James Nyaga Njeru, alias Padre Jimmy.

El misionero James Nyaga Njeru sonríe y se presenta como el Padre Jimmy. Demuestra, así, de forma inmediata, dos rasgos principales de su carácter: su cercanía y su permanente sonrisa. Nacido en Kenia hace 36 años, el Padre Jimmy lleva 8 viviendo en Italia y en España, donde es el encargado de la labor de animación misionera en la diócesis de Alicante. Ahora, hasta el ocho de octubre, su siguiente parada es Eivissa, donde, entre otras cosas, intenta acercar la Iglesia a los jóvenes.

—¿Qué está haciendo por Eivissa?

—Pues con motivo de la Campaña del Domund 2012 y de que octubre es el mes de las misiones intento dar a conocer el trabajo que hace esta gente en distintos lugares del mundo. Explico a los niños y adolescentes testimonios de los misioneros en lugares tan lejanos, y a veces, tan difíciles, como Kenia, mi país natal.

—¿Les explica también la situación actual de estos países?

—Por supuesto. Los jóvenes de hoy en día no deben de ser ignorantes en este sentido. Tienen que saber que hay lugares del mundo dónde no se está tan bien y que hay gente que lo deja todo por ayudar a las personas que viven allí.

—¿Hace falta algo especial para ser misionero?

—(Risas) ¡Qué va!, Los misioneros no son superhéroes. Lo más importante que tienen es su fe y su enorme amor por los demás. Estas dos cosas son los motores que les mueven a dar su vida por gente que no conocen de nada y a miles de kilómetros de sus casas.

—¿Tal vez sean ellos los miembros de la Iglesia que están más cerca de la gente?

—Seguro que sí. Ten en cuenta que ven la realidad diaria con sus ojos y son capaces de dar su vida por los demás.

—Y cuándo explica todo esto a los jóvenes, ¿cómo reaccionan?

—Creo que tienen interés y están atentos. Cuando les pongo ejemplos y les explico el trabajo de los misioneros responden muy positivamente y tienen muchas preguntas. Incluso, algunos me preguntan qué pueden hacer para ir a las misiones como voluntarios sin la necesidad de ser curas o monjas.

—¿Hay cantera en Eivissa entonces?

—(Risas) No sé si tanto, porque no hay que obviar que cada vez hay menos vocaciones. Pero por lo menos sí que creo que estamos sembrando una semilla de interés en todos ellos que luego puede acabar floreciendo.

—Usted está en contacto diario con los jóvenes, ¿cómo los ve?

—Son buenos chicos. Muchos son conscientes de la necesidad cada vez mayor de ayudar a los demás. Sin embargo, hacen falta más actividades sociales que les animen y diviertan y luego, si quieren, se acerquen a la fe.

—¿Cómo ven a la Iglesia?

—(Risas) Como algo lejano y eso es porque no usa su mismo lenguaje. La Iglesia tiene que cambiar su forma de comunicar para llegar a ellos. Si un día lo consigue tendremos mucho ganado.

—¿Tal vez tiene que evolucionar?

—(Risas) Claro como todo. Nada puede quedar anclado en el pasado. Hay que evolucionar, ajustarnos a los nuevos tiempos y conseguir que los jóvenes vean en la Iglesia un amigo y no a ese señor mayor que les reprende.