Kato Tomonobu es de Nagoya, se pasa ocho de los doce meses del año viajando y el resto trabajando a razón de dos horas cada día, lo que le convierte, y él lo reconoce, en la excepción que confirma la regla en su país. A Kato lo encontramos hospedado en el hotel rural Monnàber Nou (Campanet), donde pasa unas vacaciones que prolongará en La Residencia de Deià. Que un japonés sólo trabaje la cuarta parte de un año es noticia, puesto que la inmensa mayoría de sus compatriotas sólo tienen una semana de vacaciones al año.

«Pero eso son los otros, no yo "dice, riendo". Yo trabajo dos horas al día durante tres meses, una por la mañana y otra por la tarde, de lunes a viernes "aclara" y luego me tomo uno de vacaciones, vuelvo a trabajar otros tres meses, me tomo otras vacaciones, y así. Y cuando viajo lo hago solo, ya que a mi mujer "la segunda, pues enviudó y se volvió a casar" no le gusta viajar, y mucho menos caminar, como hago cada día. Por eso se queda en Nagoya». Le pregunamos qué opina su esposa de sus viajes y responde: «Como a ella no le gusta viajar, entiende que si a mí me gusta, pues que viaje.» Y nos interesa saber en qué trabaja: «Soy intermediario de piezas de porcelana "dice", las compro a los mayoristas y las vendo a los minoristas. Estoy solo y el trabajo lo suelo hacer por teléfono.

Le preguntamos si el negocio de intermediario le da mucho dinero, pero, muy japonés él, da la sonrisa como respuesta. Y de ahí no le sacamos. Sólo dice que «el dinero que gano lo ahorro y parte de él lo dedico a viajar por todo el mundo. Mallorca la conocí hace unos años, llegando en un crucero por casualidad. Y también por casualidad he conocido este hemoso lugar, al que volveré», señala a su entorno. Desde entonces lleva la Isla prendida en su corazón. Kato tiene dos hijos. «Mi hija vive en Japón y mi hijo, tras estudiar en la universidad, se fue a Estados Unidos, a trabajar. Desde entonces no ha regresado. Es evidente que se encuentra a gusto allí».

Cada día, puntualmente "a las siete de la tarde", entra en el comedor de Monnàber, a cenar. Siempre pide lo mismo: sopas mallorquinas, que le encantan, y pescado. «¿Que si es conocida Mallorca en mi país? Claro que lo es. La Isla nos gusta por su tranquilidad, por su clima, por su gente y su comida "mira hacia el plato de sopas y asiente, sonriendo". ¿Lo que menos? El agua que sale del grifo "y venga, otra carcajada". Por supuesto sabe quién es Joan Miró, del que se confiesa admirador. «Miró es muy admirado en mi país. En la pared de mi casa tengo una composición de reproduciones suyas. ¡Qué más quisiera que fueran auténticas! "se lamenta". Pero un original suyo es muy caro». Durante el tiempo que está en Monnàber Nou suele caminar a diario, mochila a la espalda. Sale muy temprano regresando poco antes de la cena.