«Yo quiero salir de aquí». Quien así habla es Julito, que, a sus 70 años, vive en estos momentos en el Servei d’Acollida Municipal de Vila, más conocido como SAM. Julito ya está jubilado pero sigue haciendo «algunos trabajillos» mientras busca un nuevo hogar en el que establecerse. Perdió su casa en octubre del año pasado, después de décadas viviendo y trabajando en la isla en uno de esos oficios que son de los más cotizados. Ahora vive en el SAM con la vista puesta en salir de allí cuanto antes.
«No quiero que mis amigos sepan lo que me está pasando», explica cargado de dignidad, «cobro una pensión que me da para vivir pero, si pago la casa, no tengo para mis necesidades básicas. Es la primera vez que me encuentro en esta situación».

Julito no se resigna a vivir en un piso compartido. «Yo no puedo vivir en una habitación», asegura cargado de la lógica que toda la sociedad debería asumir en un momento en el que se ha normalizado hasta lo de compartir cama, «Y no quiero compartir. Llegar a mi casa y ver a otra persona, un desconocido, en el sofá… No me apetece».
En el SAM, Julito tiene, además de una habitación, desayuno, comida y cena. Uma guía y un plan. Los técnicos le ayudan a establecer un plan de ahorro que le permita afrontar esta situación. Pero, como explica la directora del centro, Carol Rueda, «en estos casos, lo de generar ahorro va según la pensión que cobren y, si pagan vivienda, van más justos a la hora de cubrir las necesidades básicas».


El difícil ahorro

En el caso de Julito, la estancia en el SAM debe ayudarle a llevar a cabo ese ahorro para poder vivir sin tener que compartir casa. «La verdad es que lo de ahorrar está difícil», relata, «yo voy a buscar trabajo y, cuando lo hago con algún amigo, no me voy a llevar el tupper del SAM, así que tengo que pagarme el menú. Es muy difícil ahorrar». Y concluye sonriendo: «No sé cuánto tiempo voy a estar aquí porque estoy buscando una casa. De todos modos, no se está mal. Somos casi medio familia aunque a veces nos peleemos».

Pepe llegó a Ibiza hace 10 meses. A sus 44 años, pensó que la isla era un buen lugar para progresar. Hoy tiene trabajo pero, al poco de arribar, «un conjunto de circunstancias» le hizo acabar en la calle, «sin nada» y sin posibilidad de acceder a una vivienda. Fue entonces cuando decidió pedir ayuda al departamento de Asuntos Sociales. Su experiencia en el SAM, asegura, es «muy buena». Trabaja entre las 14.30 y las 20.30 horas. Las mañanas las dedica a hacer cosas en el SAM porque todos los residentes, 15 en total, tienen obligaciones: limpian sus habitaciones y las zonas comunes, hacen la compra, ayudan en la preparación del desayuno y en la recepción del catering para la comida y la cena…

Pepe se siente «acompañado y ayudado». En su caso, el plan establecido tiene como objetivo que pueda emanciparse y acceder a una vivienda en tres meses. Si la cosa no va según lo previsto, «pueden o no prolongarse», explica. Llegó hace dos semanas y se siente «satisfecho». Sin embargo, subraya, lo estará aún más cuando tenga su «espacio propio».
Necesidad de una pensión
Con 54 años, Juan es casi un veterano del SAM, en el que vive por segunda vez en su vida. En la primera etapa, logró acceder a un trabajo y a una vivienda. La mala fortuna quiso que tuviera un accidente laboral y, a partir de ahí, todo se torció. Los técnicos del SAM le ayudan ahora a acceder a una pensión no contributiva. Pero también trabajan con él en otros planes como el de aprender a ahorrar. «Ahora estoy buscando un trabajo a media jornada para poder emanciparme», explica, «pero aquí estoy bien. La primera vez también me ayudaron a encontrar trabajo y ahora lo que necesito es un complemento a la pensión para poder emanciparme».

Al SAM llegan usuarios que tienen capacidad de emanciparse pero que necesitan un apoyo. «Es el último impulso para que la persona pueda ser lo más autónoma posible», explica el director de Asuntos Sociales, Iván Castro, «es un centro de media y alta exigencia en el que han de comprometerse a cumplir un plan acordado. El usuario no paga nada por estar aquí y tiene sus necesidades básicas cubiertas pero tiene un plazo de hasta un año para conseguir cumplir con ese plan». Castro subraya que no existe un perfil único de usuarios, aunque muchos de ellos tienen en común la dificultad para acceder a una vivienda en una isla en la que son cada vez más las personas que pueden verse en esa situación. «Es algo que le puede pasar a cualquiera, tal y como están las cosas en Ibiza», añade, «pero también es verdad que tenemos usuarios que están en la última fase de un tratamiento llevado desde el departamento de Servicios Sociales».

