Los gozos del vino de Bes. | Marcelo Sastre

En la hedonista Ibiza se hacen cada año más y mejores vinos. Y eso da grandes esperanzas frente a los fanfarrones de la sobriedad, totalitarios que pretenden dictarnos cómo vivir. El vino es un regalo divino a los hombres porque alienta el amor a la vida y fomenta la civilización. La Historia demuestra que el vino es cultura; y los fanáticos que lo prohíben, caen en la barbarie.

Por eso me alegró asistir a la cata que ofreció Vinyalia en la terraza del Club Náutico de San Antonio, un oasis lúdico y deportivo donde siempre se brinda y come estupendamente. Era la víspera de Sant Bartomeu y cabalgaba en el aire la flecha del éxtasis, inspirada por las burbujas de un Xumeu Vinya, fresco y lozano como una al·lota que coquetea con los arqueros de es Cubells.

Fue una cata que mezcló cultura y tradición con belleza y gastronomía; y hasta intervino nuestra Indiana Jones isleña, la arqueóloga Glenda Graziani, hablando de la importancia mediterránea de las ánforas de vino de la antigua Ebusus y de las sorprendentes investigaciones que realizan al respecto.

El maestro de ceremonias fue Jesús González –de la tierra de los mágicos vinos de Jerez a la Isla de Bes con sus uvas doradas y antiguas— quien se refirió a Vinyalia como «un sueño de amor». Presentó a vinos y artistas y un video protagonizado por la belleza portmanyina, Belén Roselló, que provocó que este cronista esteta y dipsómano apurase el vino a la velocidad del relámpago.

Para solucionar mis desmayos románticos tuve a dos escoltas de lujo: el audaz navegante Toni Rafal y el gran José María March, un sabio báquico y siempre generoso, que ha salvado muchas vidas y resacas en el Campeonato Mundial de Arroz de Matanzas, con sus –ya antológicos— huevos fritos de madrugada.

El primer vino fue el Blanc d’Amfora, un dorado moscatel de Can Rich con aromas de ninfa pitiusa. Su crianza se realiza en ánforas de terracota y es un vino mitológico y sorprendente que me hizo soñar con la fuente de la eterna juventud. Y lo bebí tan a gusto que quise mucho más: «¡Dadme labios jóvenes, con sabor a frutas!»

Entremedias actuó la colla pagesa Brisa de Portmany. Y lo hizo con una gracia tal que elevó aún más los ánimos de la gran asistencia de aficionados al maravilloso mundo del vino. Esta vez el alcalde, Marcos Serra, contuvo sus ardores a la hora de realizar piruetas bailarinas. Seguramente le ayudó –y lo digo por propia experiencia— el segundo vino de la cata, un Blanc Grec de Can Maymó, que era ensoñador como una suave tarde de otoño e idilios pastoriles a lo Dafnis y Cloe por los campos de San Mateo, cuando el dios Pan echa su siesta a la sombra de los pinos.

El tercer vino fue el rosado Ibizkus, que canta a la uva monastrell. Y cerró la cata el tinto Blacknose, de Sa Roca des Falcó, que mezcla monastrell, cabernet sauvignon y syrah en sus quince grados vertiginosos. El cuerpo de estos vinos permitía seguir los pasos y contorsiones de una temperamental bailarina conquense que, directamente, cortaba la respiración.

El maridaje corrió a cargo de ese templo a la carne que es Carnes March. Con una sonrisa esplendorosa, Margarita estaba al frente del catering, dando de comer a los hambrientos vinícolas. Queso de cabra con regañás, frita de calamar, brocheta de pollo y pierna de cordero asada.

Vinyalia hace muy bien en reivindicar la cultura vinícola de Ibiza, que tiene más de 2700 años de antigüedad. Para todas las culturas dominantes el vino ha sido fundamental en nuestra isla. Incluso cuando era llamada Yebisah, bajo la Media Luna musulmana, el poeta Al Sabini cantaba al vino ibicenco de esta manera: «Eran pesados los vasos cuando vinieron vacíos a nosotros; pero cuando estuvieron llenos de vino puro se aligeraron y estuvieron a punto de volar con lo que contenían, del mismo modo que los cuerpos se aligeran con los espíritus».

Muchos siglos antes, entre fenicios y romanos, ya se alababa el vino de Ibiza y se creía que las ánforas ibicencas protegían al vino de ser envenenado. Es la tierra sagrada de Ibiza, la Isla del dios Bes, que contagia su alegría y protege los sueños de los niños y el amor de las al·lotes, que alienta a la danza y la risa y los escarceos sensuales, un dios en permanente estado de erección que pasó de los pigmeos al panteón egipcio y luego se vino navegando con los cartagineses –por la mar color de vino— para vivir por siempre en Ibiza.

Por eso mismo hay que probar su vino. En esta isla bendita no hace falta matar a un turista despistado para dar fuerza a las uvas antes de la vendimia –tal y como dice la leyenda de los vinos de Sicilia—; tan solo hay que mimar los campos, entonar una canción amorosa y danzar orgiásticamente.

Además, cuando se viaja, siempre nos apetece probar los vinos de los lugares que visitamos. Es fundamental beberse la tierra con sus matices y genios, porque entra en nuestras venas y así se la conoce mucho mejor. Por eso mismo –y porque los hay magníficos—, los vinos de Ibiza merecen estar mejor representados en las cartas de sus restaurantes. Lo contrario es una paletada absurda y un harakiri cultural.

El vino de Bes es fraternal y promueve la ausencia de clases. «En Ibiza hay hijos de pescadores, hijos de payeses e hijos de puta», escribía el gran historiador Isidoro Macabich, inspira más lealtad que fidelidad, otorga gran poder femenino (ellas escogían su marido y, si no se lo permitían, se fugaban con el que las gustaba) y favorece una tolerancia magnífica de vive y deja vivir, pero sin dar el coñazo, propia de bravos descendientes de corsarios.

La vid simboliza la juventud y vida eterna. Según Mircea Eliade, a la Diosa Madre se le dio primitivamente el nombre de «Diosa cepa de la vid», representando la fuente inagotable de creación natural. Y el inmenso Lope de Vega describía al vino como «la leche de los viejos».

Así que defendamos al vino que tanta alegría nos regala. En él está la verdad –in vino veritas—y es garante de libertad. Y eso fastidia mucho a tanto neo-puritano (en nada recuerdan a la pureza, pero fastidian lo suyo), que pretenden condenarnos a la esclavitud cibernética y una dieta de abominables batidos. Pues ¡el vino está vivo y es muy sensual!

Los organizadores de Vinyalia han comprendido bien que el vino es cultura y han sabido maridar el buen vino con la fabulosa historia de Ibiza. Es una iniciativa de corte humanista con matices muy placenteros. ¡Brindo por ella!