Adentrarse en la Academia Delta un viernes a partir de las 20'00 horas es toda una experiencia. Ritmos afroamericanos, acordes de guitarra y canto se entremezclan en distintas aulas o la vez, dependiendo del momento de la lección semanal en el que nos encontremos. «Tratamos de traer a personas representativas de cada instrumento y ritmo para que nuestros alumnos lo conozcan mejor», comenta Cachito de Curuzú, uno de los profesores de un curso abierto a cualquier persona en el que el intercambio y trabajo en equipo es la base.

Al ritmo de «Corazón espinado» de Santana, Cachito ensaya y pule los conocimientos de sus alumnos de guitarra española, eléctrica o criolla: «Preocúpate sólo por la guitarra, no por el canto», comenta a uno de sus alumnos mientras hace hincapié a los demás en trabajar los climas y el volumen de los cortes, y toca el acorde en el que sus alumnos tienen que acompañar al solo de la canción que ensayan. Al cabo de un rato entra en el aula Joaquín, el alumno más veterano en edad pero principiante en el mundo de los acordes que después de un rato de ejercicios en solitario vence la timidez y en el estribillo se une al grupo como si tal cosa.

Al mismo tiempo los alumnos de percusión siguen atentamente los consejos y toques de Víctor Gabriel Olivera, el profesor que dirige a una decena de personas que asisten a sus clases con tambores de todo tipo para interpretar los ritmos del candombe. «El candombe es un sonido cuyos padres fueron los esclavos angoleños y se introdujo en Uruguay y otros países latinoamericanos como Argentina y Brasil hace mucho tiempo. Por sus características se presta a ser acompañado por guitarra, batería, bajo, instrumentos de viento, teclado, piano e incluso el canto», explica Víctor. En sus clases, además de trabajar los acordes de percusión, aprovecha los momentos en que se juntan todos los alumnos para hacer grupos de cuatro personas para que hagan letras y voces para tambor y guitarra y lo interpreten, aprendiendo a trabajar en equipo, algo fundamental en el mundo de la música.

El repertorio de este taller musical al que asiste gente de todas las edades y con una gran inquietud musical es variado y muy étnico. «Tenemos gente que viene partiendo de cero y otra que tiene conocimiento de rock pero está interesada en conocer los sonidos de la música latina, jamaicana, de Nueva Zelanda o Australia», explica Cachito. Para este profesor del taller de guitarra lo importante «es aportar el mayor número posible de recursos musicales a nuestros alumnos para la improvisación y la interpretación, algo que va íntimamente ligado». Para ello además del trabajo instrumental los contenidos del curso incluyen unas nociones de canto para que los alumnos canten los temas que ensayan y comuniquen a través de su voz y su instrumento.

«Si no cantas, no tocas. El instrumento musical es una prolongación de cada uno y es muy diferente cantar y tocar que ceñirse únicamente a la interpretación instrumental», analiza Cachito, quien señaló que en las clases colectivas en las que participan todos los alumnos del taller trabajan conjuntamente la voz, el instrumento y el movimiento y expresión corporal persiguiendo la unidad.