Castro aclara que el SAM «no es un hostal» y señala que los especialistas que trabajan en este servicio han de exigir a los usuarios aquello que acordaron a su entrada: «Se les exigen cuestiones como un plan de ahorro, un plan laboral, asistencia a unos talleres o la búsqueda de vivienda. El objetivo siempre es la emancipación. Los usuarios son personas que tienen una situación de emergencia por un problema concreto que surge en un momento dado. Algunos de ellos no tienen dificultades sociales. Y hay otros usuarios que sí presentan estas dificultades y necesitan otro tipo de apoyo. En general, el perfil mayoritario es el de una persona que necesita un acompañamiento social, un apoyo del educador o del trabajador social en este último tramo antes de su emancipación».
Todos los residentes en el SAM han tenido que pasar antes por el departamento municipal de Servicios Sociales. Los técnicos de este área son los que deciden si la persona puede beneficiarse de este recurso y llegan a un primer acuerdo que posteriormente es refrendado en el propio SAM. «El plan es como una escalera hacia la autonomía personal. A veces hay que alargarla más, sobre todo por situaciones sobrevenidas durante el proceso. El éxito siempre en Servicios Sociales es que esa persona logre ser autónoma».

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El fracaso no existe

En el SAM no se contempla la palabra fracaso salvo como una manera de aprender y de buscar otras formas hacia la emancipación. En estos casos, asegura Castro, «las recaídas permiten a las personas reajustar su realidad y esto forma parte del proceso de aprendizaje».

«Acompañamiento para la autonomía y la emancipación». Así define el SAM su directora, Carol Rueda, quien recuerda que a este servicio llegan personas «con perfiles muy dañados». De ahí que el objetivo sea siempre lograr que tengan «competencias y autonomía» para rehacer sus vidas. «En los Servicios Sociales», afirma, «el motor de cambio son los especialistas». En este centro trabajan dos integradores, un trabajador social, un educador social y cinco monitores. Todos contribuyen a que el usuario pueda desarrollar lo que Rueda llama «plan de estancia». «El usuario», explica, «va a estar aquí temporalmente y su plan irá en función de sus necesidades. Hay, por ejemplo, planes de ahorro, planes para buscar alojamiento, para buscar trabajo… todo depende de las necesidades que tenga la persona». Así, hay usuarios que tienen trabajo pero que necesitan «hacer una buena gestión de su dinero» para poder acceder al pago de la fianza de una vivienda. «Si esta persona gana 900 euros al mes, pactamos que guarde 400 o 500», añade, «no son usuarios que no sepan ahorrar. El problema es que con una nómina tan baja es difícil afrontar, por ejemplo, el pago de tres meses de una fianza. Aquí tienen sus necesidades básicas cubiertas y no han de pagar nada a cambio».


Necesidad de reciclarse

El usuario medio del SAM es una persona con baja cualificación, que, con estudios básicos, trabaja en el sector servicios o en la construcción. Empleos «muy duros» que «a medio plazo te pueden generar, por ejemplo, lesiones que dificulten que sigas trabajando», explica Castro. Estas personas «tienen que hacer una diversificación de su vida y han de formarse para poder trabajar en otra cosa y es ahí donde los Servicios Sociales tienen convenios para poder facilitar este reciclaje». Un periodo de tiempo en el que esa persona se puede encontrar «sin trabajo, sin dinero y sin vivienda». Y es ahí donde entra en juego el SAM.

«Esto es un centro para personas que necesitan pernoctar y un apoyo social, educativo o familiar», afirma, «hay personas que están muy desorientadas, que tienen problemas mentales o que con más de 60 años necesitan recursos. Los Servicios Sociales deciden, dentro del catálogo de prestaciones que tiene el Ayuntamiento, qué recurso es el que les hace falta y entre ellos está el SAM».

Prestaciones habitacionales

A las 15 plazas del SAM se unen las de los 12 pisos gestionados por este servicio. Pisos que Iván Castro define como «prestaciones habitacionales de emergencia» y cuyos usuarios son fundamentalmente familias con una situación económica difícil. Su estancia es también temporal. En ocasiones, son los propios usuarios del SAM los que utilizan estos pisos que Castro deja claro que no son en ningún caso tutelados: «Son pisos supervisados en los que lo que se supervisa es que el usuario gestione bien el recurso. Y no son pisos en alquiler. El Ayuntamiento no es el Ibavi».

Las familias son otra de las preocupaciones para Castro y los responsables del SAM. Y es que en la Ibiza del siglo XXI, esa isla que se vende en todo el mundo como paraíso del lujo, los sueldos son en demasiadas ocasiones insuficientes y a esto se suma que muchos trabajadores solo tienen contratos de temporada que, al acabar, no les da derecho a paro, solo a una ayuda que no llega a los 500 euros mensuales. La situación «es crítica» entre febrero y abril, asegura Castro. Y es en esos meses cuando más peticiones de ayuda reciben los Servicios Sociales: «Es cuando encuentras a trabajadores de temporada que ya han agotado todas las prestaciones. Están a punto de volver a trabajar pero necesitan ayuda. Los salarios no son altos, las cotizaciones son bajas y solo tienen derecho a una ayuda de 460 euros. La situación se complica más si hablamos de familias monoparentales».
Hasta 2021, el SAM daba servicio a usuarios de toda la isla. La apertura de los centros de sa Bodega y de sa Joveria ha permitido, señala Carol Rueda, que hoy pueda trabajar como «un centro muy especializado». Hasta aquel año, el SAM «tenía que contener la situación social de toda la isla». En la actualidad, mediante convenios con los ayuntamientos, ofrece servicio a usuarios procedentes de otros municipios.

Al acabar la entrevista Iván Castro subraya la importancia de los trabajadores del centro: «Tienen una carga de trabajo fuerte y hacen todo por conectar con el usuario porque en el SAM no se trata de dar una cama sino de conectar con la persona. Y todo esto por un sueldo que no es alto».