Hay preocupación por lo floja que va la temporada turística en Ibiza, a lo que se une la estigmatización del turista y del turismo, sector que hay que ordenar pero no matar, porque es de lo que comemos, no comemos de las «ideas» perroflauticas.

Es verdad que el turismo en el mundo se está convirtiendo en una marabunta que nos va invadiendo poco a poco y no queda otra que controlarlo, pero hay que hacerlo con cabeza, no con posverdades a lo Colau. Antes un turista era algo exótico que aparecía por el pueblo o en la serie «Crónicas de un pueblo», que parecía hasta de raza superior y que no tenía los tabúes de los nacionales; vamos, que era un extraterrestre como se puede comprobar en el cine español del tardofranquismo landista, con López Vázquez intentando pillar el cacho de muslo de una sueca fresca y lozana.

El turista, antaño, más que ser de otro país, era de otros mundos; pero hete aquí que España se desarrolló económicamente gracias a los tecnócratas, que nos llegó la libertad entonces sin ira y que los vuelos lowcost, los portales de reservas de hoteles y apartamentos, y la apertura de media Asia y Rusia con sus nuevos flujos de turistas con dinero, hizo el resto.

Es decir, hoy se turistea barato y todos los sitios turísticos del mundo están a tope de turistas, lo mismo Santorini, que Venecia o Dubrovnik o Kakunodate o Shirakawago, un pueblo nipón de cabañas echas con paja donde un día normal no cabe nadie más.

Y es que el turismo se lo está comiendo con patatas el mundo entero, el problema es que hay sitios donde tienen otros sectores, aquí no y ojito con la recuperación de los países moros ribereños del Mediterráneo.