Uva de la variedad Syrah.

Septiembre es un mes con mucha actividad en el sector agrícola. Todavía maduran y se cosechan muchas frutas y hortalizas de verano, aunque la principal actividad en este tiempo es la ancestral vendimia.

Tanto agricultores profesionales como pequeños campesinos finalizan estos días la recolecta de uva para la producción de vino, ese brebaje que ha embelesado a la humanidad con sus notas afrutadas y su efecto delirante desde el año 8.000 a.C. Nos hemos acostumbrado tanto a él que lo hemos alzado hasta la cúspide de lo imprescindible en nuestras comidas. ¿A qué sabe un bullit de peix si no podemos enjuagar la garganta con un sorbo de un refrescante vino blanco? ¿Qué sabor tendría un solomillo sin el abrazo y la amable calidez de un tinto corpulento? ¿Quién si no él nos habría abierto la puerta del valor para declarar nuestros sentimientos a nuestra amada? El vino es el refugio del invierno y la atracción del verano. Sin él seríamos más aburridos y menos sinceros.

En Ibiza lo conocemos bien y toda casa pagesa antaño acostumbraba a tener su propia viña, de la cual se extraía este caldo celestial para acompañar los jugosos y pesados platos tradicionales de invierno como el sofrit pagès, el arroz de matanzas o los huesos con col.

Ahora el cultivo de la vid ha caído en el abismo del olvido y para volver a degustar la tonalidad tan singular de nuestros vinos es imperativo echarnos en brazos de las pocas bodegas que aún albergan la valentía suficiente como para dedicarse a la elaboración de este jugo. Dicha valentía no va a ser suficiente para soportar el tsunami de los efectos económicos de la pandemia ni para frenar el apetito sin medida de la paloma torcaz.

Can Maymó
Toni Costa de la bodega de Can Maymó explica que en verano venden más del 90% de su producción, pero con los hoteles cerrados, los restaurantes a medio gas y los turistas inmersos en el pavor, tan sólo han conseguido llegar a vender un 50% de sus exquisitas botellas. Toni apuesta por las variedades tradicionales de monastrell (tinto) y grec (blanco), vinos que con probabilidad se perderán en cuanto se vea obligado a abrir el grifo y dejar escapar el esfuerzo y la inversión de toda una temporada.

Pero el coronavirus no es el único mal que acecha la campaña de verano, sino el animal más temido por los agricultores: la paloma torcaz.

Costa cuantifica en un 20% la cantidad de uva que ha acabado en los estómagos de esta ave migratoria que ha venido para quedarse. Según el agricultor, no hay luz al final del túnel con este problema, dado que no se están implementando suficientes medidas desde la administración para acabar con una encrucijada que los lleva a la desesperación. «Será difícil que nadie se atreva a sembrar nada. El problema se multiplica cada año y llegará un momento no muy lejano en el que la agricultura no pueda convivir con esta plaga que está provocando el abandono de la actividad agrícola y del campo», explica.

Su consuelo yace en la extraordinaria vendimia de este año en la que se aprecia una uva de altísima calidad, consistente y muy jugosa. Costa suma dicho consuelo a la incertidumbre en una mezcla heterogénea que sólo podrá volver a ligar cuando la vacuna para combatir el COVID-19 esté al alcance de todos.

Bodega Can Rich
En el mismo sentido se pronuncia Stella González Tuells de la bodega de Can Rich, quien recuerda que el vino blanco de 2019 se puede degustar en perfectas condiciones hasta la primavera del próximo año.

Sus ventas han caído en torno a un 70%, aunque tiene la esperanza de poder dar salida a todo ese excedente y así no tener que «abrir el grifo del depósito» y deshacerse de un vino que podría volver al lugar en el que nació.

González señala que la promoción del producto local es imprescindible y que no se debe dejar el vino de lado. El mejor aliño para los productos hortofrutícolas de Ibiza no es tan sólo nuestro excelso aceite con Indicación Geográfica Protegida, sino también nuestro vino local. No podemos arrastrar hasta el abandono el esfuerzo de nuestras bodegas, sino que, en la medida de lo posible, los ibicencos debemos hacer un ejercicio de responsabilidad colectiva y apostar por el producto local en su totalidad, porque como sentencia Stella: «si no nos ayudamos nosotros, ¿quién lo va a hacer?».

Nos ha acompañado en los momentos más importantes de nuestras vidas, nos ha hecho reír, nos ha consolado en la tristeza, nos ha abierto la mente y el corazón y lo hemos bebido a sorbos de esperanza. El vino de Ibiza no merece el tétrico final de desfilar por un sumidero, sino que le tenemos que dar la oportunidad de darnos dolor de cabeza una vez más.