Francisca Sánchez Ordóñez posa en la terraza de su nueva casa, con algunos de sus perros. | Toni P.

Nos recibe en su nueva casa, bautizada como El Bosque, cerca de Porroig. Sonido propio de un mediodía de julio en una zona boscosa, cantan las cigarras. Hay gallinas correteando por un impoluto jardín. Dos vehículos de lujo, un Bentley y Rolls-Royce, aparcados a la entrada y polvorientos por no uso, de lo que se deduce que el parque móvil es mayor. Cosas de las villas de lujo de Ibiza.

Francisca Sánchez Ordóñez (Torre del Mar, Málaga, 71 años), Paquita Marsan, Paquita de Casa Lola, Casa Lolita, Casa Paola, Casa Rocío..., la casera de los famosos, la famosa por sus irregularidades urbanísticas, por haber estado en prisión por un delito fiscal de 850.000 euros, accede a conceder a Periódico de Ibiza y Formentera la primera entrevista de su vida, a pesar de que tiene una vida de entrevista, de película o de serie de Netflix. «Soy muy amiga de Jesús Quintero, pero nunca he querido dar entrevistas, ni a él», explica.

Nos enseña su casa, de unos 500 metros cuadrados construidos, «esta es pequeña», «ajustada a la normativa y con licencia», asegura. «A mí esto es lo que me gusta, construir casas de lujo, ésta la he diseñado para mí y mi familia», confiesa.

«Mira, con los años me he dado cuenta de que no es tan necesario tener una habitación tan grande como un buen ropero», nos dice dentro de su habitación. Dicho y hecho: el vestidor es casi tan grande como el dormitorio.

En la casa hay trajín a la hora de la entrevista porque el servicio está preparando una comida con unos posibles compradores, unos árabes multimillonarios. Confiesa notar los efectos de la Covid. «Las casas están casi todas vacías».

¿Si le hacen una buena oferta, la venderá?
—Sí claro. Tengo otras en marcha, también con licencia. Esto es mi vida. Me encanta hacer casas maravillosas. Nos traen un turismo de calidad, la grandiosidad trae grandiosidad, la mierda trae mierda.

¿Cuántas casas tiene?
—Una, dos, tres… cinco.

Con la ayuda de su hija Rocío y de su pareja Nieves, que hace las funciones de apuntadora cuando le surge alguna duda, nos cuenta que también tiene un proyecto hotelero en camino, un establecimiento de 80 apartamentos en cala de Bou, cerca de Can Pujolet.

Invertir en hoteles y en villas de lujo para alquilar es a lo que se ha dedicado desde que en 1998 decidió vender el negocio de promoción inmobiliaria que montó con su entonces marido en Málaga y del que ha heredado el nombre, Marsan. «Sin ese final», aclara.

La cartera hotelera está formada por el Punta Arabí, el Coral, el Atlantic, el Paradis y uno en Menorca, el Marina Parc. No los gestiona ella directamente. «Yo solo quiero un cheque todos los años». «Demasiado complicado», añade.

«Hay que hacer un monumento a todos los empresarios que tienen al menos dos empleados, bregar con la gente es muy complicado». Ella asegura tener a 25 personas en nómina, así que sabe de lo que habla. «Claro que me siento empresaria».

La historia de Paquita empieza en Torre del Mar, Málaga, hace 71 años. Nace en el seno de una familia acaudalada. Las cosas se tuercen cuando su padre es asesinado a puñaladas «por envidias». Su madre se vuelve a casar. «El segundo marido destrozó todo el capital».
Fue enviada, con ocho años, a Corin, otro pueblo de la provincia de Málaga, con una tía.

«Cuando llegué a la estación, con una maleta de cartón, no me vinieron a buscar y me tuve que buscar la vida preguntando por ahí si conocían a mi tía», relata. «Desde ese día, en el pueblo me conocían como la niña de la maleta».
Empezó su trayectoria profesional vendiendo cosméticos a domicilio con 14 años. A puerta fría. Por los barrios.

¿Y vendía?
—Mucho, claro que vendía. Me encanta vender. Fue muy duro, pero yo siempre he sido muy curranta.

Se casó a los 20 años. Con Pepe, abogado. Entró a trabajar en una inmobiliaria como comercial. Sin tener experiencia previa, empezó a vender pisos en su pueblo. «En aquella época, había porteros en las fincas. Yo les daba una gran comisión y todos colaboraban conmigo. Sabía quién quería vender un piso y quién buscaba piso. En esa época había muchos españoles que habían emigrado a Alemania y que querían comprar, venían con dinerito debajo del brazo. Me empecé a hacer famosa, ¡hasta me dieron una medalla por vender 100 pisos en un mes!».

De comisionista, pasó a tener su inmobiliaria. «La gente me buscaba. Se decían entre ellos ‘si no te lo vende Paquita, no te lo vende nadie’». «Llegué a tener una página cada día en el Diario Sur con todo lo que tenía en venta».

