Son las once de la mañana y el aparcamiento de Cala Salada, cuyo acceso está limitado desde el verano pasado, ya está completo. Ayub, la persona que se encarga de bajar y levantar la barrera y controlar los vehículos que acceden a la playa, trata de explicar lo «duro» que es su trabajo.

A pleno sol, repite una y otra vez la misma explicación a las decenas de conductores que pretenden bajar con su coche hasta la cala. Los turistas más cívicos lo entienden a la primera y dan media vuelta sin protestar buscando otro lugar donde dejar el coche o se dirigen al aparcamiento de Can Coix desde donde sale el autobús que conecta con Cala Salada cada quince minutos durante todo el verano. Sin embargo, todos los días hay un porcentaje de conductores que, en el mejor de los casos, protestan por no poder pasar y se enzarzan en discusiones con el controlador de turno: «Me han querido pegar en varias ocasiones. Los conductores hacen cualquier cosa para poder pasar y nos mienten o directamente pretenden entrar por la fuerza. Muchas veces tenemos que llamar a la policía porque se niegan a mover el coche de la entrada si no les dejamos pasar», relata el controlador de la barrera.

Los más obstinados desatienden las órdenes del controlador y aprovechan un despiste para colarse por uno de los laterales de la barrera que prohíbe el paso. Después de dar la vuelta, Federico, un turista argentino que va en coche junto a otros dos amigos, no descarta utilizar otros métodos: «Igual nos metemos por el costado de la barrera, nos saltamos las normas y que sea lo que Dios quiera», afirma entre risas.

No obstante, altercados aparte, el resto de los visitantes se toma con bastante filosofía la limitación de acceso. Los más osados se saltan la advertencia que señala un cartel a la entrada donde se informa que la playa está a 1,4 kilómetros de distancia de la barrera y que el trayecto, con una pendiente del 20 por ciento, tiene una duración aproximada de unos 22 minutos andando.

Goyo, un turista de Madrid que no sabe que hay un autobús que puede llevarlo a la playa, no tiene problemas en hacer el recorrido a pie: «No tenemos prisa, estamos de vacaciones. Además, hay que andar también, no solo beber cervezas», señala.

Una vez en la playa, la mayoría de los turistas no se quedan en Cala Salada sino que optan por atravesar las rocas y llegar hasta la diminuta Cala Saladeta, donde un mar de toallas y sombrillas apenas deja entrever la arena de la playa. Por el camino, algunas casetas varadero tienen el techo lleno de basura de los numerosos visitantes que pasan cada día y que se deshacen de los restos acumulados en el día.

Sin embargo, a pesar de la aglomeración y de la suciedad que hay en algunas partes de la cala, Laura, Gema y Tania, tres amigas que toman el sol junto a la orilla, quitan importancia al esfuerzo que han hecho para llegar hasta allí y están encantadas de haber elegido esta playa: «Hemos dejado el coche arriba y nos ha costado un poco bajar porque llevamos colchoneta, nevera y sombrilla pero es la única playa limpia en agosto y merece la pena. Si he podido con todo es porque sabía dónde venía», señala Laura. Una vez en la playa y tras darse un baño en las cristalinas aguas de Cala Saladeta, en lo último que piensan es en el camino de vuelta para subir hasta la barrera: «Nos ha costado mucho bajar como para pensar en la vuelta», afirman.

EL DETALLE

Pocas plazas de autobús para transportar turistas a Cala Salada

A media mañana, decenas de personas hacen cola para ir a Cala Salada en la parada de autobús ubicada junto al polideportivo de Can Coix en Sant Antoni. La queja más extendida entre los usuarios es que los autobuses, que parten desde Sant Antoni, llegan casi llenos a Can Coix, por lo que solo pueden subir unas pocas personas hasta que llega el siguiente vehículo quince minutos después. «Tendrían que poner un autobús más grande. Con la cola que hay las personas que están al final no llegarán a la playa hasta por lo menos dentro de una hora», señalan Nerea y Cristina, quienes consi- deran que el Ayuntamiento de Sant Antoni debería sustituir los microbuses por vehículos más grandes o poner en servicio más autobuses.

Harta de esperar, otra turista sevillana que hace cola junto a su marido y su hija cree que la mejor opción es regresar a Sant Antoni para coger desde allí el autobús o directamente un taxi.