Jaume Funes Psicólogo.

Jaume Funes (Calatayud, 24 Junio de 1947) es psicólogo, educador y periodista. Desde hace más de 50 años trata las dificultades en adolescentes y jóvenes. Su labor se centra en dar asistencia a equipos terapéuticos de escuelas o que trabajan en la calle. Ha sido el adjunto del Síndic de Greuges y docente universitario. Esta tarde a las 17.00 horas ofrecerá una charla en la sala de plenos del Consell de Formentera, titulada: Los adolescentes hoy. Quererlos y educarlos.

—¿Qué es la adolescencia?
—Podíamos tener multitud de descripciones, porque no hay adolescencia, sino adolescencias muy diversas, pero para entendernos y no liarnos, son esas cuatro o cinco primaveras que van desde la primavera de ESO a la primavera de la Secundaria, aunque algunas veces se alarga algunas primaveras y veranos más porque los chicos no acaban de encontrar su sitio en el mundo.

—¿Entendemos la adolescencia como la ‘edad del pavo’?
—Lo de la ‘edad del pavo’ viene de cuando la adolescencia era la pubertad, los cambios biológicos y físicos de alguien que intenta hacerse mayor. Pero desde que tenemos una adolescencia social, inevitablemente obligatoria, es poco educativa esa definición. El adolescente está en una etapa de transición, de construcción, en la que vale la pena pensar en cómo se educa, de modo que etiquetarla como la edad del pavo da pie a que los adolescentes contesten: «Vosotros lo que tenéis es envidia de no poder ligar como lo hago yo».

—¿Podríamos definir la adolescencia como un estado mental?
—Es un estado condicionado biológicamente. Están descubriendo su potencial sexual, pero básicamente están intentado aclarar quién demonios son y qué lugar ocupan en el mundo y todo eso pasa por probar, experimentar, descubrir, confrontarse. Es una etapa singular que nos obliga a pensar cómo educar en ese tiempo.

—En las últimas décadas, las cosas han cambiado mucho con la llegada de las nuevas tecnologías que han hecho que la sociedad sea diferente. ¿Eso ha hecho que la adolescencia de ahora sea diferente a la de antes del cambio?
—El detonante es dejar de ser niño o niña y empezar a ser una ‘cosa’ diversa, que es el adolescente. En este mundo cambiante del lenguaje, de las conductas, de las estéticas, que están condicionando a una sociedad global, hace que los niños y niñas de 10 u 11 años parezcan adolescentes cuando no lo son más que de pura estética o manera de comportarse, pero continúan siendo niños y niñas que viven la madurez infantil y debemos tener cuidado de que no pierdan aspectos muy importantes de esa etapa, que es muy importante en la vida y en el desarrollo del ser humano. A veces somos los propios padres los que lo fomentamos ‘Mi hija ya es una mujercita’ pero están en una etapa distinta, siguen siendo niños.

—A los adolescentes de este tiempo les ha tocado vivir algo inédito, una pandemia sin precedentes, que está condicionando todos los actos de nuestra vida. ¿Cómo lo llevan?
—La pandemia no ha creado ninguna crisis, lo que ha hecho es que descubramos que teníamos otras crisis, otras dificultades. Uno de los primeros efectos que provoca la pandemia es que algunos padres descubran que tienen hijos y algunos hijos que tienen padres. El hecho de tener que convivir cuando todo estaba cerrado nos ha hecho descubrir que un hijo es más que un broncas que la lía continuamente y le vemos con una perspectiva diferente.

El propio adolescente al estar encerrado, al inicio, si tenía una habitación para él y un wifi potente, ningún problema. Las primeras semanas todo bien, estaban encantados de no tener que ir a la escuela, de hecho algunos pintaban: ‘Te quiero covid’, pero cuando descubrieron que la relación virtual no es lo mismo que la relación presencial empezaron a pedir que se abriesen las escuelas.

Para un adolescente, poderse encontrar con una persona a la que desea o le desea, poder dar los primeros besos son experiencias muy significativas y la pandemia les ha impactado de una manera especial en esto. Por tanto, hay una serie de besos que aún debemos compensar, buscando otras formas de gestionarlos.

También les afecta en el progreso de la percepción del futuro con unos condicionantes que antes no tenían. Cambia drásticamente el mundo del aprendizaje. De repente, los ‘profes’ que antes eran unos plastas, ahora son plastas en una pantalla y ellos también deben descubrir cómo es eso de enseñar a distancia.

Afecta especialmente a los que viven en un entorno empobrecido ya que no es lo mismo vivir 12 personas en un piso de 60 metros cuadrados, que cuatro en una casa de 120.

—¿Son preocupantes las tendencias suicidas actuales entre los adolescentes?
Sí, pero no creo que tenga nada que ver con la pandemia. Antes de esta, la primera causa de muerte entre adolescentes ya era el suicidio. La decisión de un adolescente de que no tiene sentido su vida, está asociada a cosas muy diversas, la más tópica es un accidente traumático o un suicidio amoroso, pero sobretodo, el suicidio se produce cuando sus vidas no tienen ninguna satisfacción, ninguna felicidad. Hemos de pensar que hay adolescentes que han tenido una historia infantil muy difícil, pero lo que más me preocupa es que hayan ido disminuyendo las razones para vivir. Cuando un joven se pregunta ‘¿por qué vale la pena vivir?’ tenemos un problema.

—¿Y cuál es la respuesta que podemos dar a esa pregunta?
Lo importante es que no encuentren a un adulto vacío. Que tú le puedas decir cuáles son tus razones para vivir y abrirle los ojos ante las cosas que le pueden hacer feliz. Hemos de encontrar argumentos que les animen a vivir. Es muy importante ayudarle a encontrar un lugar en el que se le escuche, un espacio juvenil o un lugar donde haya personas adultas que le digan: ‘Aquí te escuchamos, no te juzgamos’. Muy fácil de decir y muy difícil de hacer.