Tras diez años vendiendo casas de terceros, se animó a convertirse en promotora inmobiliaria. «Le dije a Pepe, nos vamos a hacer millonarios. Lo vi, lo tenía claro».
Además, «a veces tenías problemas porque vendías un piso que luego resultaba que ya estaba vendido o se echaban atrás y habías perdido el tiempo».

«Un terrenito en la carretera de Cádiz», en el extrarradio de Málaga capital fue su primera promoción. 12 pisos.

«No tenía ni puta idea de hacer pisos. Yo sentía que ‘esto va a ser la bomba’. Triunfé, siempre he triunfado, me pareció grandioso no tener que depender de nadie y que la gente viniera a mí». «Llegué a hacer barrios enteros».

Ambiciosa, promoción tras promoción, llegó, dice, a «vender mil pisos al año». No solo en Málaga, también en Algeciras, en Jerez, en Granada… y en otras localidades de Andalucía. De los apellidos de su marido Martín y de los suyos Sánchez nace Marsan, especializada en hacer pisos para «gente trabajadora».

Ganaban tanto dinero que llegaron a hacer promociones sin hipotecas. «¡Ni nos hacía falta pedir dinero!», relata orgullosa.

Su vida dio un vuelco cuando se enamoró de una mujer. Tenía 45 años en ese momento.

¿No le habían gustado las mujeres hasta entonces?
—Se me cruzó, era una mujer un poco chico, no me gustan las mujeres femeninas, me enamoré, no tenía complicidad con mi entonces marido. Fue una locura, el puto amor, rompí mi matrimonio, rompí la empresa, una locura…

Fue antes del boom urbanístico. «Eso no podía acabar bien». Vendieron todos los terrenos que tenían en cartera y acabaron las promociones en marcha. «Tenía tantos billetes que llegaban hasta el techo». Su visión se había cumplido. Era millonaria.

Y aterrizó en Ibiza en 2001. La primera villa que compró es Casa Rocío, bautizada en honor a su hija. Cerca de sa Caleta. Fue amor a primera vista. «Ibiza es muy especial, la amo y gasto todo mi dinero aquí». «Dije la quiero y al día siguiente fuimos al notario». Luego compró Casa Lola a su hermana. «Aquí empezaron los problemas».

¿Es usted rica?
— Mentalmente multimillonaria.

¿Y materialmente?
—Estoy bien… Mentalmente, no hay pobres.

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En Ibiza se hace famosa por alquilar sus casas a famosos, por sus irregularidades urbanísticas y por su ingreso en prisión por fraude fiscal de 850.000 euros. «Me vinieron a buscar a la Flower Power VIP de Carlos Martorell, no era necesario. Sabían donde vivía».
«En la cárcel me curé, ahora ya no pueden hacerme nada. Solo les queda matarme. No hay que tener miedo, la pobreza mental te mata, el miedo te mata. Antes todo me afectaba y mucho, pero desde que me metieron en la cárcel injustamente, ya no».

¿Qué aprendió en prisión?
—Lo canalla que es el ser humano, que el ser humano ama mucho el dinero y comete muchos errores por dinero. Te acusan de lo que no es y pagas facturas que no son tuyas...

¿Hay un antes y un después en su vida tras su paso entre rejas?
—Cuando salgo de la cárcel, salgo relajada. Fue un descanso para mí. Aprendí que amo la vida por encima de todo y que nadie me puede matar y ésa es mi fuerza. Se me quitaron los miedos.

¿La trataron bien?
—Es una cárcel.

Ahora pregunta ella: «¿Usted cree que voy a dejar de pagar cuando tenía el dinero que llegaba hasta el techo?».

En la cárcel, ya se sabe, todos son inocentes.

Primero fue ingresada en Ibiza y después, cuenta una rocambolesca historia sobre la pulsera que ponen a los que están en tercer grado, ingresó en Alhaurín de la Torre, Málaga. Casi dos años entre rejas. «Limpiaba las paredes con Chanel».

«Para no volverme loca, cuando me dejaron un mes sin salir de la celda por un castigo, me inventé una piscina sin agua (hace el gesto de nadar). Rezaba, Dios mío dame fuerzas para salir de aquí. Aprovechaba el patio para caminar sin parar, dando vueltas...».

¿Tiene padrinos?
—Noooooo, para nada, tengo amigos de corazón, pero nunca he tenido ayuda de nadie. Si llego a tener padrinos, no habría entrado en la cárcel. Jamás he pedido ayuda y en cambio siempre he dado toda la que he podido.

Entonces, ¿es una leyenda urbana que usted es amiga de José María Aznar?
—Conocía a Aznar, estuvo dos veranos por aquí (en Casa Rocío). Me hice amigo de Aznar y también de Felipe González, como de todos los políticos que me gustan. Felipe González me ha encantado y Aznar me encanta, siempre le he adorado.

¿Esperanza Aguirre?
—No la conozco. Por mi casa ha pasado gente muy importante.

Ni que lo diga. Otros inquilinos de renombre que se han alojado en sus casas son Justin Bieber, Leonardo di Caprio, Paris Hilton, Cristiano Ronaldo...

