Bartolo en la tienda de Can Pou. | Marcelo Sastre

Unos 17 kilómetros separan Can Reial de Can Ros. La tienda de comestibles de Es Cubells y la carnicería de Sant Jordi son los dos extremos que marcarían la ruta por los cinco comercios Emblemáticos de Sant Josep, que completan Can Pou, Can Pep Xica y Can Jordi.
El Govern balear les ha dado esta semana las placas que los identifican como Comerços Emblemàtics de Balears.

No es una locura imaginar que, en aquellos años 60, cuando ya existían los cinco comercios emblemáticos josepins, había quien hacía este recorrido en carro en dirección a Vila. Un buen trecho para el pescador o el payés de Es Cubells que se viera obligado a solucionar cualquier tema burocrático en la ciudad. Las paradas estratégicas de avituallamiento, en los negocios salpicados a lo largo de la carretera, hacían más llevadera la jornada.

Can Reial

Empezamos nuestro recorrido en Es Cubells. Catalina Roig atiende la tienda de comestibles que ahora está separada del restaurante que ostenta el nombre de la localidad que encandiló al beato Francisco Palau durante su destierro en Ibiza. Can Reial fue fundado por Bartomeu y María, los abuelos de Catalina, en 1958. «Al salir de la escuela veníamos corriendo a ver a la abuela a comprar un negrito, una neula o cualquier golosina», cuenta Catalina. En aquel momento era una tienda-bar en la que se vendía casi todo a granel. No fue hasta hace 30 años que se hizo la separación de ambos negocios.

Cati tras el mostrador de Can Reial. Foto: Marcelo Sastre.

Hoy día la tienda sigue funcionando con la clientela del pueblo, los obreros que trabajan por la zona y la afluencia de turistas que acuden en verano a este rincón con vistas privilegiadas de la isla.

Can Pou

Enfilando la carretera de Sant Josep, con sus puntos kilométricos de hormigón en blanco y amarillo, llegamos a la iglesia del pueblo y, junto a ella, encontramos Can Pou. En la puerta está Toñi Tur, la mayor de los dos hermanos que llevan la tienda, ella y Bartolo. Recuerda cuando su madre, Margalida Prats, puso en marcha el negocio. «Teníamos un kiosco de madera aquí (señala frente a la terraza de Can Pou) y yo estaba casi todo el día con ellos. Vivíamos justo al lado, en Can Pou, la casa de la abuela, así que era como estar en el patio».

Toñi en la tienda de Can Pou. Foto: Marcelo Sastre.

Bartolo tiene en la memoria las legiones de turistas que le compraban a su madre bordados, telas o bisutería. El negocio nació precisamente de las tardes de bordado frente a la casa y del interés que suscitaban sus piezas entre el incipiente turismo. Decidió montar un kiosco que, con el tiempo, pasaría a ocupar el local actual. El género también fue creciendo y hoy se puede comprar desde calzado a artículos de menaje, papelería, regalos o souvenirs. Bartolo ha incorporado un servicio de impresión y fotografía, su afición.

Can Pep Xica

A poco más de un kilómetro en dirección a Vila está Can Pep Xica. Francisca, Paca, forma parte de la tercera generación que atiende esta pequeña tienda en la que se puede encontrar casi de todo. «¡Mamá!, ¿quieres atender al periodista?», pregunta Paca entrando en la trastienda y pasando a una habitación en la que se ve una cómoda. El negocio sigue formando parte de la casa familiar.

María y Paca de Can Pep Xica. Foto: Marcelo Sastre.

Finalmente es Paca la que cuenta que ya de pequeña estaba detrás del mostrador o yendo a buscar cosas. En los años 70, cuando hizo la comunión, recuerda que ya vendían butano. «Tenemos la foto de la comunión y detrás las bombonas de butano», explica riendo. Desde aquella época el negocio apenas ha cambiado en su distribución. Entre sus estanterías encontramos encurtidos, mermeladas, especias o un nutrido mostrador de charcutería que, por su variedad y, sobre todo, calidad, supera sin duda a los supermercados del señor Roig.

Can Jordi

Entre Sant Josep y Vila encontramos Can Jordi. Una tienda-bar centenaria, que mantiene la unión de ambas partes. Sobre una mesa en el porche se apilan ejemplares de Crossroad News, la publicación mensual que recoge la actualidad cultural de Can Jordi y su calendario de conciertos. Porque si algo distingue a este establecimiento es la música en vivo que mantiene incluso en invierno. Vicent Marí Torres es el promotor de este cambio musical. Él dice que es un traedor, que su trabajo es traer las cosas que le piden. Pero lo cierto es que su afición por la música llevó a que en 2010 este establecimiento centenario pasase a recibir el malnom de Can Jordi Blues Station, con su logo y todo.

Vicent Marí de Can Jordi. Foto: Marcelo Sastre.

El negocio ya va por la cuarta generación, que representa el hijo de Vicent, Joan. «Pero con él hay otras cinco jefas», advierte el padre. Entre ellas la mujer de Vicent, Cati, que su hijo dice por lo bajini que, en realidad, ella es la jefa.

¿La clave para aguantar tanto tiempo? Según Vicent son dos: una clientela amiga pero, sobre todo y lo más desagradable, trabajar mucho. «Si esto no te gusta desde luego sería imposible».

Can Ros

Llegamos al final del recorrido: Can Ros. Toni Guasch recuerda como su padre, Juan, empezó con el negocio buscando un sueldo extra. Él era agricultor, pero «los sábados llevaba cuatro o cinco corderos con una bicicleta y un canasto a la tienda de Can Bellotera».

Toni se dedicaba a la herrería, pero cuando terminó la mili su padre le propuso pasarse a la carne. «Decidí probar, empezamos en un pequeño almacén donde ahora está la tienda. Poco a poco. Contando con gente que sabía más que yo».

Toni Guasch de Can Ros. Foto: Marcelo Sastre.

Hace 33 años pasaron a los locales actuales y es aquí donde se ha hecho un nombre por su producto ibicenco y sus carnes selectas. «Competir con precios con las grandes superficies es imposible, tenemos que buscar la calidad y la mejor atención al cliente», argumenta respecto a una filosofía que ha llevado al negocio a hacerse un nombre en la Isla.