Imagen del coche de sustitución calcinado.

Mientras ustedes leen este artículo yo debería estar brindando con mi familia en Albacete. Probablemente despacito, con la resaca propia de una boda familiar de esas que llevas tiempo esperando como agua de mayo, o de agosto. Pero vistos los últimos acontecimientos que han convertido mi vida en un capítulo propio de una película de acción no me atrevo a asegurar que el de hoy sea un domingo apacible. Dos accidentes en una semana me llevan a temer que no hay dos sin tres, así que espero no ser hoy noticia por nada más que por esta página de verano.

Hace semanas que sueño con la boda de mi primo Miguel Ángel, días en los que la visita a un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme se me antojan unas vacaciones en Cancún y este enlace la escapada de mis sueños. Algunas veces los destinos o los deseos más sencillos son los mejores, y el hecho de poder dormir por la noche sin aire acondicionado se me antoja de lo más exótico y lujoso.

Mientras que el resto del mundo anhela pasar el agobiante, sofocante y masificado mes de agosto en Ibiza, nosotros, los de aquí, rezamos cada noche para que pase, para que la vida vuelva a su sitio y podamos recuperar nuestra apacible rutina de ‘solo’ ocho a diez horas de trabajo diario, fines de semana libres y vida social con amigos.

Gestión del tiempo

Mientras escribía este artículo escuchaba la canción de Roxette Crash Boom Bang. Aunque la letra habla de cómo el amor produce esas tres onomatopeyas en la protagonista de la historia, a quien el raciocinio se le escurre entre las neuronas cuando las mariposas le embisten el estómago, quienes somos adictos al trabajo y tenemos la necesidad acuciante de ser los mejores sufrimos algo parecido. Algunos nos pensamos que somos ‘neurocirujanos’ y que sin nosotros el mundo se parará, tenemos la necesidad de controlarlo todo, de satisfacer a todo el mundo y es entonces cuando aparecen la frustración, el estrés y el cansancio. Es en ese momento cuando los buenos amigos te abren los ojos, te tiran de las orejas y te recuerdan que solo te dedicas a juntar palabras y que ninguna vida depende de ti. Tenemos derecho a gestionar nuestro tiempo y a vivirlo, a disfrutarlo o incluso a dilapidarlo, si así lo consideramos oportuno. Cuando ya has aprendido la lección, aunque no la apliques porque la teoría, como pasa con las dietas, el tabaco o el sentido común, nos la sabemos todos, ocurre algo que pone tu vida patas arriba. En mi caso ha comenzado mi nueva vida…

“La vi correr, chuchuchua” decía la canción que escuchábamos mientras esperábamos pacientemente que un peatón sonriente cruzase la calzada (bueno, sí, lo de pacientemente lo he añadido para dar más color al texto). De pronto sentimos un golpe muy fuerte, un impacto de esos que no te esperas y que te llevan a chillar de terror durante unos segundos eternos. Es entonces cuando te das cuenta de que has sufrido un accidente. ¿Cómo ha podido ser? ¿Parados en un paso de cebra, sin escuchar ni siquiera un frenazo? Miras a tu pareja, le preguntas que si está bien (de esto tampoco me acuerdo, pero quiero pensar que lo hice), sales del coche y te tiembla hasta el alma. El conductor del vehículo que nos embistió era italiano, ni papa de español o inglés en su defecto, su coche de alquiler, olía a alcohol y la chica que lo acompañaba no paraba de llorar. Yo solo pensaba “que no se escape, que la culpa es suya y debe hacerse responsable del suceso”.

Miro mi coche, está destrozado y comienza a latirme un dolor fuerte en espalda, rodillas y cabeza. Comienza a venir gente, mi amiga Miriam con su perro, un joven policía nacional que recordaba de un cumpleaños en el que coincidimos, un fotógrafo que trabajó con mi mejor amiga, un camarero al que conozco… todo parece una película. Solo faltan los hermanos Marx en nuestro particular camarote de la locura. Acabamos en urgencias. Diagnóstico: el coche no está siniestro porque en Hyundai así lo han querido (gracias, gracias y gracias) y tenemos esguince cervical y varias contusiones. Accidente 1.

Mientras nuestro coche ‘descansaba’ en el taller Carlos, nuestro ángel de la guarda en lo que a problemas con nuestro utilitario se refiere, nos aseguró que lo tendría reparado para nuestra boda del año y nos prestó un coche de sustitución. De repente, cuando regresábamos de una agradable comida con amigos del gremio, amo las disertaciones de periodistas de distintos medios y ciudades, escuchamos un pequeño ruido: ‘clic’ y notamos cómo las marchas no entraban. La sensación de perder el control de un vehículo es horrible. De pronto mi novio, en plan superhéroe, se bajó del coche en marcha y lo empujó hasta una cuneta para que no ocurriera nada. Yo me bajé también y moví el volante como pude. Vimos cómo del motor comenzaron a salir humo y llamas. Solo faltaba Tom Cruise saludando con su sonrisa perfectamente alineada desde un helicóptero. De película. Casi me tiro al suelo por si el coche estallaba, aunque después me enteré de que eso solo pasa en la gran pantalla. Mi espalda no está nada agradecida tras el gesto. Un inciso, no recuerdo cuándo y cómo mi chico puso los triángulos. Mis amigos Marta y José María lo vieron todo y llamaron a emergencias, a bomberos y hasta al apuntador. Salimos hasta en el periódico, en éste, y solo puedo dar las gracias a todos por vuestros mensajes y preocupación. Sois unos soles (sin llamas). Accidente 2.

Es en este momento, cuando te planteas que si la vida nos ha obligado a pararnos dos veces de forma tan rotunda, tal vez nos esté lanzando algún mensaje.

Mensajes

Mi socia y amiga Marta Jiménez dice que tengo mucha suerte y que siempre me pasan cosas interesantes. Adoro su humor negro. Una semana de ‘baja’ me ha servido para disfrutar sin estrés del concierto de Alejandro Sanz y de la mejor Flower Power de mi vida, la auténtica, auspiciada por Carlos Martorell entre estrellas de ayer y hoy. Parar a veces, aunque sea a golpes, puede ser bueno.

A pesar de todo esto, Carlos Vozmediano, el responsable de mi taller, el ángel de la guarda del que les hablaba, ha logrado lo imposible: arreglarme el coche a tiempo, el mío, el que no ardió, y me he atrevido a irme con él a la Península para disfrutar del ‘Sí quiero’ de mi ‘primico’. A cambio de su celeridad y de no haberme reprendido por quemarle un coche le debo una cena en un mejicano. No sé si ya auspiciábamos algo de llamas cuando hicimos la apuesta sobre si estaría reparado a tiempo.

Como estoy escribiendo esto días antes de que ustedes lo lean, estoy segura de que no me ha pasado nada en este viaje, porque el tráfico no puede ser peor en ningún rincón de nuestro país que en este turquesa. Feliz agosto amigos, ya no queda nada. ¡Vivan los novios, los fisioterapeutas, los amigos y los profesionales eficientes!