La calle de S’Eglésia es una zona peatonal que se halla en el corazón de Santa Eulària des Riu y conecta la Plaza de España con la Plaza de la Paz. Es una de las arterias principales que se enlaza con las otras vías del municipio y alberga una gran variedad de comercios, restaurantes y la parada de autobuses que dan vida al lugar.
En el transcurso de la vía se encuentra una de las entradas al Mercat de Santa Eulària, en el que «antiguamente había muchos puestos y ya quedan pocos», lamenta Denis, un joven que se crió en la zona y recuerda cómo era antes cuando iba a la «Churrería Dulcinea de toda la vida» o al puesto de golosinas que ya han quitado. Otra persona que no es del pueblo pero conoce muy bien el mercado es Toni que se crió entre los puestos del lugar. «Mi madre comenzó con el mercado hace ya 40 años por lo menos, y yo pues me crié aquí», explica. Él ahora regenta un gimnasio por la zona pero le «da pena que no se potencie» estos puntos «neurálgicos comerciales que son de la gente» y reivindica que no solo sucede aquí sino que «se esté perdiendo en todas las ciudades».
Se nota que se trata de una calle de tránsito en la que hay tanto gente de paso, como personas que han vivido muchos o todos los años de su vida por allí, y así lo demuestran sus vecinos. «Esto es para vivirlo» asegura Marcos, mientras se toma una cerveza al sol en la terraza del Bar Pomelo, el que es «un gran punto de encuentro de toda la vida». Pablo, otro vecino que intercede en la conversación asegura que «a parte de familiar, es multicultural» y que vayas a la hora que vayas habrá gente ahí «tanto para desayunar, como para tomar una cervecita o comer unas tapas».

Pedro es un joven de 24 años al que lo que más le gusta son las costumbres que se mantienen del pueblo. «Yo diría que lo más especial es el día de la procesión cuando es la Semana Santa que bajan todos los feligreses, las imágenes y demás desde la iglesia, pasa por la calle del Sol y llegar hasta S’Eglésia», asegura. Explica que «hay que venir a verlo» para conocer lo emblemático del pueblo de Santa Eulària. En los bares de esta avenida «sigue desayunando la gente de siempre tanto en el Pomelo o en Can Payés y hablando en ibicenco», afirmó con orgullo Héctor, quien se crió en estas calles y le satisface «que esto siga siendo así».
Para otro vecino de 22 años llamado Gabi han cambiado sobre todo las casas: «Yo no sé cómo sería antes pero por las fotos que he visto por internet estaba totalmente vacío, no había edificios de dos ni de tres plantas y ahora ya ha pasado a ser una zona casi completamente residencial que donde te gires están poniendo edificios», así es como define esta antigua parte del pueblo, que a diferencia de Vila «no tiene nada como para culturizarte como sí pasa en la parte de Ibiza», opina, pero que ha generado «mucha vida, al poner el supermercado Suma y la parada de autobuses que están muy bien».

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Al final de la calle, hay que subir una cuesta da a las puertas de la iglesia, allí hay un mirador que enmarca en la mirada una maqueta del pueblo, en el que Jessica «pasaba mucho tiempo cuando era más pequeña», pero que ahora sigue visitando en ocasiones. «Cuando voy a correr paso por allí y veo toda la entrada del pueblo, luego bajas unas escaleritas y llegas a aquí», asegura.
Las ventajas mencionadas coinciden con la de Vlado en que «está todo cerca, tienes el centro, los bares y además la playa está aquí al lado». Él lleva 17 años y le parece «muy tranquilo y muy cuidado». Igual que la familia de Diego, que lleva unos 13 años entre idas y venidas. Llegaron en el 2009 por primera vez, cuando «era todo muy diferente antes de que hicieran las obras». Para ellos, tiene los condimentos perfectos ya que «es uno de los pueblos más tranquilos que hay y de movidito tiene lo justo», además es un lugar «ideal» para su hija Alaina que puede jugar en un parque «muy tranquilo» al que acuden sabiendo «que no va a pasar nada malo».

La vida desde fuera

La calle de S’Eglésia destaca mucho por el tránsito de personas. La parada de autobuses en verano está repleta por los turistas, pero es que en invierno también lo está por aquellos que se acercan al pueblo a trabajar, los que salen de él, o los que pasean. Roberto trabaja en la obra y le toca este destino que él destaca por su sol y tranquilidad ya que «es muy relajado; no parece estar en Ibiza. Yo vivo en Sant Antoni y me parece que este pueblo es más de familia que de gente que le gusta la fiesta». Francisco, su compañero, es un joven colombiano que lleva en el pueblo tan solo dos días y le recuerda al pueblo de su madre: «No lo había idealizado pero me sorprendí, me recuerda a Pradera Valle del Cauca con sus cuestas y su ambiente familiar».
En este otro caso, Martín no vive ni trabaja en el pueblo, sin embargo, le gusta desayunar en sus cafeterías y disfrutar del clima de sus calles: «Particularmente es una calle de paso muy agradable, pienso que es la más cuidada, es la que da a la playa, la que te lleva al Ayuntamiento… las tiendas son muy agradables y ese sol de las terrazas… hay vida, se nota que hay vida en esta calle», según concluye.