También tuvo problemas por contratar a inmigrantes sin papeles. No rehuye las preguntas, pero tampoco tiene gran interés en profundizar por los episodios más escabrosos. En ocasiones, es difícil seguir su relato, en ocasiones emocionado, en otras algo sobreactuado.

«Me da mucha pena la gente que no tiene trabajo, que no tiene papeles. No tiene sentido que les dejemos entrar y luego no les dejemos trabajar. ¿Qué van a hacer si no tienen trabajo? Robarán. La gente tiene derecho a comer. A mí me encanta tener a la gente en regla, porque los gastos desgravan y pagas menos impuestos».

Usted es famosa por las irregularidades de Casa Lola, con una sentencia de demolición que aún no está ejecutada… (nos interrumpe).
—Las cosas legales son las que me gustan, pero la administración a veces no te deja.

¿Por los retrasos?
—Tú a veces no puedes ser legal, un papel no puede tardar cinco años, cuando hay tanta miseria. Si yo mandara, el mundo se arreglaría rápidamente. La administración vive de nosotros, ha de estar para ayudar y no ayuda que un papel tarde un año. Una reforma se ha de resolver en dos días. Quiero decir que adoro a la gente que trabaja en la administración de Ibiza. Por ahí todavía son más estrechos; aquí son más abiertos, vas a un juzgado y la gente está alegre.

Usted ha comprado el Km 5 y también ha tenido problemas. El Ayuntamiento de Sant Josep le precintó las obras que estaba ejecutando porque no tenían licencia.
—El KM5 será una cosa bella. He puesto mucha ilusión en este proyecto. Cuento con la colaboración del relaciones públicas Carlos Martorell, y quiero compartirlo con la gente de Ibiza.

— ¿Y por qué no esperó a tener licencia?
—No niego que he cometido mis errores. Pensé que estaba todo en orden, pero no lo estaba. De momento, ahí no he hecho nada, he tirado la guarrería que había para poder hacer algo bello, algo muy bonito. Quería que las obras estuvieran acabadas este verano, ya teníamos los muebles comprados y todo. No hemos hecho ni un metro más de los que había. ¿Usted cree que con lo que había en (Casa) Lola voy a hacer algo irregular en un sitio público? Es de sentido común, aunque no niego mis errores.

Confía en tener licencia en un par de meses y empezar las obras de nuevo.

— La demolición de Casa Lola está pendiente de resolución del recurso de casación ante el Tribunal Supremo. ¿Acabará demoliendo Casa Lola?
—Si la tengo que tirar, la tiraré. ¿Cuántas cosas hay en Ibiza ilegales? A mí me han tomado de cabeza de turco. No quiero saltarme ninguna ley, vine como novata, no tuve maldad, seguí y seguí… No soy una mafiosa, ni he robado un duro. He estado mal asesorada, me animaban a seguir. Asumo toda la responsabilidad, fui tonta. Yo soy muy rápida, no tengo paciencia, la lentitud no me gusta… Quizá llegamos a un acuerdo.

— ¿Qué tipo de acuerdo?
—Es muy difícil construir y muy fácil destruir y me da mucha pena. La casa está hecha, no estropea el medio ambiente, está integrada. A mí no me gustan nada las casas en lo alto de una montaña, por ejemplo. Me gusta mucho la naturaleza. Es verdad que he hecho cosas mal. Me gustaría regularizarlo todo para dejar de tener problemas, tengo una persecución que no es normal. ¿Quién no comete errores en esta vida?

— ¿Es impulsiva?
—Mucho. Cada día menos, pero soy impulsiva. Cuando me gustan las cosas, me emociono. Me encantaría que hubiera muchísima gente así. Entre todos, hemos de apoyar a la gente válida. Los trabajadores dependen de los empresarios, a quienes doy mucho mérito, pero mucho, mucho.

Una administración no puede llevar adelante al mundo. La administración es una máquina lenta, no estimular a los empresarios me parece tremendo, se te quitan las ganas… Algún día me vengo abajo, pero rápidamente me levanto. He tenido mucha polémica aquí, por la ignorancia, pero no soy mafiosa, he sido número 1 en Andalucía haciendo vivienda para la clase media y obrera.

—¿Se arrepiente de algo?
—Nunca me voy a arrepentir de nada. Sería una más y no quiero ser una más.

— ¿Y no está cansada?
—Sí, totalmente.

— Hace unos días Casa Lola volvió a ser noticia porque se estaba celebrando una fiesta ilegal…
—Hay una persecución injusta. No es normal que vengan a mi casa todos los días, que si hay ruido, que si tal, que si hay un escándalo. La gente viene a divertirse, no debemos cortarles el rollo. Obviamente, yo no voy a estar dando órdenes a la gente que viene a pasar las vacaciones en mis casas. Como un sargento, siéntate allí y no te muevas...

Palabra de una mujer hecha a sí misma, que dice haber luchado como la «Juana esa que quemaron en la hoguera» y que «no he sido una mujer loca, he sido una mujer práctica».