Gente caminando por el Paseo Juan Carlos I, en Ibiza. | Arguiñe Escandón

Tengo agujetas hasta en el alma. No sé si es posible sentir calambres por sobresfuerzo muscular en esa parte incorpórea y platónica pero, si así fuese, estoy segura de que hoy levitaría más lento. La ‘nueva normalidad’ nos ha dejado oxidados tras meses de sedentarismo, salvo a los intrépidos que han hecho más ejercicio en sus casas que nunca, y salir de la caverna ha sido cegador en todos los sentidos. Los primeros días que nos permitieron pasear en la Fase Cero sentí punzadas en las caderas y en los gemelos. Después, cuando pinté los muebles de la terraza e incluso cree algunos, mi brazo izquierdo se quejó recordándome que sin mis clases de pilates volvía a ser flácido y redondo y hoy, perdónenme de antemano si sienten que les escribo más lento y que me falta ritmo, me duelen hasta las yemas de los dedos.

La causa de este cansancio se debe a que he estado trabajando en una producción como las de antes. No es que durante este “confitamiento” no haya trabajado, de hecho si hago una estimación real podría decirles que no ha habido noche en la que no haya cerrado la persiana con menos de 8 horas de actividad a mis espaldas, pero es que desde esta silla, aunque las horas pasen, no duelen.

¿Recuerdan esa época en la que hacíamos 14 horas seguidas al sol, o a la sombra, comiendo lo que se podía cuanto tocaba y despertándonos a la mañana siguiente con la misma música? ¿Esas semanas en las que nuestros pies se cocían dentro de unas deportivas que nos calzábamos sabiendo lo que nos esperaba y en las que no teníamos tiempo de pensar ni en pandemias ni en pandemios’? Pues bien, en esta ‘nueva normalidad’ también hay jornadas parecidas y les confieso que me han hecho sentirme casi normal y hasta más alta. Eso sí, estas agujetas tan indignas me recuerdan que debo volver a hacer deporte desde este lunes sin falta para que no me vuelva a ocurrir y son los efectos colaterales de un regreso al futuro que huele a aftersun y tiene vistas a Cala Comte. Casi me dan ganas de abrazar a este estado vital para decirle lo afortunado que es de estar aquí, porque algunos dicen que no nos están mintiendo, que parece que este bicho se acaba y que aunque no nos permitan pasar a Fase Tres el lunes (salvo a los magos de Formentera), más por prudencia que por otra cosa, los días de temporada volverán y los eventos y el estrés, ¡bendito estrés! Volverán los turistas a llenarnos las playas, los hoteles, los restaurantes y las carreteras, porque aunque este parón ha sido perfecto para reflexionar e intentar mejorar nuestro rumbo, seguimos queriendo bailar aunque ahora intentemos hacerlo mejor y con menos copas, y porque sí que es posible tenerlo todo y buscar un equilibro entre turismo y respeto por el entorno. No se preocupen, que muchos hemos entendido la lección.

Perdóneme ahora si les dejo aquí, es que tengo que marcharme para seguir dirigiendo una orquesta preciosa que hace arte a golpe de fotografías, con la que vamos a mostrarle al mundo esta isla tan maravillosa en la que tenemos la suerte de tener agujetas.