Un universo donde la riqueza se mide mediante la capacidad de ser generoso o a través del número de cerdos que se posee; en el que el blanco es sinónimo de muerte o los días se cuentan en función de las noches pasadas. Podría ser un lugar nacido de la imaginación de Lewis Carroll y, sin embargo, existe. Se trata de Vanuato, un país ubicado en la Melanesia, en el Pacífico Sur, que concentra en sus 12.000 kilómetros cuadrados de superficie repartidos entre 83 islotes y 170.000 habitantes 113 lenguas diferentes y una variación cultural más complicada que en el continente europeo.

Kirk Huffmann, residente en Eivissa desde 1990, ha vivido más tiempo entre los nivanuatu que en su casa de Sant Antoni. Junto a ellos ha aprendido a relativizar los conceptos occidentales de fortuna, religión o familia (él mismo cuenta con varios padres, hermanos e hijos adoptivos, requisito imprescindible para poder entablar una verdadera relación con los habitantes de estas islas) y se ha quedado prendado del encanto de una modernidad anclada en el Neolítico. Hasta 1968, ningún hombre blanco había llegado a contactar con algunos de los clanes con los que este antropólogo, etnólogo y arqueólogo ha convivido durante meses. Una experiencia que repite cada año, en calidad de director y conservador del Museo Nacional de allí viaja a estas tierras (para llegar debe hacerse escala en Australia desde donde se coge un avión a la capital, PortVila) donde los cambios se producen muy lentamente y en el que, hasta la fecha, el contacto con el exterior ha tenido más de dañino que beneficioso. Hombres procedentes de un mundo de peculiares dioses, «el reloj y la cartera», y que trajeron los primeros signos de pobreza (visibles especialmente en la ciudad) con su afán de dinero, una historia de continuos desengaños que les ha vuelto desconfiados hacia la supuesta superioridad de «los otros». Ciclones y malaria, los únicos males de estas civilizaciones, amenazan ahora con unirse a problemas como el desempleo o el hambre si su identidad llegara a perderse. De ahí la lucha silenciosa que personas como Huffmann mantienen a uno y otro lado del océano. En este sentido, su última aventura, en los meses de agosto, septiembre y octubre, ha coincidido con dos cumbres de gran calado y a las que ha acudido en calidad de invitado: la convocada por el Pacific Island Museum y la de la UNESCO, en las que se abogaba por la defensa de las tradiciones, patrimonios e instituciones culturales de estos territorios. Una riqueza que debe continuar y que ha logrado sobrevivir a colonizaciones e intentos de evangelización. De hecho, gran parte de la población es en la actualidad cristiana, aunque ha sabido, tal y como señala: «adaptarse y compaginarlo con sus creencias ancestrales».

· N. I.