Catalina Tur en    Vila tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera.    | Toni Planells

Catalina Tur (Sant Miquel, 1935) nació y creció en Sant Miquel a mediados del siglo XX. Testigo del proceso de transformación que sufrió la isla, viviendo desde el duro trabajo en el campo y en el bosque hasta la llegada del turismo.

¿Dónde nació usted?

Nací en Can Cabriel, en Sant Miquel. Yo era la tercera de los cinco hijos que tuvieron mis padres, Joan de Can Cabriel y Eulària de Can Mates, y vivíamos en casa con mis abuelos, Joan y Maria.

¿A qué se dedicaban sus padres?

A trabajar mucho. Teníamos una pequeña finca en la que sembrábamos y teníamos animales, se hacían matanzas y, aunque en esos tiempos no había ninguna abundancia, no nos faltaba nada. Se recogían las algarrobas, las almendras… Las aceitunas las recogía dos veces al día, por la mañana antes de soltar los animales para que no se las comieran y después se volvía a repasar durante el día con todo el calor. Pero el dinero se sacaba del bosque.

¿A qué se refiere?

A que mi padre hacía, por ejemplo, mucho carbón. Cortaba los pinos, vendía lo gordo y, con las partes más menudas, montaba una ‘sitja’ donde hacía carbón. Al lado se montaba una caseta para poder dormir, y es que no se podía abandonar la ‘sitja’ en ningún momento durante un par de días. Muchas veces iba hasta el bosque a llevarle la cena y me quedaba durmiendo allí con él toda la noche.

¿Qué hacían con el carbón?

Lo llevaba con el carro y la mula a venderlo a Vila. Pensad que entonces se hacía todo con carbón, no había cocinas modernas como ahora. También se vendía la ‘carrasca’ del bosque. Se aprovechaba mucho el bosque, también se hacía ‘sangrar’ a los pinos para sacar la resina con la que se protegía la suela de la ‘espardenyes’ de esparto. También es verdad que entonces llovía, no como ahora, y había mucha agua por todos lados y ahora está todo seco. También había muchos animales, perdices, conejos, las ‘genetes’ solían hacer algún desastre con las gallinas y las palomas o los cuervos se llevaban algún pollo, pero no era como ahora, que los animales que hay se lo comen todo, como las torcaces, por ejemplo.

Usted creció durante los años 40, conocidos como ‘els anys de sa fam’.

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Sí, pero en el campo no nos faltaba nada. Lo pasaron peor en Vila, no era raro ver a menudo a gente que venía de allí para pedir cuatro cosas. Incluso se comían las algarrobas más grandes y gordas, las ‘bovals’. Se aprovechaba absolutamente todo, desde los ‘garrovins’ hasta los caracoles y las ‘pinyetes’ que les echábamos a las gallinas para que hicieran más huevos.

¿Pudo ir al colegio?

No. Nunca me he sentado en un pupitre. Mis hermanas sí que fueron, pero yo era muy trabajadora y, además, mi padre consideraba que las mujeres no necesitábamos ir al colegio. En parte, en esos tiempos, tampoco le faltaba razón, pero ahora necesito ayuda hasta para sacar dinero. A mucha gente de mi generación le pasó lo mismo. Era solo una niña y ya labraba o ‘teulejava’ agarrada a la cola de la mula, aunque pesaba tan poco que apenas allanaba nada (ríe). También cocinaba en casa desde que era tan pequeña que ni siquiera podía con la olla.

¿Trabajó siempre en el campo con su familia?

No solo con mi familia y no solo en el campo. Con 12 años ya estaba segando para una finca de unos vecinos y también estuvimos mucho tiempo como mayorales en la finca de Can Pep des Ferrer. También cosí siempre, haciendo pañuelos y repulgo, para sacar algún duro. Al principio nos pagaban más bien poco, pero con los años fueron pagando un poco mejor. Cuando terminaba el trabajo en el campo me ponía a coser por las noches con la luz de un ‘quinqué’. Al terminar tenía la nariz negra del humo (ríe). Cuando construyeron el hotel en el Port de Sant Miquel fue toda una revolución. A partir de ese momento empezaron a venir extranjeros y la cosa cambió mucho. En esa época Planes montó el primer grupo de ‘ball pagès’ y yo me apunté. Nos enseñó a bailar Maria d’en Xicu, la suegra de Planes, y yo hacía de ‘majora’, vestida de negro y bailando ‘sa curta’.

¿Trabajó también en el hotel?

Mucha gente fuimos a trabajar allí, yo también, claro, limpiando habitaciones. En esa época muchas mujeres dejaron de vestir de payesa para vestir ‘de corto’. Mi madre sin ir más lejos. Yo nunca fui vestida de payesa, mi padre siempre decía que vestir de esa manera no tenía futuro, sin embargo, como mis amigas sí que iban vestidas así, me daban cierta envidia.

¿Trabajó mucho tiempo en el hotel del Port de Sant Miquel?

No mucho. Pero me dio tiempo a conocer allí a Joan, que venía de un pueblo de Sevilla que se llama Carmona y con quien no tardé en casarme. Después estuve cinco años trabajando en el hotel Na Xamena antes de que me ofrecieran ir a trabajar a la terminal del autobús de Vila, en Isidor Macabich en el 75. Quise probar y, al final estuve 20 años trabajando allí. Cuando llegaba por la mañana limpiaba la estación y después me ponía a cocinar. Estaba yo sola en la cocina y eso era enorme. Como estaba más tiempo en Vila que en casa, le acabé proponiendo a Joan que nos compráramos un apartamento allí. Así fue y es donde sigo viviendo.

¿Se jubiló trabajando en la terminal de autobuses?

No. Necesitaba bajar un poco el ritmo de trabajo y me fui a trabajar limpiando una oficina durante un tiempo. Cuando cumplí los 65 dije que ya no quería trabajar más. Ahora me dedico a pasear, charlar con las amigas y a estar lo más tranquila que puedo.