Antonio Marí Calbet en el salón de su casa en la víspera de Nochebuena | Toni Planells

Su dilatada trayectoria profesional en Ibiza y su labor como médico en las campañas de vacunación contra la viruela en África, en el extinto Congo Belga, le han supuesto a Antoni Marí Calbet Busquets (Ibiza, 1932) el reconocimiento del Colegio de Médicos de Balears que le ha otorgado la medalla al mérito colegial. n esta entrevista, en la víspera de Nochebuena en su casa rodeado de su extensa familia, repasamos su trayectoria vital repleta de anécdotas tanto en la sanitaria como en la política, que dejó en 2003. Una de esas anécdotas que cuenta fue cuando un grupo de periodistas en Palma le preguntaron si era verdad que había maltratado una mujer. «¿Yo? Pero si he vivido de las mujeres», respondió en alusión a su trabajo como ginecólogo. Así es Marí Calbet, un hombre vehemente acostumbrado a decir lo que piensa y de lo que no se arrepiente, que confiesa que quiere mucho a Ibiza y a los ibicencos, «la mayoría de ellos creo que también me quieren». Desde su jubilación disfruta de su familia, su mujer Maryse a la que conoció en su época de estudiante de Medicina en Valencia con la que lleva casado más de 60 años, de sus cinco hijos, tres de ellas nacidas en el Congo Belga, y sus 14 nietos. «Tengo una familia muy grande y muy unida», confiesa orgulloso. Tiene los achaques propios de su edad, pero sigue conservando ese carácter que le caracteriza.

¿Qué le ha parecido el reconocimiento del Colegio de Médicos al darle la medalla al mérito colegial?

—No tengo idea. Me mandaron una carta y en el último punto ponía que me iban a dar una medalla. Mi hija Virginia fue al Colegio y preguntó los motivos porque yo no iba a ir a recogerla. Vendrán a Ibiza en febrero a entregarme la medalla y tengo que escoger al médico que me la va a entregar, pero no lo he decidido aún. Conozco al Colegio de Médicos porque me dieron la insignia de oro. Tengo que reconocer que siempre se han portado muy bien conmigo, se lo agradezco. Cuando me jubilé me enviaron una carta diciendo que era emérito, que sigo con mi número de colegiado y puedo trabajar si quisiera.

Una de las razones del reconocimiento es por la campaña de vacuna para erradicar la viruela en el Congo Belga.

—Me siento muy honrado de haberla hecho. Vi a pueblos enteros enfermos de viruela, los vacunaban pero la vacuna, que era glicerinada, no era efectiva. Estuve estudiando seis meses qué vacuna era la mejor. Había cinco tipos y la que dio mejor resultado fue la rusa, que era liofilizada, y esa fue la que empleamos. Con la campaña que hice puse 960.000 vacunas. Íbamos con piraguas, por riachuelos, con camiones... para ir a vacunar. Teníamos un equipamiento muy bueno. Eramos unas 60 personas. Vivíamos en campamentos en la selva.

¿Cómo decidió irse al Congo Belga?

—Un amigo mío y yo nos fuimos. Habíamos hecho un curso de medicina tropical en Amberes. Hice un proyecto de cómo se tenía que hacer la campaña y me lo aceptaron. Cuando estudiaba 4º de Medicina en Valencia vino un chico valenciano que estaba allí y me dije que yo también me iba a ir allí, a ayudar a la gente. Conocí a mi mujer Maryse y le conté que me iba al Congo, ella me dijo que se venía conmigo, yo estuve diez años y ella 8,5. Teníamos el dilema de que los niños tenían que ir a clase. La Organización Mundial de la Salud se hacía cargo de los gastos si enviabas a los hijos a estudiar a Europa o a donde quisieras, pero no nos queríamos separar de los niños. Decidimos volver a mi casa, a Ibiza. Ella vino antes y le prometí que cuando acabara mi proyecto en mi región regresaría. Cuando acabé aquello les dije a los de la OMS que me iba, me escribieron preguntando si tenía algún problema con alguien, les dije que no. Vino el jefe general de la campaña y me preguntó los motivos, le dije porque le prometí a mi mujer y a mis hijos que cuando acabara esto me iba a ir. Es que eran plazas muy apreciadas y no estaban acostumbrados a que los funcionarios de la OMS dimitieran, porque estás bien tratado y pagado. Le prometí a mi mujer que volvería y tenía ganas de volver a Ibiza.

