Comencemos conociendo el ciclo biológico de este pequeño ‘terrorista’. La oruga procesionaria (Thaumetipoea pityocampa) es un lepidóptero de hábitos nocturnos que pasa parte de su ciclo en los pinos y, en contadas ocasiones, en cedros y abetos.

Su ciclo comienza en verano, cuando los adultos en forma de mariposa se aparean. La hembra coloca sus huevos en las copas de los árboles donde, un mes después, nacerán las orugas que pasarán por tres estados larvarios hasta que abandonen el nido. En los árboles se alimentan de las acículas y construyen nidos con forma de bolsas de seda, fácilmente apreciables a nuestros ojos. Allí pasan el invierno, soportando temperaturas de hasta menos diez grados bajo cero. Cuando llega la primavera y las temperaturas suben, se produce el llamado “reflejo de enterramiento”, en el cual forman esas hileras características y abandonan el árbol para buscar un lugar apropiado donde enterrarse y transformarse en pupa. Así permanecerán hasta convertirse en mariposas adultas, cerrándose de nuevo el ciclo.

Es importante señalar que solo la fase larvaria (la oruga) cuenta con la propiedad urticante. Tienen unos pelos con forma de gancho que contienen en su interior la toxina, llamada taumatopenia, capaz de producir una potente reacción inflamatoria al contacto con ella.

¿Qué síntomas apreciaremos?

Cuando la toxina entra en contacto con el animal se desencadenará una reacción inflamatoria, que será proporcional a la cantidad de toxina a la que nuestra mascota haya estado expuesta.

El contacto oral es el más común: nuestro perro comenzará a hipersalivar, con actos de deglución muy rápidos, e intentará rascarse la boca con las patas debido al prurito y al intenso dolor. Poco después comenzará a inflamarse la región afectada, apareciendo glositis (inflamación de la lengua), estomatitis (inflamación de la mucosa oral), o queilitis (inflamación de los labios). Muchas veces la inflamación es tan grave que impedirá al animal cerrar la boca con normalidad. Si ha ingerido alguna oruga, el cuadro clínico se complica y encontraremos, además, vómitos profusos y nauseas.

A veces el contacto es indirecto, es decir, el animal entra en contacto con pelos de las orugas transportados por el viento al caerse los nidos. En estos casos, pueden desarrollar síntomas oculares como conjuntivitis, o bien estornudos al inhalarlos. Estos casos son más difíciles de diagnosticar, puesto que pueden confundirse con otros tipos de reacciones alérgicas.

¿Qué podemos hacer?

Ante esta situación no podemos esperar, debemos acudir cuando antes a un veterinario. El cuadro clínico y sus secuelas serán más graves cuanto más tarde el animal en recibir un tratamiento adecuado.

Como propietarios, existen unos primeros auxilios que podemos aplicar antes de llevarlo a la clínica. Debemos lavar a conciencia la zona expuesta, que en la mayoría de los casos será la boca y alrededores. Para ello emplearemos agua FRÍA, sin que queme, aplicándola en la cavidad oral con un chorro a presión. Podemos usar jeringuillas si tenemos en casa; si no, una cantimplora o cualquier botella con boquilla que permita al agua salir en forma de chorro. NUNCA frotaremos la zona, porque los pelos de las orugas se clavan en las mucosas y es con el estímulo de la fricción como liberan la toxina. Debemos usar agua caliente o, en su defecto, vinagre o limón, porque inactivan la toxina, impidiendo que el animal siga absorbiendo más cantidad de tóxico.

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El tratamiento en clínica

Cuando lleguemos a la clínica es importante comentarle al veterinario si hemos visto el contacto con la oruga o la sospecha de que pueda haberse producido, puesto que orientaremos el diagnóstico y vuestra mascota recibirá el tratamiento inmediatamente.

El tratamiento se basa en el uso de corticoides de acción rápida administrada por vía intramuscular o intravenosa. También recibirá protectores gástricos, antibióticos de amplio espectro y, en los casos más graves, analgésicos y fluidoterapia.

En los casos más leves, el animal será dado de alta con un tratamiento oral para administrar en casa, así como consejos para estimular la ingesta de alimentos y agua, para impedir la deshidratación y la pérdida de peso. Normalmente se aconseja al propietario que durante unos días el pienso seco sea sustituido por latas de comida húmeda, potitos o papillas de bebé.

En los casos más graves, suele requerirse la hospitalización, para controlar el correcto tratamiento de esas gravísimas lesiones orales

¿Qué podemos hacer para prevenir esta situación?

Las soluciones simples son siempre las más efectivas: evitar las zonas con pinos en el inicio de la primavera. Si paseamos por una zona donde sabemos que existen bolsas de seda, no debemos dejar a nuestro perro suelto y sin vigilancia.

Si tenemos algún pino, abeto o cedro en nuestro jardín es importante observar que no haya nidos y, en el caso de que los hubiera, debemos tomar medidas para eliminarlos. NUNCA hay que eliminarlos con palos para que caigan, ya que se produce la dispersión de los pelos urticantes. Debemos podar las ramas y luego quemarlas bajo estricta vigilancia. Lo mismo ocurre si vemos una hilera: no debemos pisarla para evitar la dispersión, debemos recogerla con recogedor y escoba y hacer una quema controlada en un recipiente.

Existen productos fitosanitarios para el control de esta plaga que deben usarse con mucha precaución.

En definitiva, debemos evitar la exposición de nuestras mascotas a este peligroso insecto durante los meses de primavera y, en el caso de que tengamos un descuido (todos somos humanos), debemos acudir rápidamente a un centro veterinario. Nuestro amigo pasará unos días bastante molesto y convaleciente, pero si actuamos rápido todo quedará en un pequeño susto.