Pasar a primera hora de la mañana por la escalera de caracol que colocó el Ayuntamiento en el Baluarte de Sant Joan es toda una aventura. Foto: GERMÁN G. LAMA.

El 3 de diciembre de 1999, la Unesco declaraba oficialmente varios bienes de Eivissa Patrimonio de la Humanidad. Entre éstos, se encontraban las murallas y parte de la zona de Dalt Vila. Quizá, quienes más se hayan beneficiado de esta nominación hayan sido todos los yonkis que, noche tras noche, se dejan caer por el recinto amurallado para inyectarse en vena su dosis diaria.

En un simple paseo de cinco minutos por el baluarte de Santa Llúcia y los alrededores del Museu d'Art Contemporani, este periódico se topó con 12 jeringuillas usadas. Ninguna estaba escondida; en varias, la aguja todavía brillaba. El paisaje no deja de ser, cuando menos, inquietante: todos los jardines de este baluarte están plagados de jeringuillas, botellines de agua destilada y gomas elásticas. Es decir, las herramientas habituales que se emplean para el chute. Tampoco faltan los pedazos de papel de plata quemado, que utilizan todos los que prefieren fumar la heroína. Una de las zonas más degradadas es, quizá, la nueva escalera de caracol que colocó el Ayuntamiento para facilitar el acceso a los viandantes.

Subir o bajar por ella a primera hora de la mañana se convierte en una aventura bastante desagradable, al menos si uno no está acostumbrado a pisar vómitos de sangre, orines varios o jeringuillas usadas, como las que allí abundan.