Ayer le canté a mi madre todas las versiones que conozco del cumpleaños feliz y le añadí una personalizada de «quién me ha robado el mes de abril». Al final en estos días inciertos esa es la sensación que todos tenemos y de alguna manera nos hemos perdido entre las letras de Sabina y sus más de 19 días y 500 noches. Como saben, este 3 de abril, fue su ‘no cumpleaños’, porque ha decidido que hasta que no pueda celebrarlo a nuestro lado no cambiará de década.

Ella, que siempre ha sido prodigiosa, continúa cada día dándonos lecciones de vida. Precisamente ayer se enteró de que dos amigos suyos se habían marchado, solos, sin despedidas, sin flores y sin exequias. Sin familias diciéndoles adiós, sin lágrimas que les limpiasen el camino y sin los abrazos arrullándoles cerca que merecían. Qué banda sonora tan triste, y qué certeza tan lacerante la que nos demuestra que hoy más que nunca debemos quedarnos en casa para evitar más ausencias y más velas discordantes, de esas que nunca querríamos apagar.

A pesar de todo, y gracias a mi hermana Miriam, recibió un paquete sorpresa que le dejó en el rellano con varias manualidades fraguadas con mucho amor, una foto de toda la familia, bombones, una botella de vino para que brindasen a su salud (a la suya, que es lo más importante para nosotros ahora mismo), y una tarta de queso. Menos mal que mi hermana vive en Aranda y que al menos pudo llamar al timbre y dejarle aquella caja cuajada de sonrisas, porque la frustración sabe menos amarga cuando alguien sabe cómo calmarla.

A las dos de la tarde, hora arandina sagrada del vermú un viernes, hicimos una videollamada para vernos, para alzar las copas cada uno desde una ciudad y para celebrar la vida. Creo que hacía mucho tiempo que no era consciente del regalo tan grande que es tener hermanos. En esta rueda individualista, en la que habíamos caído sin remedio, nos habíamos olvidado de tantas cosas… y una de ellas era esa, lo esencial, la importancia de la familia, ese grupo de personas que te conoce mejor que nadie y que te quiere sin fisuras, por y para siempre.

Mi vecino Fer, quien se empeña cada día con cada nuevo detalle en ser protagonista de esta bitácora, le preparó una tarta para que pudiésemos soplar con ella las velas de forma virtual por la tarde (y sin lactosa, para que yo pudiese comer un trozo) y así, de esta forma extraña, celebramos juntos una fecha que llevaba mucho tiempo señalada en el calendario y que recuperaremos en junio o en julio. Porque todos sabemos, incluso los más optimistas, que este confinamiento nos secuestrará el mes de abril completo y varias semanas de mayo, en el mejor de los escenarios. Podemos cruzar los dedos, rezar a nuestros dioses de turno o convencernos de que todo volverá a la normalidad, pero si nos fijamos en el espejo de Italia, donde llevan dos semanas más que nosotros de confinamiento y ya han anunciado que amplían el estado de alarma hasta el 2 de mayo, es probable que tardemos bastante más en recuperar lo que quede de nuestras antiguas vidas.

Alguien ha guardado el mes de abril en un cajón, donde guardo el corazón y en el que aun así, siguen naciendo flores.