Sonata de estío en Peralta. | Jorge Montojo

Cuántas noches gozosas he escapado a San Carlos de Peralta a embriagarme con la música que regala la familia Ferrer! Si las rosas del amor alegran el jardín de la vida, desde la cándida adolescencia a las canas corsarias, las sonatas de estío en este oasis melómano de Peralta aumentan la pulsión erótica en el recreo vital. Receta ideal para mantener la cabeza clásica y el corazón romántico, conjuros a lo Byron para no caer en el aburrimiento uniformado y la desesperación de la tiranía electrónica.

Todas las artes tienden a la música –lenguaje de las emociones– y el estado de ánimo es un ritmo. Nosotros mismos somos criaturas musicales danzando el milagro diario, y el tono vital va acorde con lo que escuchamos. Así que mejor afinar los gustos con encantamiento sibarita, algo fundamental en nuestra querida Ibiza, la Isla de Bes, un dios eternamente enamorado, danzante y orgiástico.

Mi ritual iniciático consiste siempre en tomar una copa –tal vez unas hierbas embrujadas por una sabia payesa o una vodka onírica a la Dostoievski— en un bar de personalidad como es Anitas, convenientemente ubicado frente al centro cultural en la preciosa iglesia. El templo sagrado y el templo profano forman una alianza espiritual y carnal de unidad en la diversidad y, ya a buen tono dipsómano, navego a capricho rumbo al concierto.

En el umbral saludo a la luminosa al.lota María Angels Ferrer Forés, que observa con discreta guasa pitiusa mis pasos perdidos. Nos conocimos hace años, en el aula navegante del genial aventurero ilustrado Miguel de la Quadra Salcedo. Naufragios y comentarios de Cabeza de Vaca, la prodigiosa cultura maya, Wagner para despertar a bordo, violines zíngaros en un cenote del Yucatán y el piano del maestro Antonio Baciero en Cartagena de Indias. Fuente de juventud, milonga sentimental y realismo mágico, o sea. Y hoy María Angels tripula en la aventura iniciada por su padre, Jaume, hace treinta y cuatro años, y juntos acercan a Ibiza el milagro de la mejor música, contra vientos totalitarios y mareas robóticas, en busca de las fuentes de la vida.

Traen a jóvenes virtuosos de todas las edades del mundo. Y algo hay en el aire fenicio de la tierra sagrada de Ibiza, en su humedad nacarada y femenina, en el genios loci de Peralta, que los inspira a tocar de una forma especialísima en una corriente simpática que impregna y contagia. Panta Rei, todo fluye y las aguas volubles son siempre diferentes en cada momento, cuando gracias al talento y la fortuna aparece el duende de la fascinación y percibimos la gracia de la musa.

Tal es la bendición que en ocasiones desprende el directo, el vivo, el intérprete transformado en médium y chamán sanador cuando se da una comunión artística en un flujo de éxtasis que disuelve espacio y tiempo, sí, pero que también permite apreciar mejor los racimos gozosos que ofrece la vida tangible. Quien lo ha probado, lo sabe.

«Las grandes obras de la música están sujetas a la ley de la improvisación, en mayor medida de lo que se suele admitir», reconocía Wilhem Furtwängler. Naturalmente. È così. Y el sagrado gozo de la espontaneidad se vierte generoso en la Ibiza auténtica, que todavía existe, especialmente en este oasis donde beben los amantes melómanos, con sus vagabundos del dharma y artistas en vida y obra, raros especímenes que no entran en la moda de los rebaños de balido único a ritmo nanotecnólogo. Como diría el príncipe gitano Franz Liszt: «Hay que romper con las cosas antes que las cosas te rompan a ti».

Por eso me acerco a los conciertos de Sant Carles de Peralta con la ilusión del beduino que encuentra el maravilloso oasis en medio del desierto, como el náufrago Odiseo que renace a la vida en los dulces brazos de Nausicaa. Sus conciertos de verano me han regalado sueños y experiencias de belleza, amor y gozo, lo cual, qué duda cabe, ayuda mucho en el arte de vivir.