Uno de los momentos de la ordenación de Fernando Bayón, el pasado sábado. | Marcelo Sastre

Por el momento, poco ha cambiado el día a día de Fernando Jesús Bayón. Este joven de Ibiza fue ordenado el pasado sábado en la Catedral y está a la espera de conocer qué funciones le asignará el administrador diocesano, don Vicente Ribas. Por ahora, sus primeros días como sacerdote los reparte entre el colegio de Sa Real, donde ejerce como capellán, y la parroquia de Santa Cruz.

—¿Cómo vivió la jornada del sábado?
—Era una mezcla de sentimientos, de nervios pensando en que todo saliera bien y que yo pudiera estar atento a la celebración, a lo que el Señor me estaba regalando que era el ministerio sacerdotal. Lo viví con muchísima gratitud y mucha alegría.

—Para usted sería un día inolvidable.
—La verdad es que sí. La respuesta que hubo por parte de la gente fue una maravilla, también del cardenal Cañizares que tuvo el detalle de venir, de mis hermanos sacerdotes, familia, amigos... Al fin y al cabo, una ordenación sacerdotal no es algo que sólo quede para mí o mi familia, es algo que es un evento importante para la Diócesis porque es donde me voy a quedar, donde voy a ejercer el ministerio y es importante acoger a los nuevos que llegamos.

—No deja de ser curioso que alguien se licencie como médico o abogado y no trascienda y que después una ordenación tenga tanta repercusión.
—El problema es que en Ibiza no estamos acostumbrados. En Valencia, donde he estudiado y me he formado, se ordenan sacerdotes todos los años en junio. Aquí, creo que la última ordenación fue la de Vicente Baudillo, que está en Formentera, y fue hace cinco o seis años. Ver que se ordenan sacerdotes, y sobre todo autóctonos de la isla, llama la atención.

—¿Le impuso la presencia del cardenal y, por cierto, le brindó algún consejo?
—Imponer, impone, porque don Antonio es mucho don Antonio. Estuvo en Roma y es arzobispo de la metrópolis de Valencia y la verdad es que impone muchísimo, pero también tiene un trato muy cercano, muy amigable y me dijo en la sacristía que tuviera mucho ánimo y mucho coraje, que disfrutara de la celebración y me dejara hacer por el Señor y no tuviera miedo. Poder recibir de sus manos el ministerio es una alegría inmensa.

—¿Cómo surgió esta vocación?
—Mi familia es una familia católica, pero no muy practicante, de una práctica poco habitual. Hice la comunión en la parroquia de Sant Jordi y dije que no quería saber nada más de la Iglesia, que estaba harto y que esto era un rollo y al final fue todo por una chica. A mí me gustaba, fui detrás de ella y me invitó a ir a los ‘juniors’. Cuando llegué a la parroquia, encontré mi hogar, mi casa.

—¿Es algo que se tiene claro desde el principio o surgen muchas dudas?
—Cuando entré al seminario tenía 12 años. Entré muy jovencito al seminario menor y puedo decir que lo tenía más claro en aquel momento que a medida que se acercaba la ordenación. Es por algo muy simple, cuando eres niño los pensamientos son más claros. Cuando vas creciendo y madurando entran más incógnitas, se despiertan otros sentimientos y creo que dudas siempre hay, tanto para los que nos ordenamos sacerdotes como para quienes se casan.

—Siempre se pregunta por la reacción de la familia y los amigos cercanos.
—En mi caso hubo como una dicotomía, una doble opinión. Por un lado mi padre, que no quería que me fuera porque era muy pequeño y tenía que empezar el instituto. Tampoco mi párroco. Luego, el señor obispo y mi madre creían lo contrario. Hablaron y vieron que lo mejor era empezar ese año. Fue una bendición. Si no se hubieran puesto de acuerdo, posiblemente hoy no estaría aquí.

—Hablando de dudas, no hace mucho se ha conocido el caso del obispo de Solsona. ¿Uno piensa en estas cosas?
—Ninguno estamos exentos de lo que pueda pasar, que nuestro corazón se vaya a otro lado. Lo que tenemos claro los que estamos en este ministerio, y yo que acabo de empezar, es que tenemos que cuidarnos con la oración, celebrar la Eucaristía. No quiere decir que él no lo haya hecho. No conozco mucho el caso, pero para nosotros son muy importantes los sacramentos, estar con los demás sacerdotes, desahogarnos y encontrar a laicos y a otros capellanes que nos quieran y nos apoyen.

—En las parroquias se ve poca gente joven.
—El problema que veo es que no se le da publicidad y sí que hay jóvenes en nuestra iglesia de Ibiza y Formentera. Se reúnen para preparar las catequesis o hacer adoraciones y la gente no lo sabe. Sólo cree que hay mayores en las celebraciones. Si en mi ordenación y primera misa nos hubiéramos dado la vuelta, la gran mayoría no tenía de 80 años para arriba.

—En lo peor de la pandemia supongo que notarían que más gente se cobijó en la fe.
—Como no nos podíamos ver, no podíamos tener contacto, nos dimos cuenta que sí hubo una respuesta al entrar en un mundo como las redes sociales para que los sacerdotes celebraran misas a través de distintas plataformas. La gente al final sí tiene esa creencia, algunos no saben en qué o no saben qué nombre ponerle, pero sí tienen ese acercamiento. Los sacerdotes han sabido adaptarse a esta situación.

—¿Cómo le gustaría que hablaran de usted?
—Me gustaría que me recordaran como el que les lleva a Cristo, como un buen pastor. Prefiero que me recuerden por ser sacerdote que por ser Nando. No me he ordenado para que me recuerden a mí, sino para ser otro Cristo aquí en la Tierra.

—¿Cómo valoran que se imparta ya en centros de Baleares la asignatura de religión islámica?
—Entiendo que la educación atiende a unas necesidades y cada centro es un mundo. ¿Habría que abrir paso a nuevas religiones? No lo sé; no tengo la solución, pero mis experiencias con las clases de religión es que son una bendición. Los niños dicen muchas veces que son un rollo, que no les gusta, pero cuando te das cuenta de verdad que la asignatura de religión es algo que les forma en unos valores y en un idealismo. La religión islámica formará a gente que la practica, aunque en España es una minoría por tradición. No me parece mal, pero al final se anteponen unos valores que no son los que hay en nuestra isla, en nuestro país o en nuestra tradición.

—¿Qué se puede hacer para acabar con la crisis de vocaciones?
—Estamos tan absortos con tanta información que no nos sentamos a pensar, a escuchar lo que nos dice nuestro corazón o nuestra cabeza. No nos paramos a meditar o a rezar. También es verdad que cada vez los jóvenes son más inmaduros y tardan más en madurar. Él es quien llama y quien se hace el encontradizo pero, al fin y al cabo, es una opción personal. Él está en la puerta y llama, pero si tú no le abres...