¿Cómo recuerda esos años en el Congo?

—Muy bien, si tuviera 24 años me volvería a ir. Me gustaba mucho. Pasé por todos los follones y nunca me dijeron nada.

¿Cómo es eso que pasó por todos los follones?

—Me fui por el gobierno belga y después de la independencia empezaron las revoluciones. Primero evacuaron a mi mujer y a mi hija mayor. Vino un avión, un DC4, a recoger a las mujeres, a los niños y algún listo que se embarcó. Un amigo nuestro belga que hacia puntos geodésicos trabajaba de noche con una tienda de campaña y no les gustaba a los nativos, les parecía que hacía brujería; no lo querían y tampoco era muy simpático. Este amigo llevaba a mi hija en brazos y, en un momento dado, sacó un fajo de billetes para darle a un empleado y se enzarzó con los nativos. Cogí a mi hija y se la di a su madre. Tenía una metralleta y dos fusiles en el coche, pensé que lo mismo lo registraban, lo cogí y llevé las armas a mi casa. Cuando volví, los pilotos estaban tranquilos. Nos quedamos algunos hombres y nos fuimos con una embarcación por el río y gente de allí nos pidió si podía viajar con nosotros. Era un trayecto de 36 horas. Ellos no trajeron nada... ni comida ni agua, y estaban al sol, en la cubierta. Estábamos dentro y le dijimos que se metieran dentro, comieron y bebieron, pero se quedaron dentro y nosotros nos quedamos al sol. Eran momentos muy difíciles y no sabíamos lo que pasaba. Llegamos a la capital de la provincia donde había un hotel y las autoridades locales dijeron que los que se querían ir que se marcharan. Los del consulado belga nos aconsejaron que nos fuéramos y nos fuimos. Llegaba mucha gente y había mucho follón. Salí con el último avión. Estuve tres días en el aeropuerto.

Vaya situaciones que vivió.

—Era joven y en aquellos tiempos era un poco divertido. Fui muy feliz allí, en Gemena, estuve ocho años. Hay que tener en cuenta que cuando estaba en el Congo había un hospital nuevo con 400 camas y una clínica para los europeos, en la que vivía hasta que llegó mi mujer, y aquí no había nada.

¿Qué le dijeron sus padres cuando les anunció que se iba al Congo Belga?

—En quinto de Medicina les dije que cuando acabara quería irme y no se lo creyeron. Al acabar hice el servicio militar y después un curso de medicina tropical en Amberes, entonces ya vieron que iba en serio. Un día les dije: ‘Me voy al Congo y me caso en Francia’. Eran un poco mayores y en aquellos tiempos no se salía de España. Se sacaron el pasaporte y fueron. Estuvieron cinco días con nosotros y mi mujer y yo nos fuimos al Congo.

De regreso a Ibiza es nombrado jefe clínico de Obstetricia y Ginecología. ¿A cuántos ibicencos ha traído al mundo?

—A muchos. En Ibiza ciudad debía de haber 14.000 personas y en todo las isla unas 50.000 personas. Aquí lo pasé muy bien también.

¿Como médico o político?

—Primero como médico, yo nunca había pensado en cambiarme a la política.

¿Por qué decidió cambiar a la política?

—Estaba trabajando en mi despacho particular y vino Cosme Vidal a decirme que fuera a una lista con él, de los independientes. No estaba muy convencido al principio y luego me convenció. Me dijo que sería una hora a la semana que se transformó en 20 años. Estoy orgulloso de lo que hice y del trabajo. He tenido una vida muy activa y he hecho un poco lo que he querido y esto vale mucho. En el Congo trabajé mucho, pero por mi propia voluntad.

¿Dónde se ha sentido más a gusto en la medicina o en la política?

