, si hubiera tenido estudios seguro que podría haber llegado a ser directivo. Sin embargo acabó teniendo sus propios negocios, el último fue de antigüedades. Mi madre, aunque era pintora, se ganaba la vida como profesora de arte en un colegio.

—¿Cómo fue su infancia en EE.UU?
—La verdad es que tuve una infancia muy feliz con mi familia. Yo tenía una vida muy familiar. Estaba más en casa que por ahí fuera con las pandillas de amigas como veis en las películas americanas. En casa solo éramos nosotros tres y era una de las pocas familias en las que la madre trabajaba, así que entre todos, mi padre el primero, nos ocupábamos de las tareas de la casa. El único que era estricto era mi abuelo, que hombre bastante conservador y controlador. Vivíamos en una zona residencial, en una casa con su jardín y un pequeño huerto en el que mi padre sembraba lechugas y otras cosas. En realidad pertenecía a New Jersey, pero solo tenía que cruzar la calle para estar en Nueva York. Era un lugar bastante tranquilo, apenas se oía hablar de armas, no como ahora. No es que dejáramos la puerta de casa abierta, pero si la hubiéramos dejado, tampoco hubiera pasado nada.

—¿Mantenía contacto con su familia de Ibiza?
—Sí, pero tampoco muy a menudo. Vinimos unas cuantas veces y llegué a conocer a mi abuela Pepa cuando yo era muy pequeña, pero estuvimos una larga temporada sin ir. Poco antes de terminar el instituto, a finales de los 70, vine yo sola a pasar las vacaciones. Me quedaba en casa de mi tía Vicenta. En esa época yo no tenía las ideas muy claras y en Ibiza me sentía muy a gusto, lejos de las ideas estrictas de EE.UU. Como tenía un primo de mi edad, Vicente, al pobrecito le tocaba pasearme (ríe). Me llevaba con su pandilla por ahí, al Play Boy de Sant Antoni y a los sitios donde se iba en la época. En esa época conocí a otro Vicente, ‘mi Vicente’ (ríe), que era uno de los amigos de la pandilla de mi primo.

—¿Qué pasó con ‘su Vicente’?
—Que nos hicimos novios. Yo tenía claro que quería terminar el instituto pero no que quisiera ir a la universidad. Mantenía la relación yendo y viniendo a Ibiza durante unos años hasta que nos casamos en 1984. Tuvimos a nuestros hijos, Daniel y Marcos. Buscamos nombres que fueran fáciles en inglés y en castellanos. Sin embargo, cuando fuimos a bautizar a Daniel, pregunté cuál era la tradición ibicenca a la hora de poner el nombre a los niños. Me dijeron que se les ponía el nombre del padre, del abuelo paterno y del cura que lo iba a bautizar: ¡Los tres se llamaban Vicente! (Ríe) Me negué en rotundo a ponerle Vicente, media familia se llama igual (ríe). Ahora tenemos dos nietos y tampoco se llaman Vicente, se llaman Travis y Logan.

—¿A qué se dedicó cuando llegó a Ibiza?
—Siempre trabajé en Muebles Ibiza, el negocio familiar de mi marido. Sin embargo, estuve buscando otros trabajos antes. Pero en esa época, siendo extranjera, me pedían papeles para poder trabajar y a la hora de pedir los papeles, me exigían tener trabajo para dármelos. Era la pescadilla que se muerde la cola. No había ni internet ni correo electrónico y los trámites para conseguir los papeles era muy difícil. Más aún siendo norteamericana. Siendo hija de español, hasta la mayoría de edad (21 años), tenía la oportunidad de pedir la nacionalidad española, pero dejé pasar la oportunidad. Con los años, muchos papeles y muchos problemas, conseguí cambiar la nacionalidad de norteamericana a española. Los americanos no entienden que prefieras tener otra nacionalidad que no sea la suya. Además, si has nacido en EE.UU, no te dejan tener doble nacionalidad. Me obligaron a elegir y elegí ser española.

—¿Tuvo algún problema a la hora de adaptarse?
—No. No tuve ningún problema a la hora de adaptarme. Aquí tenía a mis tíos y mi familia. Además, la familia de mi marido me recibió con los brazos abiertos. Es verdad que, aunque había ido a clases, mi español no era muy bueno, pero a base de vivir aquí aprendí rápido. Con el ‘eivissenc’, lo entiendo perfectamente, pero me da vergüenza hablarlo.

—¿Echó de menos su vida en EE.UU?
—Nunca. Siempre iba y venía para ver a mis padres hasta que fueron mayores. Entonces vinieron aquí, que es donde pasaron sus últimos años, que fueron muy divertidos para ellos con sus nietos.

—Profesionalmente, ¿siempre se dedicó al negocio familiar con su marido?
—Así es. Y nos seguimos dedicando. Al principio la tienda, qu está detrás de Santa Cruz, tenía muebles de hogar, de oficina e instalaciones comerciales. También teníamos que tener accesorios para las instalaciones comerciales, pero no teníamos espacio y acabamos usando el local que se usaba como almacén para poner una tienda solo para accesorios. Ahora sigo trabajando entre una tienda y otra. Con el tiempo, dejamos de tener muebles del hogar y ahora llevamos el negocio familiar junto a mis hijos. La jubilación, la veo muy lejos. Es un trabajo que me gusta.

—¿A qué se dedica en su tiempo libre?
—A raíz del Covid, nos hemos ido a vivir a nuestra casa del campo. Tras la pandemia, cambiamos el horario de la tienda y ahora tenemos toda la tarde para hacer cosas en el campo. La oficina de mi marido por las tardes es un lugar lleno de sierras y herramientas para el huerto. También nos gusta mucho ir a pescar con el llaüt, pero siempre que podemos salir, hace mal tiempo (ríe).