Fernando Jiménez ha vivido muchos momentos históricos a lo largo de su vida. | Irene Arango

Fernando Jiménez se enamoró de la isla de Ibiza durante su segundo viaje a tierras pitiusas. En el programa de la TEF conducido por Toni Ruiz, BNP Entrevistes, relata su historia vital.

—Usted pudo elegir entre quedarse en su pueblo o emprender el vuelo, que es lo que finalmente hizo.
—Mis padres, cuando tenía ocho años, me enviaron como interno a un colegio en Santander. Era un colegio de los Escolapios y allí estudié hasta los 12 años y después me mandaron a Madrid, donde hice el Bachillerato en el Instituto San Isidro. Quiere decir que prácticamente yo no viví en el pueblo con mis padres. Tengo muy poca relación con la familia y apenas conocí a mis hermanos porque soy el mayor de nueve y a los demás apenas los he conocido. La relación con Cáceres ha sido de cuna.

—¿Por qué cree que sus padres tomaron esa decisión de mandarle a la otra punta de España?
—Si hablo de la familia de mi madre, su padre fue secretario-alcalde del pueblo y su tío era el médico; otro el practicante y otro el maestro. Mi abuelo estudió en la Universidad de Salamanca y todos tenían cierta cultura. Por parte de mi padre, ellos eran más bien gente de campo pero con muchos terrenos. Recuerdo de pequeño que traían a gente de Castilla para cortar el trigo, la cebada o el centeno. Tenían cierta comodidad en aquella época porque yo nací en el 48..

—Después de Madrid, a los 16 años usted tiene una necesidad de escape y busca el mar marchándose a Valencia.
—Sí, porque mi familia era bastante religiosa, muy conservadora, y yo tuve un momento de revuelta y quería romper con todo. Entonces me fui a la casa de un hermano de mi madre en Valencia, que era la oveja negra de la familia. Se había divorciado en una época en la que la gente no se podía divorciar y vivió con una venezolana; ésta se marchó y se juntó con una valenciana y pasaba todo el tiempo jugando en el casino. Vivía en el centro de Valencia, en un sitio fantástico. Teníamos un ático justo al lado del cine Rialto y él conocía a mucha gente porque era un personaje. Entonces, me fui a su casa y allí me presentó a un abogado y procurador de tribunales y estuve dos años con él haciendo trabajos de mecanografía y haciendo servicios como llevar embargos al Palacio de Justicia o diligencias, todo el papeleo. Pasé ese tiempo, dos años, haciendo un proyecto que tenía en mente, que era ahorrar y escaparme de España. Estuve trabajando con él ahorrando al máximo y, en vez de coger taxis o autobuses, me iba andando. No tenía prisa y ahorré mucho dinero. A los 18 años me hice el pasaporte y al día siguiente, carretera.

—Y se marchó a París.
—Me fui a Francia. Estudié francés en el colegio y acabé hablándolo no muy bien, pero lo entendía. Durante los dos años en Valencia leía todo lo que encontraba en francés, que era muy poco porque sólo se recibía en aquella época el periódico Le Figaro, pero compré muchos libros junto a la Universidad de Valencia y me los estudié. Me fui a Francia y quise empezar una vida nueva en el extranjero. Primero, compré todo nuevo: zapatos, pantalón, camisa y un jersey, y no llevé nada más que eso y el pasaporte. Ni cepillo de dientes, ni una bolsa, nada. Quedé libre. Cogí el tren desde Barcelona a Perpiñán. Era la primera vez que viajaba y era casi la una de la mañana. Me fui a las afueras y quería hacer ‘autostop’, pero no había nadie; no paraba nadie, hasta que un señor me vio y me dijo que me llevaba a la ciudad. Me hablaba en francés, pero tenía un acento catalán que no entendía. Ya en la estación, me dijeron que el primer tren era a Niza, llegué allí y eran los carnavales. Después, tomé otro tren a París. Sólo conocía dos cosas de Francia: la torre Eiffel y Pigalle, y miré el plan del metro y me dirigí a Pigalle. Para mí, era la parte bohemia de París. Así que cogí un hotel pequeño y estuve tres o cuatro días. En la calle, de repente me topé con una manifestación contra Franco y yo me preguntaba qué hacía allí esa gente. En la protesta había un grupo de unos 15 chicos y chicas, todos con el pelo largo. Cuando los ví, pensé que eran mi gente y me fui con ellos. Éramos unos 30 o 40 y me quedé asombrado porque no tenían dinero, pedían a los demás, y como yo tenía mucho dinero, durante 20 días o un mes invité a todo el mundo. Cuando se acabó, ya era como ellos y comencé a viajar haciendo ‘autostop’ por un montón de países.

