La cocinera valenciana Carmen Frigols se dispone a servir el primer plato de la paella cocinada para unas quinientas personas. | Natalia Navarro

Un año más la playa de Puig des Molins, en Eivissa, volvió a ser el punto de reunión escogido por centenares de personas para disfrutar con la tradicional berenada que organiza el Ayuntamiento de Vila con motivo del día de Sant Ciriac y las Festes de la Terra.

La afluencia de público fue mayor que en ediciones anteriores; y la mayoría con ganas de vivir una jornada festiva al aire libre, cerca del mar y, por supuesto, con la intención de probar, al menos, un plato de la paella que desde casi un lustro cocina la valenciana Carmen Frigols.

Había que ser paciente, debido a las largas filas que se formaron para conseguir una ración, una bebida y una naranja, pero finalmente para la mayoría mereció la pena la espera. «Desde que la probé no he parado de venir ni un año porque siempre está muy buena y además, las raciones son bastante generosas», explicaba Margalida, una abuela que acudió a la berenada con sus nietos. Mientras, éstos, Joel y Gala, daban buena cuenta del arroz. Y a la hora de dar su veredicto, lo tenían muy claro: «Es la tercera vez que vengo y este año está mejor que nunca», aseguraba muy serio el pequeño de ocho años mientras masticaba un trozo de carne.

No fueron los únicos que opinaban igual. La mayoría de los vecinos y turistas que poblaban los alrededores de es Salt de s’Ase y sa Cova de ses Dones con un plato de paella en su regazo daba su voto afirmativo al arroz preparado por Frigols. «La probé por primera vez en un restaurante de la Marina pero ésta, a pesar de que está hecha para más gente, está el doble de buena y además es gratis», aseguraba Vladimir, un joven ruso mientras sus amigos intentaban hacer lo posible para conseguir una segunda ración.

Precisamente, el hecho de que la comida fuera gratis y estuviera buena provocó que volviera a surgir la picaresca tradicional española. «Dame dos platos que ahí tengo a mi madre que no se puede mover», explicaba una señora a uno de los voluntarios del Ayuntamiento mientras su hijo repetía lo mismo pero cambiando madre por abuelo, y en esta ocasión, presumiblemente, enfermo postrado en una silla de ruedas en una de las piedras de la ladera.