Sentadas, Catina y Paquita Mayans, junto a los dos hijos de Paquita, Jordi y Pau, en una de las dependencias del emblemático establecimiento. | Guillermo Romaní

La historia del Hostal la Savina tiene su origen en la casualidad, crece lentamente hasta la aparición del primer touroperador en la isla, indisolublemente ligado al establecimiento y luego se cimentará a lo largo de los sesenta con una trayectoria marcada por la dedicación familiar. En 1978 y tras un paréntesis de una década aproximadamente, Catina y Paquita Mayans, nietas de Catalina Ros, la fundadora del hostal, recogieron el testigo de sus padres y de la abuela. Hoy los dos hijos de Paquita, Jordi y Pau, son la cuarta generación que trabaja en el establecimiento que ha experimentado repetidas mejoras y ampliaciones para acabar siendo lo que es hoy, un lugar de referencia.
Catalina Ros estaba embarazada en 1911 cuando su marido emigró a Cuba y poco después recibió un certificado de defunción de su marido procedente de Camagüey. Trabajando de sol a sol consiguió que su hijo Vicent estudiara en Barcelona, era maquinista naval, pero tras haber estado un tiempo en el exilio republicano en Francia y haber sido depurado en un campo de concentración en el norte de Àfrica, no regresó a Formentera hasta 1940. Catalina Ros era propietaria de dos vivienda gemelas en el puerto de la Savina, una era la suya y la otra se la había vendido su hermana antes de emigrar, y con su hijo Vicente Mayans cuidaban de una pequeña lonja de pescado junto a s'Estany des Peix.
El azar llama a la puerta
A finales de la década un día estaba sentada frente la puerta de suca, la carretera que va de la Savina a Sant Francesc, cuando un matrimonio catalán que quería alojarse en la isla le preguntó dónde debían dirigirse y Catalina los mandó a la capital, a Sant Francesc, diciéndoles que preguntaran en la Fonda Platé junto a la plaza de la iglesia que a la sazón era probablemente el único lugar en el que se podían alojar los escasos visitantes de la isla.
Pero según cuentan sus nietas, Paquita y Catina, después de comer vio que la pareja regresaba andando al puerto y ellos le dijeron que habían ido a Formentera a ver el mar y en Sant Francesc no se veía por lo que no se querían quedar y buscaban un lugar en el que dormir cerca del mar antes de partir al día siguiente hacia Eivissa. En aquella época había un barco al día, cuando lo había, recuerdan los más viejos de la isla. Ni corta ni perezosa Catalina les dijo que si querían, tenía una habitación libre en la casa vecina y que se la podía preparar para que pasaran la noche ahí. Esos fueron los primeros huéspedes del Hostal la Savina. «No sé si dejarían dinero en la habitación -dice Paquita riendo-, pero la abuela vio claro que el alojamiento era un negocio».
El hecho es que las cosas fueron bien y en 1951 el establecimiento ya estaba dado de alta como café, fonda en el 54, restaurante en el 58, casa de huéspedes en el 60 y hostal en el 80. Al principio lo llevaba ella sola y fue más tarde cuando su hijo Vicent se incorporó de pleno a la modesta empresa familiar que había comenzado con una de las dos casas como vivienda y la segunda dedicada al hospedaje. Poco a poco fueron creciendo a lo largo de la carretera que va de la Savina a Sant Francesc. «Todo fue muy lento, cada vez que había algo de dinero, el edificio iba creciendo y las reformas grandes no llegaron hasta los setenta y a mitades de los ochenta fue cuando se añadió un piso en la parte más antigua de la vivienda y más tarde se completó esa planta en todo el edificio pasando de las aproximadamente 20 habitaciones a las 39 actuales», explican las hermanas Mayans.
El sello de los argonautas
El verdadero impulso del Hostal la Savina, el que le dio un plus, fue 'El Club de los Argonautas', el primer touroperador que hubo en Formentera. Un francés de apellido Laborey que visitaba Formentera quedó encantado de la isla y negoció un acuerdo con Vicent Mayans para disponer del hostal durante determinadas épocas del año. Cada año Laborey llegaba con un gran número de jóvenes amigos y conocidos de París y se hospedaban en el hostal, pero también en todas las viviendas que había entonces en la Savina. «En alguna ocasión llegaron a venir hasta 350 personas, la Savina estaba llena hasta los topes de los franceses y todos venían a comer y a cenar al hostal», recuerda Paquita mostrando una foto de la terraza en la que se ven largas mesas y simples bancos bajo un sombrajo con decenas y decenas de comensales.
«Aquí comían rancho, lo que había, pero recuerdo muy bien que a la hora de comer salía el cocinero y daba la vuelta al hostal haciendo brular es corn, y acudían los que estaban en el grupo, pero siempre había los que se añadían a la mesa». Tanto es así que las hermanas tenían que contar cuántos se habían presentado a comer y luego su padre decía que sobraban 20 y que se fueran a la playa, «pero eso no importaba, los que estaban en las mesas les pasaban directamente la comida».
Entre el material gráfico aportado por la familia se ve a un joven con una ristra de pescados y en otra con un mero gigantesco, se trata de uno de los históricos de los 'argonautas' que sigue visitando Formentera y tiene, como Laborey, una casa en la isla, concretamente en Porto-Salè. Eran jóvenes, practicaban esquí náutico en s'Estany des Peix, navegaban a vela, nadaban, caminaban, pescaban mucho para poder comer en el hostal y aparte de meros y todo tipo de pescados, tenían una tremenda afición a los vogamarins, los erizos, que para los franceses es un manjar exquisito, tanto es así que se traían sus propios utensilios para abrirlos adecuadamente. Por si fuera poco se traían un grupo de monitores de actividades deportivas, animadores, equipos de música y todo lo necesario para pasar unas largas y agradables vacaciones en Formentera.