—En la política. La medicina era muy pesada en aquel entonces. En Maternidad éramos dos y siempre estábamos de guardia. En cualquier momento te llamaban. Llegué a un acuerdo con ellos, no tenía sueldo ni horario, solo cobraba las guardias, y así podía trabajar como privado y en la Policlínica. Es como en el Parlament, en mis tiempos no cobraba sueldo, la mesa sí, pero los demás cobrábamos por asistencia. Por esto han subido tanto los presupuestos. Recuerdo que cuando se hizo el edificio del Consell salió un artículo en el que me decían que eran como la pirámide de Tutankamón y que tenía un despacho muy grande, más que el presidente de Estados Unidos. Me enfadé un poco.

Pero usted como político tiene que entender su exposición pública y estar acostumbrado a las críticas.

—Sí, dímelo a mí, si he estado veinte años, pero aquello ¡era demasiado! A los tres meses de irme yo no cabía gente en el Consell. Si el que menos tiempo estuve allí fui yo.

¿Le ha supuesto algún problema el hecho de decir lo que piensa?

—Siempre digo lo que pienso. No me afecta lo que digan de mi, no me importaba.

¿Es cierto que llegó a lanzar un uc en el Parlament?

—Lo dicen, pero no me acuerdo. También decían que pegaba puñetazos encima de la mesa. Recuerdo que una vez estábamos en una comisión partransferir temas de juventud al Consell y había una directora general que me dijo que lo que yo quería era maltratar a los niños. Allí sí que pegué un puñetazo. Era una mesa desmontable que se plegó. La consellera era Rosa Estaràs y le dijo a la directora que se fuera. ¡Cómo se le ocurre decir, cuando estaba defendiendo los intereses de los niños de Ibiza y Formentera, que lo que yo quería era maltratarlos! Ese fue el único puñetazo que pegué en la mesa. En el Parlament siempre se han portado muy bien, me querían mucho y me recuerdan. En Ibiza también me recuerdan y me siento muy querido.

En 2003 dejó la política. Su última legislatura estuvo en la oposición en el Consell, ¿cómo recuerda aquella etapa?

—Me trataron muy bien. No hacía nada. Pilar Costa era la presidenta y era amiga mía, como su padre. Siempre me porté bien con ella y no tuve ningún problema. Hubo un conseller del PP que dijo algo de Pilar Costa que no me gustó, cogí y me fui.

Una de sus hijas, Virginia Marí, es diputada del PP. ¿Qué le aconsejó cuando le dijo que quería dedicarse a la política?

—Le dije que me parecía bien. Estuvo de alcaldesa y cuando le ofrecieron ser diputada del PP, me lo comentó, me parecía bien y le dije: ‘Ves allí, que estarás muy tranquila y contenta’. Es muy lista. En el Parlament están siempre de vacaciones y ahora tienen sueldo.

¿Ha regresado al Congo Belga?

—No, ni pienso volver. Cuando me fui sabía que no volvería nunca. Si fuera ahora a Gemena, que yo quería mucho, me daría mucha lástima. Se portaron muy bien conmigo, tanto los blancos como los negros. Nunca tuve problemas, ni en las revoluciones y, además, me tenían un poco de miedo. Sabían que tenía armas y era capaz de emplearlas si era necesario. En la casa de Gemena quedó una caja con 5.000 balas de metralleta, otra de bombas de mano y una metralleta.

Vaya un arsenal que tenía.

—’Ah no! Tenía claro que no me metía con nadie, pero sí se metían conmigo me defendía. Lo sabían y tenía un carácter fuerte, me respetaban mucho.

¿A qué se dedicó desde su jubilación en 2003?

—A nada, a vivir. Antes salía con el barco, un llaüt, a navegar, pero ahora no me atrevo, porque mi equilibrio no me lo permite. Es un barco muy bueno, nunca me ha fallado. A mi me gusta salir solo en el barco, pero no puedo pasar de proa a popa. Ahora le he arreglado la cubierta, lo he ofrecido pero nadie lo quiere, todos quieren lanchas.