Los restauradores Jordi Riera y Laia Fernández trabajan intensamente en una de las capillas de la iglesia de Santo Domingo. | (c) Sergio G. Canizares

La iglesia de Santo Domingo, conocida popularmente como Es Convent, es uno de los edificios más emblemáticos de Dalt Vila. Ocupa un solar delimitado al norte por el Baluard de Santa Llúcia, al sur por Revellí y el Baluard de Santa Tecla, al este con el mar y al oeste con la calle del General Balanzat, que en 1591 fue donado a la orden de los dominicos por la Universitat d’Eivissa, órgano directivo de las Pitiüses, tras expropiar nueve casas, una huerta y una cueva. Sin embargo, según l’Enciclopèdia de Eivissa i Formentera no se terminó hasta 1643 siendo la sede de la orden hasta que el gobierno liberal de Vila decide su exclaustración en 1820 aprovechando una ley que mandaba cerrar los conventos con menos de dos religiosos. En 2003 fue declarado Bien de Interés Cultural y actualmente la iglesia alberga la parroquia de San Pedro Apóstol mientras que las dependencias del antiguo convento son del Ayuntamiento de Vila.

Durante su historia el edificio ha sufrido bastantes daños. En el año 1.730, conocido popularmente como ‘s’any des tro’, el edificio cercano de Es Polvorí explotó por culpa de un rayo, ocasionando grandes desperfectos a la iglesia. Además, en 1936 el edificio sufrió la quema de casi todas sus imágenes y de los lienzos que decoraban sus paredes, y en 1971 un incendio destruyó el retablo de la capilla de la Inmaculada Concepción y parte de la del Santo Cristo. Precisamente, en esta parte del templo fue necesaria en 2011 una actuación de urgencia ante el hundimiento de la cubierta y sobrecubierta oeste. Además, la humedad ha hecho estragos afectando seriamente a los pavimentos, los alicatados, los muros y a las imágenes y retablos que en ella se encuentran.

Por todo ello, el Consorci Eivissa Patrimoni de la Humanitat ha invertido 118.497 para su recuperación bajo las instrucciones de los restauradores Laia Fernández y Jordi Riera.

Duro trabajo

Ambos tienen por delante una labor que se prolongará unos seis meses ya que, fundamentalmente, han de retirar una a una cada baldosa, aplicarle un tratamiento específico para su posterior limpieza y conservación, y después volverlas a colocar en su lugar de origen. En total, las paredes de la Capilla del Santo Cristo tienen unos dos mil azulejos, entre los motivos figurativos con escenas de los Ministerios Doloros del Santo Rosario de finales del siglo XVIII y los motivos florales que las rodean y que datan presumiblemente de los años 20 del pasado siglo.

Los primeros pasos comenzaron con la retirada de estas baldosas de la pared para que los técnicos coloquen un aislamiento anti humedad. Para conseguirlo, Fernández y Riera, decidieron quitarlas en 28 paneles de unos cinco azulejos de ancho y 1,20 metros de alto, y durante casi una semana aplicarles un engasado, con gasa y resina acrílica, «para que no sufran tanto, haya menos riesgo de rotura al ser arrancadas y si esto sucede, que no perder los trozos». «Es un trabajo muy delicado porque primero hay que limpiar el polvo de cada baldosa para se pegue la gasa y la resina y porque luego es necesaria la compenetración entre nosotros y los albañiles para que no se rompan muchas», explicó Fernández.

Posteriormente, se limpian los trozos de mortero que han quedado adheridos a la parte trasera empleando una pequeña escarpia de aire comprimido, y tras el proceso de desengasado, los dos restauradores fotografían de forma individualizada cada baldosa porque cada una tiene un número específico dentro de cada panel que indica el lugar exacto en el que se colocará posteriormente.