Una leyenda pregona la aparición hace siglos de Satanás en el monte de Sa Creu d'en Ribes. Hoy, lo único que permanece como señal demoníaca es el camino hacia la ermita, donde los fieles se convierten en penitentes por un difícil acceso en el que se multiplican matojos, piedras y caminos cuyo sendero lo ha trazado, cuesta arriba, el tiempo.

No obstante, la fe puede más que el cansancio, el calor o los años. «Esto es -señala María- como tener un hijo. El parto es doloroso pero merece la pena». Un sufrimiento que puede agudizarse si, como Eulalia, el paseo se ha hecho, en virtud de una promesa, descalza.

Pero al llegar a la meta, ya nadie recuerda el recorrido. Se trata de una tradición que cuenta con el respaldo de los años y la defensa de la devoción. Y contra esos argumentos, no caben recursos ni pleitos.

En la cima, las pocas fuerzas que resisten se acompañan del coraje de la ilusión por ver cumplidos los sueños. Quedan nueve vueltas alrededor de la capilla y pueden comenzar las plegarias. Charo y Misi han formulado las suyas. Habituales de esta ceremonia, a la que acuden cada convocatoria oficial y personal, creen firmemente que sus deseos se realizarán: «lo importante es tener esperanza y paciencia», confiesan.