Como tantos otros establecimientos, el acuario se ha visto obligado a adaptar sus instalaciones a la nueva normalidad. | Marcelo Sastre

Como un vivero de langostas para los pescadores de la bahía de Sant Antoni. Así cuenta Miquel Tur, propietario del acuario de Cap Blanc, más conocido por los ibicencos como Cova de ses Llagostes, cómo empezó la andadura de este enclave ibicenco tan reconocido. Ahora, 30 años después de su fundación, el acuario y Centro de Recuperación de Especies Marinas de Ibiza, está de aniversario.

Corría el año 1977 cuando Miguel Tur, padre del actual propietario, decidió que, a través de la pescadería que tenía, solicitaría la concesión de esta pequeña cueva al Ayuntamiento de Sant Antoni para guardar el excedente de langostas que no se vendían y mantenerlas vivas hasta la temporada siguiente, cuando volvía a ser legal ponerlas en el mercado.

«Cuando mi padre entró, todo esto era una ruina», se ríe Tur, refiriéndose a que toda la infraestructura que hoy en día conocemos, tuvo que ser construida casi desde cero y, todavía «hoy en día necesita algún que otro arreglo cada cierto tiempo». Cuando la pescadería de Tur cesó su actividad en 1990, la humilde casita de pescadores empezó a dar los primeros pasos de lo que es ahora: en julio de ese mismo año, y hace ya tres décadas, nacía el Acuario de Cap Blanc.

Enclave típico

Conocido hoy en día como el único acuario de la isla, se trata de un enclave en el que los visitantes pueden ver una muestra de las especies de roca del litoral mediterráneo ibicenco, como morenas, meros, roncadors y algún que otro cangrejo… En total, unos 200 ejemplares de unas 30 especies en una ubicación privilegiada con un encanto especial que, aún hoy, sigue siendo un punto clave para el turismo en la isla.

Para Miquel, hijo del primer concesionario y actual administrador de las instalaciones, el acuario tiene una función pública y social, sobre todo para la educación medioambiental de la sociedad y de «los más pequeños». «También creo que es parte del patrimonio de la gente de la isla, sobre todo los del pueblo de Sant Antonio. Es como si fuera un poco suyo», explica Tur.

Y es que tres décadas han dado para mucho. Miquel recuerda cómo ha cambiado todo desde que él era un niño: «He visto como mi padre construía la pasarela, pintaba las puertas, disponía la terraza...», y ahora él se esfuerza diariamente en convertir diariamente el acuario y su recinto en un lugar «sostenible» y moderno, adecuado a los nuevos tiempos. «Hemos de ser conscientes de que si nos cargamos el medio ambiente, nosotros iremos detrás. Hace 30 años no sabíamos todo lo que sabemos hoy y ahora que tenemos evidencia de todo ello no podemos ignorarlo», reflexiona sobre el cambio climático, la contaminación y la educación medioambiental de la sociedad.

«Se trata de la responsabilidad individual. Cada uno debe de hacer lo que está en su mano por marcar la diferencia. Aquí, por ejemplo, las luces son led, los motores son de bajo consumo... Hay que predicar con el ejemplo».

CREM

Además, a través de su acuario, se creó el tan importante CREM, un proyecto que nació a raíz de una petición del concejal de Medio Ambiente en el año 2004 mediante el que se pretendía poder ‘acoger’ a los animales malheridos que se encontraran en las aguas pitiusas hasta que el departamento correspondiente en Palma se pudiera hacer cargo.

Fue años más tarde cuando se firmó un acuerdo formal de colaboración con el departamento de Medio Ambiente del Govern balear. A través de esa firma, se dispuso que el acuario tendría competencias para llevar a cabo una labor autónoma de recuperación y de cuidado de esos animales como, por ejemplo, el cuidado de heridas por las hélices de barcos, plásticos o anzuelos…

Así, el Centro de Recuperación de Especies Marinas (CREM) es un proyecto propuesto y financiado por el Ayuntamiento de Sant Antoni y gestionado por el acuario.

En este sentido, la labor del CREM se fundamenta sobre dos pilares: la recuperación de especies marinas locales y la devolución a su hábitat natural una vez recuperados y, por otra parte, una labor educativa a nivel medioambiental, sobre todo de los problemas que afectan al entorno marino, las causas que los provocan y las medidas de prevención que los ciudadanos pueden adoptar.

Para ello, el CREM organiza, desde los inicios de su actividad, charlas en los colegios del municipio de Sant Antoni, fomentando así el desarrollo de la conciencia medioambiental a través de programas educativos lúdicos. Sin embargo, al tratarse de competencias a nivel municipal, los jóvenes de otros municipios de la isla no pueden gozar de ellas, por lo que el propio CREM organiza visitas y talleres en el mismo centro.

«Creemos que los ibicencos deben disfrutar de esto, por eso nunca hemos cobrado la entrada de nadie que certifique que es residente en Ibiza o Formentera», aclara Tur.

Anécdotas

Además de mil anécdotas de sus primeros años de andadura en el acuario, también recuerda con claridad muchos de los momentos que vivió en Cap Blanc con su padre.
«De todo eso aprendí que yo de este proyecto no quería sacar rentabilidad, sino dar un servicio a la gente. Evidentemente, no me haré rico con este acuario. Yo vivo de mis otros negocios, pero no voy a dejar de trabajar en ello porque forma parte de mí».

Con especial cariño recuerda el episodio de los dos desoves de tortugas en nuestras playas el verano pasado. Lo recuerda como algo muy «emocionante». «Teníamos avisos desde Palma de que podía pasar algo así. Nos dieron una serie de pautas para detectar un futuro desove y, después, nos transmitieron qué protocolos debíamos seguir si finalmente una tortuga elegía nuestras costas para dejar sus huevos», recuerda Tur. «Por eso es tan importante la educación medioambiental, porque forma parte de nuestro día a día y es indispensable para que podamos seguir gozando de episodios como esos en un futuro», concluye.