—Fue a lugares como Suiza o Turquía. ¿De qué vivía?
—Es muy fácil porque no necesitas nada para vivir. Dormir, puedes hacerlo en casas abandonadas o debajo de puentes; para vestir, siempre puedes usar la misma ropa y para comer, se pide a la gente dinero. Yo paraba de pedir cuanto tenía para una barra de pan, un poco de queso y leche. Si no, unos tocaban la guitarra y ponían el platito y yo aprendí a dibujar. Llevaba mis tizas y lo hice en muchos sitios. Para vivir no hace falta dinero.

—El mundo ha cambiado mucho. No sé si hoy en día sería tan fácil.
—El problema es que viajar, cuando tienes el pelo largo y vas un poco sucio, es un poco difícil. Si estás en la carretera, primero tienes que caminar una ciudad entera para ir a la salida y que te cojan. Después, que alguien pare. He hecho, no voy a decir miles, pero sí cientos y cientos de kilómetros andando. No te para nadie, sigues andando, llegas a una ciudad y así vas haciendo. He caminado miles de kilómetros.

—En todo este periplo, en 1968 toma contacto con Ibiza.
—Pertenecía a un grupo contestatario, bastante revolucionario y agresivo. Nada que ver con los hippies. Éramos lo que se llamaba los beatnik, que era un movimiento americano de los años 50 y 60 y teníamos contacto con otro movimiento holandés cuyos miembros eran unos provocadores. Entonces, éramos gente que hacíamos la ruta pero sin la filosofía mística y contemplativa de los hippies. Seguíamos a poetas o escritores con cierto sentido contestatario, anti sistema, anti familia, anti todo. Yo me encontraba muy bien en París. Ese sistema tribal nuestro consistía en hacer la ruta y vivir en ruptura con todos los demás y teníamos varios puntos en todo el mundo como la Plaza Real en Barcelona; el norte de Marruecos y terminábamos siempre en Katmandú, y todo para poder fumar. Entre estos sitios, estaba Ibiza y vine un año y me encontré aquí. Llegué en un barco que navegaba toda la noche. No vi mucha animación y me dijeron que en Sant Antoni había más ambiente. Fui allí y me quedé una semana hasta que me echaron.

—¿Por qué le echaron?
—Primero, tenía algo de dinero y me fui a un hostal. Con mi pelo tan largo, se presentaron dos policías secretas y me preguntaron qué hacía allí. Les dije que era turista y que tenía algo de dinero y que además estaba esperando un giro de mis padres, aunque era mentira. A la semana siguiente me volvieron a preguntar si tenía dinero y ya me llevaron con ellos. Sacaron un puño de metal y me dieron un golpe en la cara diciéndome que no querían peludos, sino turistas. Así que me bajaron al peluquero y me cortaron el pelo al cero, dándome 24 horas para irme. Yo tenía un reloj automático y un camarero me dio 3.000 pesetas por él; cogí el barco y me prometí no volver nunca a la isla.

—Así que su primera experiencia con Ibiza fue traumática.
—-Sí. Se habla mucho de que es una isla acogedora pero éramos siempre extranjeros y si nos acogían es porque alguien podía pagar por vivir en unas casas donde los ibicencos no querían estar porque eran sucias, no tenían agua y no tenían ningún confort. Éramos los únicos a quienes no nos importaba eso y por ello nos aceptaban. Lo siento.

