Carmen Ortúzar es una madre coraje que está luchando para que su hijo estudie lo que realmente le gusta, que es la jardinería. 

Carmen Ortúzar (Granada, 1962) se emociona fácilmente cuando se refiere al caso de su hijo. Se trata de Pablo y, aunque tiene una discapacidad intelectual moderada, desea a toda costa poder cursar los estudios de FP en Jardinería. En las últimas semanas, numerosas entidades de la isla -así como población en general- han expresado su apoyo al joven porque «es lo que toca puesto que hablamos de integración, de inclusión», asegura Carmen.

—¿Pablo sabe lo que pasó en la última reunión con Educación?

—Él lo sabe y está triste. Conoce todo lo que se va moviendo y todo lo que se va haciendo. Yo le doy ánimos y le digo que todo va a salir bien y que se lo están pensando. Él lleva dos años con la ilusión rota. Es injusto, pero es así. Han pasado los meses y todavía estamos dándole vueltas a la misma rueda y es muy duro. Además, en el instituto le inculcaron la pasión por la jardinería. Ya sé que mi hijo tiene una discapacidad intelectual, pero también la tenía cuando comenzó otros estudios que le han ido de maravilla.

—Han comenzado una campaña de recogida de firmas para reclamar a Educación los recursos necesarios y que Pablo pueda cumplir su sueño.

—Me siento muy apoyada, tanto por la gente de mi entorno como por la de fuera. Sé que no me conocen, pero algunos me han visto en prensa y me paran para hablarme del caso; me animan a seguir luchando y me ofrecen su ayuda. Eso es muy fuerte escucharlo. No es que me apoyen a mí, apoyan a mi hijo, pero es que como Pablo hay muchos casos. Yo lucho por él ahora y quiero que logre aquello que desea, pero es que como él hay más niños de Ibiza que se ven obligados a estudiar cocina y sus madres me dicen que lo odian y que van llorando a las clases. Eso es muy cruel.

—Insisten en que esta lucha no es el capricho de una familia. Se trata de que un joven pueda cumplir su voluntad de aprender Jardinería.

—-Exactamente. Conozco las capacidades y limitaciones que tiene mi hijo y así se lo comenté a la delegada de Educación. No le estoy pidiendo medios para que mi hijo se convierta en médico o abogado. Sé sus capacidades y sé que el trabajo de jardinero lo puede hacer bien y ellos no pueden negar algo básico. No estoy pidiendo que mi hijo salga convertido de ahí en ingeniero técnico. Quiero que aprenda un trabajo y que en un futuro pueda ser lo más autónomo posible.

—Algunas respuestas ofrecidas desde Educación para justificar su postura le habrán dolido especialmente.

—Me dolió un montón que me dijeran que mi hijo no tenía capacidad y que no era autónomo, cuando tiene más capacidades que muchas personas y mucha más humildad. Él es autónomo 100% y es triste que me digan que no lo es y que no tiene capacidad para estudiar Jardinería. No le han dado la oportunidad para hacerlo. Además, a un aula Ueeco no lo voy a llevar porque no lo he llevado nunca y los padres estamos para eso, para saber aquello que queremos y dónde deseamos que estén nuestros hijos. Tampoco lo voy a llevar a cocina, que es otra de las alternativas que nos dieron, porque a Pablo no le gusta. Por cierto, no entiendo que se nos diga que en Jardinería se usan herramientas peligrosas. ¿Y en la cocina?

—¿Eso les dijeron?

—Tal cual. En cocina se usan ollas calientes, cuchillos, planchas. ¿Eso no es peligroso o es que mi hijo solo va a servir para tirar la basura?

—Le indigna que se dé por hecho que Pablo es incapaz de aprender Jardinería.

—Por supuesto. Es lo más indignante porque no le dan ni la oportunidad de aprender lo que le gusta. Cómo se puede decir que no es capaz, si no le han dado ninguna oportunidad. Cómo le pueden decir que esté con sus iguales. ¿Quiénes son?. Estamos en el siglo XXI, no en el XVIII cuando los niños con discapacidad estaban encerrados. Hay que abrir puertas porque son personas con corazón, que saben pensar y que saben lo qué quieren.

—¿Cómo es su hijo en el día a día?

—Es un niño alegre e inquieto y con muchísimas ganas de aprender. Es muy inteligente y buena persona y muy amigo de sus amigos. Es un gran muchacho. Por ello, toda esta situación me provoca impotencia y sufrimiento, tristeza.

—Imagino que confiará en que todo termine satisfactoriamente para Pablo.

—Mi deseo es que, por lo menos, le dejen seguir en el instituto, donde está muy integrado. Allí se siente como en casa. Mi voluntad es que no deje de aprender y que no lo saquen de ahí, por lo menos, hasta los 21 años o hasta que salga la resolución judicial que le permita formarse en lo que le gusta.

—En el peor de los casos, ¿qué futuro le esperaría si nada de esto se cumple?

—Quedarse en mi casa. Lo tengo clarísimo. Se quedaría sin nada porque no estoy de acuerdo con las opciones que le dan. Sería una pena, pero se quedaría en mi casa.