l martes estuvo en Vigo. Ayer en Cala de Bou y hoy en Austria. Leo Basssi no para. Lo sabe y le gusta la vida que lleva: «Descansaré en el agujero final; siempre que me tomo algún tipo de vacaciones tengo problemas cardíacos». Así, mejor que no descanse y siga entreteniendo al público con esa lengua viperina que tanto molesta a algunos y divierte a otros tantos más: «Me he acostumbrado a dormir poco [la noche antes de llegar a Eivissa afirmó haber dormido dos horas] y para mí el mejor descanso es estar ante el público y ver que disfrutan y se ríen con lo que hago».

Como en la anterior ocasión, el agitador cultural actuó en la isla y cautivó a los 300 asistentes. Esta vez no con su espectáculo La revelación sino con su visión más íntima de la isla y con motivo del encuentro internacional de magia y clown que se celebra durante estos días en cala de Bou (Sant Josep). Un cuarto de hora después de la hora inicial prevista para el comienzo, las 22,00 horas, hizo su aparición en el escenario el alcalde de Sant Josep, Josep Marí Ribes, para saludar al público.

«No es fácil vivir con la fama que tengo; hoy [por ayer] he llegado al aeropuerto, una persona me ha reconocido y se ha cambiado de pasillo. Otra señora se estaba tomando un café y se le ha caído un poco; le comentaba a su amiga 'ha venido a provocar': seguro que era del PP». Con estas palabras, Leo Bassi comenzó su actuación. Durante los primeros minutos se dedicó a repasar su infancia, un período de su vida marcado por las palomas de la plaza del Duomo: «Al final llegué a la conclusión de que las palomas son unas putas; siempre van al trozo de pan más grande».

Bassi consiguió sacar al «ex hippie» que lleva dentro para ofrecer esa imagen utópica de Eivissa que tanto le gusta: «Llevo 35 años viviendo en Mallorca y tengo mucho sentimiento de culpa porque siempre hablo más de Eivissa, que me encanta, cuando estoy fuera de Balears que no cuando estoy por aquí». Quizá esa culpabilidad aumente cuando en un lugar recóndito alguien le hable de la pitiusa mayor: «Una vez estuve en un pequeño pueblo de la selva amazónica y vi un bar que se llamaba Ibiza, que tenía una isla con palmeras pintadas en el cartel. Me hizo mucha gracia y le pregunté al señor por qué le había puesto ese nombre; me confesó no saber dónde estaba la isla, pero que tenía entendido que era un lugar en el que los jóvenes y los viejos bailaban y bailaban sin parar», explica entre risas.

La ecología, principalmente la masificación de la construcción y los campos de golf, los temas esotéricos y un peculiar homenaje a Ebusus consiguieron que el público se impregnara de nuevo de la energía de este italiano. En su sorpresa final invocó a esta figura mítica mientras ejercía un ritual con el público de fondo en la misma playa de cala de Bou, pero sobre todo primó la improvisación porque si no, no podríamos hablar de Leo Bassi.

María José Real

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