Documenta Balear acaba de publicar Islas de las cien voces, un libro coordinado por Carlota Vicens con textos sobre los viajeros intelectualmente más granados que pasaron por Baleares. El capítulo de Ibiza está representado por un excelente ensayo de Helena Tur Planells (Vila, 1969) sobre el viaje del pensador rumano Emile Cioran en los sesenta del pasado siglo a Talamanca. No es su único trabajo. Doctora en Teoría de la Literatura y especialista en Hermenéutica, ha diseccionado el paso de Albert Camus por aquí, ha escrito libros de crítica literaria, un poemario o una entrevista a José Saramago que se publicó en México.

Su ensayo sobre Cioran en Ibiza está lleno de sugestiones. Nos muestra a un viajero distinto al que no le interesaba la arquitectura, la etnografía ni el paisaje salvo cuando lo interioriza. Rara ave este filósofo rumano...
—Rara ave, cierto. Sabemos que le gustaba España, pero el motivo de sus viajes a Ibiza se debió a una razón económica, ya que un amigo francés les prestaba su casa a él y a Simone Boué, su mujer. Él odia el sol y viene en agosto, no soporta la arena ni el agua salada y se hospeda frente a una playa... En sus notas no aparece ni una referencia a las peculiaridades de la isla que han fascinado a otros. Lo único que ve es ruido y todo lo que trunca su tranquilidad. Sin embargo, la belleza del paisaje es una constante en los apuntes que toma.

No se encontró a sí mismo, ni siquiera en la Ibiza libre de los sesenta, ¿por qué?
—Primero habría que preguntarse si existe un «sí mismo», algo que Cioran cuestionaría al menos racionalmente. En segundo lugar, él no viene buscando ninguna espiritualidad ni comparte nada con los hippies que ya se han ido asentando aquí. Tampoco comparte la búsqueda de libertad de ciertos intelectuales que vienen a experimentar con drogas o modos de vida poco convencionales. Viene a buscar paz y, sin embargo, encuentra algo más: cierta noche en Talamanca. Una experiencia de tal profundidad que quiere dedicarle un libro. Sin embargo, y aunque tenemos las notas previas nunca llegó a escribirlo.

¿Se dio cuenta de que aquella Ibiza paradisiaca la iba desdibujando el turismo masificado? ¿No es una postura egoísta?
—Para Cioran, la idea del paraíso siempre va vinculada a su infancia en Rasinari, un pueblecito rural de Transilvania pegado a la pequeña villa de Sibiu. Lo arcaico, la infancia y cierta irracionalidad son su refugio perdido. Ni Cioran ni Walter Benjamin niegan ningún derecho a los ibicencos, sólo cuestionan si esa mejora de las condiciones de vida que aporta la modernidad implica también un mejor modo de vivir. Sobre todo en Benjamin vemos una crítica al capitalismo en general, no solo a los cambios en Ibiza.

Cioran hace hincapié en que los isleños son cada vez menos felices a medida que les engulle la sociedad de consumo. Ibiza, ¿parque temático para turistas o parque temático para intelectuales consumidos por la civilización?
—A día de hoy en verano se ha convertido en un parque temático para turistas. De todas formas, si hubiera intelectuales consumidos por la civilización que buscaran en la isla una vía de escape no nos enteraríamos, como no lo hicimos en los años 30, 50 o 70. Incluso una isla pequeña permite que en ella haya muchas islas y esto es una pequeña esperanza.

También ha estudiado a Albert Camus: ¿qué sensación se llevó de la isla?
—Su caso es muy distinto, porque el francés no se sorprende sino que se reconoce. Ibiza y Argel tienen muchos paralelismos y él siente la familiaridad del paisaje, de la arquitectura o del modo de vivir desde el primer momento. Y no solo identifica ambos lugares, sino que siente la identificación de su propio ser en ellos, un modo de ser mediterráneo. Tal vez eso mismo sintió Cioran esa misteriosa noche en Talamanca, sorprendiéndose y echándolo luego de menos.

¿Que otros escritores relacionados con lbiza le interesan?
—Creo que los tres más importantes que han pisado la isla en el siglo XX son Walter Benjamin, Albert Camus y Cioran, aunque no todos han dejado la misma constancia. Me interesa la mirada del que llega de fuera porque es una mirada nueva, que ve por primera vez y me obliga a fijarme en cosas que, por obvias, no reparo. Sin embargo, no puedo hablar de escritores y de Ibiza sin mencionar a Vicente Valero. Es de lo mejor que hay en el panorama literario actual en lengua española, no sólo en poesía y narrativa. Ningún ibicenco debería dejar de leer Experiencia y pobreza o Viajeros contemporáneos si quiere descubrir algo más sobre su tierra.

El mar de Gran Canaria y el de Ibiza son dos mares que conoce usted muy bien, ¿por qué se formó en las islas afortunadas?
—No fue algo buscado, yo vivía en Las Palmas de Gran Canaria por circunstancias personales cuando decidí estudiar Filología. El Mediterráneo y el Atlántico se parecen muy poco. El primero tiene el rumor de una caricia casi silenciosa, el segundo es sonoro y de golpe imponente. El horizonte ibicenco es recto; el canario, curvo. El mar Mediterráneo siempre ha sido visto como un puente, mientras que el Atlántico parece más bien un abismo. Estas diferencias son muy interesantes y se notan tanto en el arte como en la literatura de ambos lugares.

Qué le gusta de Ibiza y qué no.
—Me gusta el paisaje, en el que, como Camus, me reconozco y me hace sentir que pertenezco a él. Y no me gusta, sobre todo, el hecho de perder el anonimato, que todo el mundo sepa de quién eres. Prefiero cierta invisibilidad.

Si Cioran viniera ahora a Ibiza, ¿qué pensaría?
—Es muy tentador decir que esta vez sí se suicidaría, pero con el hombre de las contradicciones nunca se sabe. Se pasó la vida aconsejando a su hermano Aurel que no saliera nunca de Sibiu y, sin embargo, él nunca volvió a Rumanía y escogió París por su decadencia y por simbolizar todo lo que odiaba.O eso decía, que es muy posible que fuera porque en París Simone tenía trabajo y así podía mantenerlo, a él, al hombre que se proclamaba independiente por encima de todas las cosas.