Las excursiones de ayer se iniciaban algo más temprano. A las ocho en punto de la mañana todos los ibicencos que participan en este recorrido cultural debían estar en el autocar con destino a la provincia de Cantabria. Durante algo menos de dos horas recorrieron la distancia que separa Oviedo. La mayoría de ellos con puntualidad extrema ya ocupaban sus asientos. Resultó un viaje agradable que permitió disfrutar de la gran belleza y peculiaridad del paisaje: las clásicas construcciones del norte de España se alzaban con sus tejados a dos aguas, infinitos prados verdes en el que caballos y reses pastaban, los primeros valles arropados por los montes de la cordillera cantábrica, todas ellas imágenes que se imponían como una postal imposible en la realidad. De repente se pasaba por la costa dejando a la espalda las montañas más altas. «Es impresionante el paisaje», decía uno, mientras en el resto se volvían para mirar.

Cueva del Soplao

La gran sorpresa que hizo que mereciera la pena el madrugón del día llegó con el recorrido por el interior de la cueva El Soplao, que fue descubierta por los mirenos que explotaban zinc y plomo en la mina de La Florida los primeros años de 1900. La cueva se encuentra en la sierra de Arnero a más de 500 metros sobre el nivel del mar y cuentan con unas impresionantes vistas que permiten contemplar la Sierra de Peña Sagra, los Picos de Europa y el valle del río Nansa. La cueva está abierta al público desde el año 2005 y en su interior se encuentran impresionantes formaciones geológicas, no sólo estalactítas, coladas o columnas, sino también una gran cantidad de formaciones excéntricas que se ramifican haciendo formas imposibles que desobedecen todas las leyes físicas, incluso la de la gravedad. Los expertos aún desconocenla razón de semejante fenómeno y son esa gran cantidad de formas y su pureza la que determina la importancia geológica del lugar. Los comentarios no cesaron durante todo el recorrido guiado que duró una hora: «Qué maravilla», decían unos.

Al concluir la visita, hubo tiempo para las fotos de recuerdo y, por su puesto, para las compras.

Los dos autocares se dirigieron entonces a Santillana del Mar, una villa medieval conservada prácticamente igual que hace 400 años. «El casco antiguo fue uno de los primeros en ser declarado Monumento Histórico Nacional», comentó Patricia, la guía que llevó a uno de los grupos a conocer sus calles empedradas, algo de su historia y la famosa Colegiata románica dedicada a Santa Juliana. Cualquier momento era bueno para detenerse y adquirir los productos típicos, ya fueran dulces o salados, como las anchoas de Santoña. Había que ser muy rápido ya que poco después de las cinco de la tarde estaba reservada la visita al Museo de Altamira. Allí se pudo contemplar la réplica, conocida como Neocueva, donde se albergan las pinturas y grabados que la hicieron famosa. Ya era de noche cuando los ibicencos realizaron una parada en el pueblo de San Vicente de la Barquera para dar un paseo a la orilla de su ría.