Una conversación, captada al vuelo cuando la concentración toca ya a su fin, da idea de los lejos que vivimos unos de otros. «¿Qué hace esa gente ahí?», pregunta una amiga a otra, ambas revisando escaparates de Vara de Rey. «Es por la Ley de Extranjería», le responde la segunda. «¿Y eso qué es?», dice extrañada la primera.

Sólo un par de centenares de personas que sí sabían lo que representa ese texto se dieron cita en el paseo. Al principio, la respuesta fue más tímida aún, pero poco a poco se fueron sumando grupos y, finalmente, la respuesta fue aceptable, suficiente para los organizadores, satisfechos de que no sólo se sumarán al acto los propios afectados sino también representantes de la sociedad ibicenca. Una sociedad a la que, dicho sea de paso, le cuesta superar la frialdad de los actos. Sólo algún espontáneo se atrevió a animar el encuentro gritando en contra de la ley y en contra de Aznar.

A Aznar también iba dirigida la petición de una ecuatoriana, que le hizo saber al presidente que lo que él quiere para sus hijos es lo mismo que ella quiere para los suyos: cobijo, educación y un juguete.

Por una vez, partidos políticos parecieron quedar en segundo plano para ceder protagonismo al ciudadano, al autóctono y al inmigrante. La presidenta del Consell Insular, Pilar Costa, y los máximos representantes de los partidos de izquierda se sumaron a la concentración pero optaron por la discreción solidaria.

«Hoy por ti, mañana por mi», rezaba una de las pancartas que portaba un inmigrante. Los portavoces del colectivo intentaban recordar a todos los asistentes y, especialmente, a los no asistentes, a los que hacen oídos sordos a sus protestas, que abandonar un país no es fácil. Y que españoles, además, los hay repartidos por todo el globo terráqueo.