Júlia, en su casa de Platja d’en Bossa.

Marian tuvo un embarazo y un parto normal de Júlia, pero con 15 días de vida empezó el periplo con la pequeña por los hospitales. «Vi que empezaba a ahogarse y cambiaba el tono de piel. Cogimos a la niña y me la llevé a urgencias de Can Misses», recuerda su madre Marian Ibáñez Rodríguez, de aquellos momentos de hace casi tres años. De Can Misses la trasladaron a Sant Joan de Déu, donde entró en la UCI y sufrió una parada cardiorrespiratoria. Se recuperó y, tras una operación de vida o muerte, salió adelante. Estuvo casi tres meses en Sant Joan de Déu hasta que se recuperó y regresó a Ibiza. Al año y medio volvió a pasar por el quirófano para ponerle un catéter.

Júlia es uno de los 150 niños que hay en Ibiza que sufre una cardiopatía congénita. El 28 de febrero, en una de las últimas revisiones en Can Misses, el pediatra Juan Antonio Costa vio que algo no marchaba bien. «Me dijo que la válvula mitral no aguantaba más y teníamos que irnos a Barcelona», recuerda. Marian y Júlia viajaron el 1 de marzo. «En esa época se hablaba del coronavirus, pero no era una cosa tan fuerte», recuerda. Eso fue hace dos meses.

La operación en Sant Joan de Déu se retrasó ya que era muy complicada y la niña pilló una bronconeumonía, de la que se recuperó. Sin embargo, cuando le dieron el alta, se decretó el estado de alarma. De hecho, cuando cogió la bronconeumonía se activó el protocolo de la COVID-19 ante la sospecha de que pudiera ser coronavirus y estuvieron aisladas, aunque finalmente dio negativo.

Mientras tanto, su marido Eugenio y su hija Carla estaban en Ibiza. «Lo hablamos y se vinieron para Barcelona. Mis suegros viven allí y pensamos que podíamos aguantar. En el hospital nos dijeron que la operación se iba a retrasar ya que era de mucho riesgo porque lo de la COVID-19 era más grave de lo que se pensaba inicialmente, pero nos dijeron que no podíamos volver a Ibiza por si el estado de la niña empeoraba». Ante este panorama, desde el hospital, a través del pediatra Álex Pérez, le cedieron un piso de una fundación para esperar hasta la operación. «Estábamos confinados en el piso superbien. No podíamos salir y a la semana de estar allí la niña empezó a ahogarse. Llamé a su cardiólogo y me dijo que teníamos que ir al hospital. Avisé a una ambulancia, pero no me hacían caso y nos fuimos con un cabify. Ingresó en la UCI y el 31 de marzo la operaron para repararle la válvula mitral. Fue todo un éxito», expuso.

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Sin embargo, el proceso no resultó sencillo. Su cirujano estaba confinado en Valencia y desde allí se desplazó para operarla. Todo salió bien, como comenta la madre, y a la semana le dieron el alta: «Nos dijeron que todo estaba bien y podíamos irnos a Ibiza porque en Barcelona había muchos casos y la niña corría menos peligro en Ibiza. Volver fue una odisea». Hasta el aeropuerto se fueron en metro: «Un taxi no nos cogía porque éramos cuatro». El 9 de abril regresaron. «Cuando bajamos del avión, la Guardia Civil nos pidió los datos, si éramos residentes. El avión iba medio vacío, pero el billete era muy caro», indicó.

Ahora, en casa, la familia respira aliviada. «Nos pilló de todo», dice Marian. Recuerda que en el hospital «estaba un poco asustada». «Allí no había casos de coronavirus al principio, pero como estaban tan colapsados los hospitales empezaron a venir. Veía al personal con los EPIs y en los últimos días veía a las enfermeras con los EPIs en la habitación de al lado», señaló.

Habitualmente, el padre y la madre pueden estar en el hospital con su hijo, pero con esta crisis sólo le permitieron estar a uno de ellos, por lo que Marian permaneció junto a su hija sin salir del hospital y sin que su marido pudiera sustituirla. «Sólo estuvo conmigo el día de la operación», dice. Tampoco había voluntarios para que los padres pudieran tomarse un respiro hospitalario. «Sólo te podía llevar comida y el hospital estaba medio vacío. En la cafetería solo servían menús básicos. Sé que era para que no hubiera contagios, pero era muy extraño», rememora.

Las enfermeras hacían turnos más largos: «Se las veía muy cansadas y eso que en ese hospital no había tantos casos». También recuerda momentos bonitos, «como el día en el que vinieron los Mossos d’Esquadra y se pusieron a aplaudir delante del hospital» o como cuando el personal sanitario salió a la puerta para aplaudir a los niños por su confinamiento.

De vuelta a Ibiza, Júlia sigue con sus revisiones. Hace dos semanas, el día 15, tuvo su revisión con su pediatra de Can Misses, el doctor Juan Antonio Costa, para el que su madre sólo tiene palabras de elogio: «Es una pasada. Es muy buen cardiólogo y es el que ha salvado a mi hija». El día de la revisión fueron con mascarilla y se le hizo una ecografía. «Va muy bien y en mayo tengo que volver. Estoy muy contenta porque en Can Misses tiene su cardiólogo, el doctor Costa, y en Barcelona, a Álex Pérez». De momento, las salidas de Júlia se verán limitadas a Can Misses hasta que su corazón se vaya recuperando de estos meses en los que resistió a esta crisis.