Me la suda no tener vacaciones. Me la refanfinfla no brindar en aviones, no pedir la cuenta en restaurantes de moda ni irme de compras. Me dan igual los problemas de antes, los que llamábamos “del primer mundo”, tener la vitrocerámica rota, el suelo abombado y las paredes mal pintadas. Me la traen al pairo mis preocupaciones de ayer, de hace un siglo, mis quejas frívolas y mis tonterías.

Me da exactamente lo mismo si el sábado comemos en mi casa o en la vuestra, el menú que escojamos e, incluso, que los invitados lleguen tarde, porque lo importante es que estaré abrigada por el calor de vuestras sonrisas. Ahora los lugares han dejado de ser relevantes, los destinos o la forma en la que vestíamos todo, y de repente, como si de una aparición de Lourdes se tratase, hemos visto la luz para volver a emocionarnos simplemente con mirar el cielo.

¿Recuerdan los niños que fueron, cómo cada descubrimiento les impresionaba? En mi primer diario, detalle de una vecina en mi Primera Comunión, un 25 de mayo de 1986, relaté con todo lujo de detalles cómo había transcurrido esa ceremonia y lo feliz que había sido (el vestido, la fiesta, que parecía una boda, y los regalos ayudaron mucho, la verdad). Después, en la tercera página, describí las sensaciones que me había provocado probar un chicle de fresa ácida. Me encanta recuperar ese pequeño libro de letra apretada y faltas de ortografía, porque la inocencia con la que describo las primeras veces de instantes cotidianos me hace sonreír y revivirlas de nuevo. ¡Un chicle! Imagínense cómo seríamos hoy si el tartar de salmón que me inventé ayer o las fajitas de anteanoche se mereciesen ser recordadas para siempre en los anales de la memoria. Espero que dentro de 30 años, cuando repase de nuevo esta ristra de artículos, sienta exactamente lo mismo y rememore los platos tan deliciosos a los que he dado vida en este confinamiento henchida de orgullo y amor por poder compartirlos con la persona que amo.

Dicen los que saben que nos olvidaremos de todo esto. Que, si finalmente consiguen domar a este puñetero virus, cuya prevalencia amenaza con instaurarse en nuestras vidas como ya lo hizo en su día el VIH, volveremos a las andadas y antepondremos las cosas a las personas. No sé ustedes, pero yo ya no quiero. Me gusta darme cuenta de mis defectos y de lo estúpida que puedo ser a veces. Estoy cómoda en esta nueva piel que es más feliz con menos. Le he cogido el gustillo a esto de escribirles cada día desde esta bitácora, que nunca pensé que alcanzaría a estas alturas los 62 capítulos.

Adoro fabular como aquella niña de siete años con nuevos comienzos, reescribir mi historia y recuperar viejos sueños. Me la sudan todas las cosas que no son realmente importantes y que no entiendo cómo alguna vez pudieron parecérmelo. Hoy voy a seguir experimentando en la cocina para descubrir platos exóticos que nos permitan viajar a otros mundos y a sentarme a pensar en qué quiero invertir mi tiempo, ese que es tan valioso que se marcha y que ya no vuelve y que debemos apreciar, apurar y disfrutar con la emoción y con la inocencia de un crío.