Tanto la iglesia como la plaza se llenaron de centenares de personas.

Sant Vicent no podía haber festejado de mejor manera su Día Grande. Los ingredientes fueron sencillamente, perfectos: Domingo de Resurrección, el día que todo templo se muestra con sus mejores ornamentos; buen tiempo -amaneció con un cielo espectacular que se fue tapando pero que no llegó a regar la plaza de la iglesia- y multitud de personas -entre 200 y 300- que llenaron tanto el santuario como la plaza exterior.

En este humilde templo se reunieron los vecinos de Sa Cala, decenas de personas de otros puntos del municipio -y se diría que de media Eivissa- para rendir tributo a San Vicente Ferrer, dominicano valenciano que vivió a caballo de los siglos XIV y XV y que suele representarse con un dedo alzado.

El también valenciano Obispo de las Pitiüses, Vicente Juan Segura ofició una solemne misa cantada. La eucaristía estaba prevista a la hora del Angelus, a las 12:00 horas, aunque finalmente dio comienzo varios minutos más tarde.

En la primera fila de la iglesia, el presidente del Consell, Vicent Serra, el alcalde de Sant Joan, Antoni Marí ‘Carraca’, y el concejal de la parroquia, Jaume Marí, encabezaban las autoridades políticas y de los cuerpos de seguridad.

El culto religioso prosiguió con la procesión, en un ceremonioso desfile un tanto amenazado por las crecientes nubes, pero que pudo desarrollarse con normalidad y con todo su esplendor.

A continuación, una ballada pagesa a cargo de la Colla Balansat retuvo la atención de vecinos y visitantes, hasta que, finalmente, aparecieron los bunyols, las orelletes y el vi pagès, encargados de paliar el incipiente hambre de los presentes.

Eran las 14:30 horas y este ansiado aperitivo se prolongó unos minutos -mientras quedaron existencias- para el último desfile del día: el de los vecinos y sus automóviles, que debían guardar un orden casi religioso para iniciar el regreso a casa. Un Sant Vicent auténticamente redondo.