El aeropuerto de Ibiza totalmente vacío en Semana Santa. | Arguiñe Escandón

No hay duda alguna de que no habrá temporada turística tal como la hemos venido conociendo en las últimas décadas. Y si la hay, en el mejor de los casos, ésta empezará más tarde, tendrá menos actividad y dinamismo y generará menos riqueza, menos puestos de trabajo y menos bienestar. Difícilmente abrirán sus puertas las discotecas, ni de noche ni de día, y si lo hacen, lo harán más tarde que la planta hotelera que, por lo tanto, tendrá que respirar sin parte esencial de su oferta complementaria.

También está muy claro que la única forma teórica, veremos si es real, de recuperar parte del negocio perdido es alargando la temporada.

Existe una corriente de opinión muy asentada entre determinados sectores de la sociedad y de la clase política que clama cada vez que tiene ocasión contra la saturación de los meses centrales de la temporada, apuesta por limitarla para trasladar, sin explicar cómo, la demanda de los meses pico a los valle de inicios y finales y por poner en valor otros activos diferentes al sol y playa y el ocio, como el patrimonio histórico y cultural, la artesanía y la gastronomía, entre otros. En definitiva, abandonar la parte nuclear para centrarse en la accesoria, como si en Andorra dejaran de promocionar el esquí alpino para vender excursiones a caballo en verano.

No faltaban, en este discurso, dosis desmesuradas de animadversión al mundo del ocio, a pesar de que la marca Ibiza se ha construido mundialmente, al menos en parte, gracias a él.

Tanto que hasta el Partido Socialista criticó no hace tantos meses al gobierno del PP y Cs del Consell por hacer lo que todo el mundo con dos dedos de frente haría: promocionar el ocio como un sector estratégico y esencial para la economía ibicenca, como demuestran los datos del estudio que realizó el economista socialista Carles Manera hace un par de años.

Todo sector económico tiene sus disfunciones. También el mundo del ocio es mejorable. Al igual que la industria del automóvil y aun así no me imagino a Angela Merkel poniendo de vuelta y media a un sector esencial para la economía alemana. Ni al alcalde socialista Abel Caballero atacando al grupo PGA que fabrica en la factoría de Vigo millones de unidades de las marcas Peugeot y Citroen, ni al presidente de La Rioja diciendo que sus caldos no merecen ser promocionados porque las plantaciones de vid utilizan no sé qué tipo de pesticidas que tienen contraindicaciones para el medio ambiente, ni a la presidenta de Menorca no apoyando el Queso Mahón porque las heces de las vacas huelen mal y, además, contaminar los acuíferos con nitratos...

Aquí, en cambio, se ha venido atacando a un sector esencial que, por si fuera poco, es insustituible y que ya querrían para sí todos los destinos competidores del mundo.
Ahora, el Covid-19 nos obligará a testar, queramos o no, un modelo con menos turistas en verano, sin discotecas y que pelea por cada turista de invierno con otro tipo de atractivos, en definitiva la receta de un verano sin masificación y sin discotecas.
No son las condiciones ideales para andar haciendo probaturas, pero seguro que aprendemos alguna lección, tanto los unos como los otros y que el debate después de esta temporada será otro en un futuro.

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El papel de la sanidad. El coronavirus nos obligará a reflexionar también sobre la deslocalización de nuestra fuerza productiva, la decentralización de la sanidad y el papel de nuestro sistema de salud, del que también forma parte la sanidad privada, otro sector que ha sido demonizado y que esta crisis nos ha demostrado que es un complemento esencial para garantizar nuestro bienestar y, como tal, ha de ser protegido, al igual que los colegios concertados y los privados.

La Policlínica Nuestra Señora del Rosario nos ha brindado esta semana dos noticias positivas. Por un lado, ha ofrecido a la sociedad ibicenca la posibilidad de someterse a un test rápido para comprobar si uno es portador de los anticuerpos del Covid-19 sin presentar síntomas, algo que la sanidad pública ha sido incapaz de hacer todavía, a pesar de las recomendaciones de los expertos y del éxito que tuvo dicha política en Corea del Sur.

No sabemos todavía la fiabilidad de los 18.000 test que en teoría han llegado a Baleares, ni tampoco para qué van a ser usados, ni cuántos llegarán a Ibiza y Formentera, así que los controles están vetados en la pública para quien no presenta síntomas. Entre tanto y en este tiempo de contradicciones, los ayuntamientos, también los gobernados por Podemos, se han apresurado a mandar a su personal esencial a una clínica privada para someterse al test rápido y cribar entre los portadores del virus y los que no.

La otra es el éxito que ha tenido un paciente gracias al tratamiento con ozono importado de Italia por la Policlínica y gracias al que un paciente que estaba en la UCI a punto de ser intubado por las dificultades respiratorias que padecía ya está en casa. Todos miramos con expectación a las capitalistas corporaciones de laboratorios farmacéuticos que cotizan en bolsa con ánimo de obtener los máximos beneficios posibles apremiándoles a que saquen un medicamento ya, a ser posible también una vacuna.

Una cosa o la otra se antojan imprescindibles para que vuelvan a volar los aviones llenos de turistas atraídos por el sol y playa y el ocio que antes algunos denostaban y este verano añorarán sin duda.

Políticas de austeridad. También pedimos ayuda y que avalen solidariamente la imprescindible emisión de nueva deuda a los países que han venido aplicando como política de Estado la austeridad y el rigor en el gasto público y cuya prudencia ha desnudado nuestra temeridad. Y encima lo hacemos sin pedir perdón y sin querer renunciar a una manera de gestionar que se ha demostrado irresponsable.

Mascarillas. Los sectores que fueron obligados a tomar vacaciones vuelven al trabajo sin que los expertos hayan recomendado la medida y sin saber el impacto que tendrá la medida en la curva de contagios. Y lo haremos con mascarillas que no tenemos en el transporte público cuando llevan semanas diciéndonos que no son necesarias para las personas que no han contraído la enfermedad y que solo sirven para evitar que los que sí la tienen contagien a los demás.

Ante tanta improvisación y cambio de criterio, es difícil que cunda la confianza.