La directora del Cepca, Belén Alvite. | ARGUI ESCANDON

Pedagoga y directora del Centro de Estudios de Conductas Adictivas (Cepca), Belén Alvite (Algeciras, 1968) habla con pasión de la adolescencia. A cada problema que se plantea enfrenta rápidamente una posibilidad en positivo. Tiene claro, obviamente, que hay problemas difíciles de resolver pero, a la vez, recuerda en esta entrevista que todos hemos sido adolescentes en un mundo que nunca lo pone fácil a esas edades.

— «Los adolescentes en Ibiza, ni lo tienen claro ni lo tienen fácil» es el título del último estudio presentado por el CEPCA. ¿Por qué?
— Nosotros trabajamos en el ámbito de la adolescencia y a veces tenemos la sensación de que la sociedad mira mal a los adolescentes, los ve como hijos del bienestar, que solo piden, que no se comprometen. Tenemos que romper con esta visión. La adolescencia es una época maravillosa y, sin ella, no tendremos a un adulto. Pero en la adolescencia hay todo un sufrimiento emocional y algunas personas no lo recuerdan. El desarrollo social actual ha puesto la vida más áspera a los adolescentes. No creo que ser un adolescente hoy sea el chollazo que creemos.

— La adolescencia siempre ha estado mal vista.
— Sí, pero nuestra adolescencia sucedió en entornos en los que podíamos sentirnos seguros si se daban las condiciones. Internet y las redes sociales han venido a hacer más compleja la sociedad en la que vivimos y ahí es donde vemos que el estado de vulnerabilidad de los adolescentes es mayor. Tú tenías unos entornos que, si estaban más o menos bien, todo iba bien. Ahora puedes tener esto, sí, pero, además, unas redes sociales en las que ellos se sobreexponen creyendo que eso tiene que formar parte de su vida sí o sí. Es verdad que les toca vivirlo pero creo que, cuando uno llega ahí, ha de llegar con unas herramientas personales que los adolescentes no tienen.

— Lo virtual te puede llevar a creer que tienes muchos amigos pero en algún momento te das cuenta de que no es así.
— Algunos adolescentes se dan cuenta y ves que muchos, al principio, hacen esta sobreexposición pero después se cortan y empiezan a eliminar contactos o abren cuentas privadas solo con sus amigos. Empezamos a ver que hay autorregulaciones y están muy bien. En Ibiza llevamos mucho tiempo trabajando en esto. Empezamos en 2000, cuando hablábamos de nuevas tecnologías e internet no lo tenía todo el mundo.

— Uno de los riesgos de internet es la pornografía. En la encuesta, se indica que un 30,6% de los chicos de entre 14 y 18 años consume la consume a diario. ¿Cuál es el problema?
— Es grave. Son adolescentes que están teniendo sus primeras relaciones sexuales y están utilizando la pornografía para la excitación. Pero si utilizas unos niveles tan altos de excitación para cosas tan concretas, si eso no lo tienes después, llegan los problemas. Estamos encontrando a chicos y chicas que, según qué cosas, no les ponen lo suficiente. También estamos viendo a chavales que están teniendo sus primeras relaciones sexuales con penetración y te cuentan verdaderas películas de terror. Desde 2021 nosotros estamos trabajando esto con los centros de secundaria porque empieza a ser un problema de salud mental.

— No somos muy conscientes de lo que significa esto al llegar a la edad adulta.
— Cierto. Además, hay diferentes patrones de uso de la pornografía entre chicos y chicas pero las víctimas al final son todos. Tienes a chicos con miedo a tener relaciones porque creen que las chicas no van a hacer lo mismo que ven en la pornografía. Yo creo que hay mucha gente interesada en que la pornografía siga siendo el negocio que es. Es un negocio que, además, nutre el mundo de la prostitución. Yo he hablado con algunas mujeres en situación de prostitución que te comentan que los hombres muy jóvenes vienen pidiendo y expresando una violencia muy potente. Y es una cuestión a tener en cuenta desde las instituciones y, sobre todo, las familias. Igual que una mamá y un papá dedican tiempo a decidir si dejan a sus hijos ver Pocoyó o Bob Esponja, hay que dedicar el tiempo para ver qué hacemos con los móviles, con el acceso indiscriminado a internet.

— ¿Cómo controlas eso?
— Con medidas de restricción. Los niños no tienen que tener móvil antes de los 12 años y, si puede ser, más tarde. Todos quieren que sus hijos tengan el móvil para estar localizados pero hemos de ver cuáles son los efectos secundarios. Los adolescentes duermen con el móvil y todos se pasan del horario, descansan menos y tienen dificultades para su gestión del día a día. Hay que decir que no. Es un conflicto en casa pero hay que hacerlo.

— La encuesta arroja datos preocupantes en violencia psicológica y física.
— Sí, y en temas de control. Los adolescentes tienen una vida real y otra en redes sociales. Y hacen cosas muy rarunas. Por ejemplo, una chica que ha dejado de salir con un chico, se hace un perfil falso para poder seguirlo y poder controlar en sus directos qué gente le sigue y así confirmar que está una persona de la que ella ya desconfiaba. Y esto te lo cuentan chavalas de 13 años hablando de una relación de dos semanas.