—Entonces, volvió al París de 1968.
—Sí, pero esa revolución ya se había hecho antes. Todos esos mensajes que salieron entonces, yo ya los tenía de hacía tiempo. No me impresionaba aquello como movimiento.

—Estoy tratando de imaginar a sus padres. Hablaba de una familia conservadora.
—Mis padres acudieron a la Interpol para buscarme porque no daba noticias. Quería una ruptura y no me comuniqué con ellos. Me enteré de aquello más adelante. Hasta el 78, que me casé, tuve esa ruptura. Cuando nacieron mis hijos, sí volví a ver a mis padres. Se formó como un cordón umbilical y me recibieron muy enfadados, contentos también, pero muy enfadados porque para ellos fue una angustia saber si estaba vivo o muerto, aunque todo acabó muy bien.

—Su hermano le visitó en París y esto motivó que acabara en Ibiza.
—Sí, yo estaba allí trabajando como fotógrafo. Era fotoperiodista. Lo tenía muy claro y sabía que cuando me fui de España para romper era algo limitado, una experiencia. Entonces, después de unos años, acabó. Me apunté a la Alianza Francesa, entré en la Sorbona y me apunté a un curso de fotografía y me hice fotógrafo. Había hecho allí muchos contactos y estaba muy conectado, así que tuve trabajo enseguida. Estuve además como asistente de un fotógrafo de moda conocido, pero no me interesaba porque sólo le llevaba material y no aprendía nada. Después, me metí como fotógrafo de prensa y empecé a viajar para dos agencias francesas, así que comencé a recorrer muchos países: Europa, el norte de África... En un viaje de vuelta de Túnez, el portero de mi edificio me comunicó un mensaje de mi hermano, que iba a Ámsterdam y que me decía que vivía en Ibiza. Hacía muchos años que no nos veíamos y me invitaba a visitarlo en la isla, donde se había comprado una casa. Lo comenté con mi pareja y nos apuntamos los dos. Él vivía en una casa cercana a Sant Josep y siempre trabajó en todas las discotecas. Conocía toda la isla y jugaba al tenis todas las mañanas. En un mes aquí, estuvimos de fiesta en la casa de todo el mundo sin parar y conocimos a mucha gente: escritores, políticos...Todos se mezclaban y había un ambiente increíble. Pensé que era un paraíso y, al volver a París, vimos la niebla, todo gris, así que pensamos qué estábamos haciendo allí. Vendimos todo y eso fue en julio o agosto y en enero me presenté en Ibiza. Busqué una casa en Sant Agustí, sin agua, sin luz ni baño, pero con un huerto, y empezamos la vida en Ibiza.

—En esa casa nacieron sus hijos.
—Sí. En 1976 y 1978 y nacieron en la clínica Vilás. Vivíamos en la montaña que no podíamos ni entrar en coche. Íbamos en moto, pero con dos bebés no era posible y entonces buscamos una casa para comprar. Nos dijeron que en Sant Josep había una casa para vender, la compramos y restauramos y es donde vivimos ahora.

—En 1978 se firmó la Constitución. Aquel Fernando antisistema se topa con un paraíso idílico, pero ¿con qué España se encontró?
—Hay una diferencia entre lo que es la isla de Ibiza y España en general. Yo rechacé el país porque no me gustaba la gente, que era inculta y maleducada. Con el pelo largo, hasta me tiraban ladrillos y me insultaban. Vi una agresividad enorme. Siempre tuve España como si no fuera mi país e incluso decía que era francés o italiano. Ibiza era diferente al resto de España y la cultura que vi aquí, de extranjeros, de bohemios, era muy diferente. A nivel de población era muy cosmopolita, con mucha libertad. Esa Ibiza nos atrajo y todavía existe en el campo, aunque hay una Ibiza que ha cambiado mucho, la de la periferia, la de la ciudad o la costa, pero el centro de la isla y el campo para mí no han cambiado. La isla ha cambiado si hablamos de quien viene a hacer negocio pero, para quien quiere tranquilidad, no ha cambiado tanto.