Christian tiene 22 años y reconoce haber sufrido algunos problemas con la policía por hacer lo que más le gusta: pintar graffitis en las paredes, actividad ésta a la que se dedica de manera más o menos profesional desde hace tres años. «La gente confunde los tac (firmas) con los graffitis; los primeros no tienen ninguna gracia, pero los segundos son, muchas veces, puro arte», dice. Razón no le falta, si se contemplan algunas de sus obras en la discoteca Privilege o en diversos establecimientos de Eivissa.

Recientemente, la policía detuvo a un grupo de graffiteros en Mallorca por «decorar» el tren de sóller: «Es el riesgo que tenemos. Yo los conocía a todos», comenta. Christian culpa a todos los que se dedican a estos tacs de la mala fama de la que se han rodeado a todos estos pintores: «Coger un bote y poner tu nombre es una gamberrada, cualquiera lo puede entender».