— Ellos tienen una forma de relacionarse a través de las redes que ven normales aunque a nosotros nos espanten.
— Sí, lo vemos con el tema de la imagen. A ellos les da igual cómo les vean. Tienen otra forma de entender cómo gestionar su imagen. Para mí es importante, antes de darles un teléfono, dejarles practicar con el de un adulto. Esto les lleva a la autocensura y también facilita que, si ves que hacen algo no adecuado, puedes explicarles. Es una forma de aprendizaje. Y, además, hay que tener claro también que un no es un no. Esto marca la diferencia entre los niños que tienen más vulnerabilidad con los que menos. Los menos vulnerables son los que han tenido familias en las que los límites han estado mejor puestos y han sido mucho más claros.

— Insultos, amenazas, humillaciones… son también prácticas habituales entre los adolescentes.
— Sí, aunque creo que no tienen muy claro lo que es una humillación. Tienen una tolerancia mayor a según qué cosas por el estilo de comunicación de la gente, las series que ven en internet. Les parece normal decir cosas que a mí no me lo parecen. Pero, en general, los niveles de violencia física y verbal son preocupantes.

— ¿Qué motivación puede tener alguien que, con 16 o 17 años, ha vivido un confinamiento, dos años de pandemia, una crisis climática y la amenaza de una guerra nuclear?
— La incertidumbre se ha convertido en lo normal. Las personas odiamos la incertidumbre. Y esta es la generación para la que, de repente, todo lo que parecían grandes verdades se ha desmontado. La pandemia ha sido un cambio de paradigma en todos los niveles. Son más conscientes de la vulnerabilidad de la sociedad en la que viven. Nosotros vivimos otras cosas como la amenaza nuclear pero, además, con los referentes de Hiroshima y Nagasaki. Ellos no tienen esas referencias reales y lo ven de otra manera. Sucede lo mismo con el sida. Ellos lo ven como una ETS más.

— Esta normalización del VIH ha llevado a un descenso del uso de los preservativos.
— Exacto. Nosotros llevamos haciendo educación afectivo-sexual desde 2014 en los colegios de la isla. Ahora, la nueva LOMLOE lo convierte en obligatorio, pero nosotros ya llevamos este recorrido y esto es algo que pasa solo en Ibiza y Formentera. Desde entonces hemos insistido muchísimo en la utilización de métodos barrera para evitar la transmisión de ETS. Una cosa es evitar embarazos no deseados y otra las ETS. Hemos insistido mucho en la idea de que hay un contagio en árbol que a mí me pone en contacto con todas las personas con las que haya podido estar mi pareja sexual. Y a pesar de todo esto, el 50% de los adolescentes en Ibiza de entre 14 y 18 años que tienen relaciones sexuales con penetración, no utilizan el preservativo. No le tienen miedo a las ETS. Centros educativos y familias tenemos que hacer algo. Pero, sobre todo, las familias. Si tenemos que dar a nuestros hijos las mejores condiciones de vida para el futuro, hemos de hablar de estas cosas. Es verdad que los programas de educación afectivo-sexual han de ser más amplios. Se ha de hablar de deseo sexual, de buenas relaciones de pareja, de gestión del deseo y del placer. Pero hay que seguir insistiendo en el uso del preservativo entre los adolescentes. Y, en lo que a mí me compete, me duele que no hayamos mejorado. Nosotros podemos hacer pero si esto no está apoyado dentro de la familia, no sirve. El mensaje llega pero cala en los niños que ya vienen con la sensibilización hecha de casa.

— ¿Cuáles son los puntos fuertes de nuestros adolescentes?
— En Ibiza encontramos una sociedad bastante desigual, como en todos los sitios. Pero, en general, al ser un espacio relativamente pequeño y al crear mecanismos de detección se pueden coger antes los problemas para encauzarlos. Y nuestra sociedad está muy por la labor. Yo tengo mucho conocimiento de los proyectos educativos de centros educativos, del trabajo de las asociaciones, del profesorado y veo que están más por el desarrollo integral del ser humano. Y estas son cosas buenas. Tenemos a muchos chicos y chicas haciendo deporte.

— ¿Y las debilidades?
— Es verdad que tenemos niveles muy altos de repetición y eso no es buen dato. En cuanto al consumo de sustancias, estamos realizando ahora el estudio y no hay grandes diferencias con el resto de España o con otros países. La verdad es que no veo que tengamos cosas mucho peor. A mí me preocupan cosas como la normalización de la violencia en las parejas jóvenes. También la situación de las personas LGTBIQ. A veces no encuentran los contextos para sentirse ellos mismos y no ser juzgados. Nos falta por avanzar. Son niños y niñas que sufren. Y como padres tenemos que pensar que, si no quiero que mis hijos sean excluidos, no puedo quererlo para los hijos de los demás. Pero a veces no sucede y estamos teniendo experiencias de chicos y chicas con un grave sufrimiento emocional agregado a lo que ya es el de la adolescencia.