Foto del martes pasado enviada por un vecino afectado

«Me encanta vivir aquí, de verdad, pero me da vergüenza por el olor», se queja Juana María, una mujer inglesa vecina del torrente de sa Llavanera. Este miércoles por la mañana, el torrente de sa Llavanera volvió a llenarse de aguas fecales en algunas zonas pese a la escasez de lluvias. «Es algo periódico», indica la camarera de una cafetería que da al torrente, «cada cierto tiempo la depuradora suelta mierda». Vecinos y trabajadores del lugar están hartos de tener que convivir con esa realidad «día sí y día también» sin que las administraciones les proporcionen una solución que llevan pidiendo años.

Nada más bajarse del coche en los aparcamientos paralelos a la avenida de Sant Joan de Labritja puede apreciarse el mal olor que desprende el torrente, que empeora cuanto más cerca se está de él. «Yo llevo 20 años aquí viviendo», comenta Miguel, «y ya te puedes imaginar la experiencia». El vecino incide en que guarda esperanzas en la nueva depuradora, pero que la finalización de sus obras no deja de atrasarse. «Estoy viendo la luz al final del túnel ya, a ver si el año que viene esto termina. ¡Es la única depuradora del mundo que huele!», se queja.

Miguel se despide destacando la suciedad que se encuentra en el torrente, como comenta otra vecina, Rocío: «Cuando llueve es normal pero ahora me ha parecido un poco raro». La joven está paseando al perro por el canal que separa dos edificios residenciales, que se encuentra encharcado en sus laterales. No hay tantos insectos por ahí como en el resto, por suerte. La casa de Rocío da a la carretera y no al torrente, por lo que dice no percibir tanto los olores. «Lo que sufro más», se despide, «son los coches».

Juana María vuelve a su casa con la compra. «Este lugar es un tesoro para vivir excepto por esto», afirma la inglesa, que asegura no haberse acostumbrado al olor pero sí a «aguantarlo». El problema más grande que tiene es la vergüenza que siente cuando viene a visitarle su hermano desde Inglaterra. «No deja de repetir: Ya viene el olor, ya viene el olor…», comenta.

La vecina se queja de la falta de respuesta por parte de las administraciones: «No entiendo cuál es el problema para que no puedan arreglarlo». «Nosotros pagamos más impuestos por tener un barrio superior, se supone, pero luego la depuradora…», menciona Juana María. La inglesa se despide recordando cómo su vecino de abajo se mudó diciendo que le encantaba vivir en esa casa pero que no soportaba la suciedad y los olores.«Es un torrente y nadie lo limpia». Así de claro se muestra Juan José, con una bolsa de la compra a cada mano tras bajar del coche. Para el señor, lo normal es que el torrente esté seco, si bien a veces ocurren salidas de agua como la de este día. «Cuando llueve mucho se inunda todo esto y es peor», asegura. Al igual que en el caso de Rocío, su casa no da directamente al torrente: «Los olores no son un problema muy grande hasta que sopla el viento y arrastra el hedor de la depuradora».

Frente al arroyo embarrado hay varios negocios. Uno de ellos es una cafetería que cuenta con una terraza que, desde fuera, parece medianamente protegida de los malos olores. Sin embargo, la realidad es muy diferente, según explica una camarera: «Aquí se nota demasiado y gastamos muchísimo en ambientadores». La trabajadora, que también es vecina del barrio, explica que deben de cerrar las puertas de un lateral del local que da al canal por donde paseaba Rocío con su perro porque si no es imposible estar dentro.

«Para cobrar impuestos están al día, pero ¿para cobrar esto?», se queja la mujer, que lleva 17 años viviendo allí. Detrás de la barra, la camarera asegura que ha notado un patrón: «Cada cierto tiempo sueltan el agua, no sé de dónde, y viene a parar por aquí. No hacen un buen sistema para depurar toda la porquería». El hedor es tan fuerte desde el domicilio de la camarera que explica que, a no ser verano cuando la ropa se seca en poco rato, no puede tender fuera porque las prendas adquieren el mal olor. «Es una vergüenza, es una mierda. ¡Salen heces!», exclama.

Un poco más arriba, de camino a la depuradora, un camión cisterna con un único trabajador se encarga de succionar el agua que ha aparecido temprano por la mañana. Lleva desde las 08.00 horas trabajando bajo el sol y no cree acabar para las 16.00, cuando termina su turno, si bien espera no tener que volver mañana. «Hay unos 30 o 40 centímetros, si no más, de barro. Esto habría que sacarlo para poder limpiar bien», indica mientras demuestra, con su manguera de extracción, cómo no deja de salir agua del propio suelo.